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martes, 1 de mayo de 2012

Premio Cervantes 2004 RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO Narrador y ensayista español (Roma, 1927)




Premio Cervantes 2004
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO
Narrador y ensayista español
(Roma, 1927)
Hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas y de la italiana
Liliana Ferlosio. Hizo estudios preparatorios de
arquitectura pero los abandonó para estudiar
Filología en la Universidad Complutense de Madrid,
donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras. En esta universidad conoció a los
escritores Carmen Martín Gaite (con quien estuvo casado), Ignacio Aldecoa, Alfonso
Sastre y Jesús Fernández Santos, y con ellos fundó la Revista Española. Hizo también
algunos estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía.
Comenzó su labor literaria publicando relatos en revistas, a finales de los años 40, y en
1952 publicó su primer libro, Industrias y andanzas de Alfanhuí, relato que llamó la
atención por la pulcritud del estilo y el interés argumental. Es la historia de un niño al
que expulsan de la escuela por escribir en un alfabeto ininteligible. A la expulsión se
une el encierro en un cuarto por parte de su madre. Poco a poco, Alfanhuí irá
componiendo su propia realidad a través de extrañas andanzas que lo alejan de la
órbita de la norma y el castigo.
Sin embargo, la fama de Rafael Sánchez Ferlosio va unida a El Jarama (Premio Nadal
1955 y Premio de la Crítica 1956), una novela donde se narran las vivencias de un
grupo de jóvenes durante dieciséis horas en una jornada de domingo, a orillas del río
que da título al libro. El autor recogió con minuciosa exactitud las acciones de esa
colectividad, los diálogos vulgares con sus peculiares modismos y giros populares, y
recreó ante los ojos del lector el mundo juvenil casi con relieve cinematográfico. A esta
novela se le han dedicado numerosos estudios científicos y lingüísticos, por
considerarla un hito en la historia de la literatura de la posguerra, aunque el autor
reniega de ella.
Pronto, con tan sólo dos obras escritas, Sánchez Ferlosio alcanzó fama mundial como
novelista contemporáneo. Ferlosio es autor también de los relatos Y el corazón caliente
(1961) y Dientes, pólvora, febrero (1961).
Posteriormente el autor abandonó el género narrativo por mucho tiempo, durante el
cual su contribución a la literatura española se limitó a su labor periodística y a sus
ensayos. El primer ensayo salido de su pluma se tituló Personas y animales en una fiesta
de bautizo (1966). Uno de los ejemplos típicos de la reflexión crítica ferlosiana fueron los
dos volúmenes de Las semanas del jardín (1974), que constituye un análisis erudito
sobre las técnicas y los recursos narrativos.
Su regreso a la narrativa vino testimoniado por la novela El testimonio de Yarfoz (1986),
un largo relato que se presenta inacabado sobre una civilización con una elevada
competencia hidráulica, en un territorio que el lector puede situar en la comarca
probablemente legendaria de Mantua, entre Alcalá de Henares, Titulcia y Madrid. El
testimonio de Yarfoz servía de metáfora a una utopía que no propone expresamente
lecciones y vagamente destinada al fracaso y la decadencia.
En ese prolífico año de 1986, Ferlosio también publicó los ensayos Mientras no cambien
los dioses nada ha cambiado, Campo de Marte, La homilía del ratón y El ejército
nacional. En 1992 publicó, en dos extensos volúmenes, sus Ensayos y artículos, en el que
también figuraban textos inéditos y, en 1993, el libro de aforismos Vendrán más años
malos y nos harán más ciegos, con el que ganó los Premios Nacional de Ensayo y
Ciudad de Barcelona en 1994.
Adscrito a la corriente del realismo social de la posguerra española, su obra se
caracteriza por constituir una implacable crítica al poder. Sus últimas obras son las
recopilaciones de ensayos y artículos Esas Yndias equivocadas y malditas (1994), El
alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2002) y Non
olet (2003), donde analiza diferentes temas que se ven de algún modo tamizados por
aspectos pecuniarios: desde la globalización al mercado de trabajo, desde la
mercadotecnia a la publicidad, pasando por la lucrativa cultura del ocio.
Sus últimos trabajos, hasta la fecha, son la colección de relatos El Geco (2005) y Sobre
la guerra (2007), una original y coherente aproximación al fenómeno de la violencia.
Sánchez Ferlosio ha escrito además poesía, cuentos, narración breve y ha traducido
diversas obras, como Milagro en Milán, del guionista italiano Cesare Zavattini, Víctor
del Aveyron, de Jean Itard, o Les enfants sauvages, de Lucien Malson. En los últimos
años se ha dedicado, sobre todo, a los artículos periodísticos y al ensayo, por
considerar que no le llegaba la inspiración suficiente para una novela.
Además de los premios ya mencionados, Sánchez Ferlosio ha recibido los siguientes
reconocimientos: Primer Premio Francisco Cerecedo por su artículo "La conciencia del
débil se lava en sangre", publicado en diciembre de 1982 en el diario El País (1983);
Premio Comunidad de Madrid en reconocimiento a "toda una vida dedicada al arte",
en la categoría de literatura (1991); doctorado honoris causa de la Universidad La
Sapienza de Roma, "por sus altísimos méritos culturales" (1992) -su discurso de
aceptación fue dedicado a la “Ritualización de la cultura”-; Premio Nacional de
Ensayo, por su libro de aforismos Vendrán más años malos y nos harán más ciegos
(1994); doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma de Madrid; Premio
Mariano de Cavia de periodismo por su artículo “Catarsis” (2002); Premio Francisco
Valdés de periodismo por el artículo “Soberbia obliga” (2003) y el Premio Cervantes
(2004).


CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2004
Discurso de RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO


Una mañana de verano del 59, paseando mi hija y yo por el Retiro, al cruzar por el
trecho que separaba el quiosco de la música del antiguo escati de baldosines, oí de
pronto unas voces que venían de entre los árboles, en las que reconocí el falsete
característico de los actores de guiñol.
En mis tiempos era muy difícil encontrar un padre joven, medianamente instruido, que,
en el trato con sus hijos, no se creyese un pedagogo consumado. Ella no había cumplido
los tres años y medio, y no podía haber reconocido aquellas voces, porque nunca había
asistido a un espectáculo de guiñol ni a ningún espectáculo en absoluto. Así que su
ignorancia me dio tiempo de dudar : ¿la llevo o no la llevo?.
Y aquí no es necesario recordar hasta qué punto la cuestión de la conveniencia o
inconveniencia pedagógica, social y hasta política de los espectáculos públicos en
general ha sido en Occidente un asunto moral que se remonta cuando menos a Platón.
Tal tradición moral no me era ajena, porque los hombres cambian o querrían cambiar,
pero las instituciones, y entre ellas los espectáculos, permanecen perversamente
idénticas. Pero ya se sabe que la situación concreta suele ablandar las doctrinas
profesadas, y ella solía mostrarse muy agradecida ante cualquier novedad. Estábamos a
no más de unos quince metros de las primeras líneas de castaños de detrás de las cuales
venían aquellas voces; yo la tenía cogida por la mano y le dije : “Ven; vamos al teatro”.
Naturalmente, la función –una pieza de reír- estaba ya más que empezada, pero ella
entró al instante, sin un punto de asombro, en su propio ser, riendo ya con la primera
frase de la manera más natural del mundo, donde lo que se me hacía más sorprendente
era que no considerase necesario preguntarme absolutamente nada. Fui yo el que tuve
que preguntarme para mis adentros : “¿Pero qué clase de espectáculo está viendo esta
criatura?: Hemos llegado con la obra ya empezada o avanzada, y ella se está riendo y
divirtiendo con cada paso –o frase- como una unidad que se bastase a sí misma sin un
contexto del que tomase significación; una unidad completa dentro de sí, que no se
cumplía como un eslabón dentro de una cadena causal con un antes y un después. Pero
eso no comportaba para ella ninguna deficiencia o insuficiencia, sino, por el contrario,
una autosuficiencia de la significación, del puro decir en sí, emancipado de cualquier
impleción en un campo de sentido.
He elegido justamente la palabra “campo”, para servirme de la analogía metafórica que
ofrece la noción “de campo magnético”. Así como un puñado de virutas de hierro que
yacen inertes e independientes las unas de las otras se erizan de pronto y se disponen y
orientan todas ellas en un único sentido bajo la acción del campo magnético de un imán,
de análoga manera el “campo de sentido” de la contextualidad lingüística apresa y


CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2004
Discurso de RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO


orienta las significaciones en un único sentido; y es esta orientación unívoca y bien
determinada lo que produce lo que llamamos un “argumento”.
Faltaba, pues, totalmente, un argumento, pero, sin éste, había para ella otra cosa
completa, que se colmaba plenamente y aun se hacía perceptible precisamente liberada
del sentido. En un texto antiguo señalaba yo la acción deletérea del sentido, cuando
venía forzadamente impuesto. Decía así : “Cuando no queda ningún dato gratuito,
ninguna ramificación que no revierta al texto motivante y motivado, ninguna
circunstancia que no ejerza su estricta determinación causal, aparece invertida la
relación entre facticidad y sentido, con el efecto de que la primera, que había de ser
justamente lo explicado, queda desnaturalizada y convertida en ilusoria, como un mero
soporte sensorial de su propia explicación: el qué no es ya más que el fantasma o el
ruido del porqué”. (Hasta aquí la cita) La idea era la de que el sentido anula la
contingencia de los hechos, los despoja de su facticidad y los degrada a datos.
Aristóteles, en su defensa del argumento, percibe claramente el achaque de la historia :
su deficiencia en conexiones lógicas; pero al preferir el tipo de argumento que aporta la
ficción, siempre mejor o peor trabado, y apagar la contingencia, parece buscar la paz del
alma, eligiendo, frente a la turbadora turbulencia de los hechos, la limpia e inteligible
consecuencia lógica. El amor a la consecuencia o congruencia se revela como un
sedante estético: al estridente, rayante, chirriante, incomprensible, zumbido y frenesí de
un mundo malo, todos prefieren la música. Así Aristóteles, hijo de médico, recetaba la
medicina de la racionalidad de una forma que no era más que un placebo frente a un
mundo que seguía imperando como pura sinrazón. En su Estética, a despecho de su
inmenso talento, Aristóteles era ya un buen burgués, que prefería la injusticia al
desorden. Siguen, pues, la doctrina aristotélica los autores que dicen que la ficción
revela mejor que la crónica la naturaleza de los hechos. Hasta un político ideólogo que
dice “hay que ser consecuentes”, busca un arreglo estético. La tan elogiada
“consecuencia” es, a menudo, vanidad ideológica.
Salíamos ya por la cancela del Retiro, y la niña me dio un indicio más de cómo no
importaba nada la falta de argumento: venía la mar de divertida con cierto personaje, del
que repitió una frase, y con un curioso error : “no me des más en la cabeza, que la tengo
muy dolorosa”. Comprendí que la frase se bastaba a sí misma como manifestación. Sí,
“manifestación” era la palabra. Parecerá mentira, pero sólo aquella mañana se me reveló
que la pura manifestación era una función independiente, autónoma, autosuficiente de la
lengua, y que, en aquella pieza de reír, el argumento no era más que un soporte
pretextual destinado a dar pie para que los personajes se manifestaran.
Esto me remitió enseguida a los personajes de tebeo: de éstos se recordaba vivazmente
la manifestación, ¿pero quién podía acordarse de algún argumento?. A la llamada del
paradigma “personajes de manifestación” empezaron a bajar de las montañas –y
específicamente de la literatura de reír- los personajes de tebeo, los payasos del circo,
Charlot, los distintos repartos de marionetas italianas o francesas, con nombres
permanentes, y, por supuesto, DON Quijote y Sancho Panza.
Sólo años después llegó a mis manos el ensayo de Walter Benjamin, “Destino y
Carácter”. Aquí, lo primero que hace el autor es separar netamente ambas nociones y
sobre todo su conexión, al parecer originariamente derivada de una oscura
interpretación de una oscura sentencia de tres palabras de Heráclito el oscuro. Al cabo
de lo cual, cita una frase de Nietzsche, que me fue decisiva ; ésta : “el que tiene carácter
tiene también una experiencia que siempre vuelve”. “Y esto significa –comenta
Benjamín- que si uno tiene carácter, su destino es esencialmente constante; lo cual, a su
vez, significa –y esta consecuencia ha sido tomada de los estoicos- que no tiene
destino”.
A la anécdota semanal del personaje de tebeo la llamamos “historieta”, casi como
queriendo recortarle o rebajarle la cualidad de historia, que comportaría un argumento.
La historieta no es más que un argumentillo ocasional, que se tira después de usarlo, o
sea de haber servido de catalizador de la manifestación y lo que se manifiesta es el
carácter. Ha habido personajes de manifestación, o digamos ya “de carácter”, cuyo
carácter se cumplía plenamente en el ámbito visible. El genio máximo ha sido Charlot,
que anduvo ya sobrado con el cine mudo. Pero en la escritura nunca bastará la
descripción del gesto, y será la palabra dicha por el personaje, la palabra plena,
significante, holgada, la que traiga en sí misma el componente más completo y más
específicamente humano de la manifestación del carácter.
Así habían sabido verlo los lectores de la primera parte del Quijote, según el testimonio
del bachiller Sansón Carrasco, en uno de los primeros capítulos de la segunda parte,
cuando a preguntas del propio Don Quijote sobre si el autor promete una segunda parte,
contesta que hay quienes no la esperan ni la desean, pero que otros decían : “vengan
más quijotadas, embista Don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere, que con
eso nos contentamos”. Y aquí, dado que aunque Sansón Carrasco esté hablando dentro
de la novela sabemos que es una noticia que Cervantes mete desde fuera de ella, no
puedo por menos de encarecer la importancia capital de ese “hable Sancho Panza”,
como un testimonio revelador de hasta qué punto los lectores de la primera parte habían
reconocido clarividentemente a Sancho Panza como un personaje de manifestación, o
sea como un personaje de carácter. Por supuesto que también lo es Don Quijote, pero
bajo una condición peculiarísima que enseguida se verá.
La manifestación del carácter en su plenitud, que es igual que decir “en su gratuidad”,
es privilegio eminente de la comedia. La palabra “drama” quiere decir precisamente
“acción”, y es la acción, la acción con sentido, la proyección de intenciones y designios,
los trabajos racionalmente dirigidos al logro de los fines lo que constituye un
“argumento” en el sentido fuerte, y no pertenece por lo tanto al orden del carácter, sino
al orden del destino.
“Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene juridición la hambre, merced al
rico Camacho. Apeaos, y mirad si hay por ahí un cucharón y espumad una gallina o dos
y buen provecho os haga”. Tal es la respuesta que recibe Sancho Panza de uno de los
cocineros de Camacho, cuando al acercarse a los fuegos de una gran cocina extendida
en el suelo al aire libre, viendo toda aquella abundancia, “tutta quella grazia di Dio” -
como habría dicho un italiano-, saca un mendrugo de pan y le pide al cocinero, “con
corteses y hambrientas razones” tal como dice literalmente el texto, que le permita
mojarlo en la salsa de una de las ollas. Estamos en el momento culminante de toda la
novela, en su punto solar.
Y de una manera más manifiesta que en ningún otro pasaje, la prosa de Cervantes se
deja blandamente suscitar y conducir por la atmósfera de la fiesta y la abundancia
hallando las palabras que concuerdan con la manera, con el gesto, con la luz en que
aparecen, o vislumbramos que tendrían que aparecer, las cosas en el orden del carácter,
en el reino de los bienes, en el tiempo consuntivo, allí donde la juridición de la hambre
ha quedado suspendida : “y mirad si hay por ahí un cucharón y espumad una gallina o
dos y buen provecho os haga”. Así, abandonado, tirado por ahí, entre el desorden y la
confusión de lumbres y calderos, debe de haber algún cucharón, que ni siquiera llega a
ser “EL cucharón”, porque sólo se tiene idea de que alguno había o tendría que haber o
parece verosímil que lo haya. Las cosas huelgan sueltas, desligadas las unas de las otras,
yacen desperdigadas sin que nadie las tenga sometidas a control. Lo mismo vale para
“una gallina o dos”, porque dos gallinas son una gallina, y una gallina dos gallinas son;
los bienes no tienen cuenta; si se usa el número, una gallina o dos, es sólo porque vienen
en cuerpos discontinuos, pero en la indiferencia, en esa misma dejadez del “una o dos”,
el propio número se anula virtualmente, incoando un continuo “gallina” tal vez un poco
a la manera de aquel “tigre continuo” que inventó el talento de Jorge Luis Borges. Mas
no son todos los tiempos unos.
En la “juridición de la” hambre, en el tiempo adquisitivo, de los valores, en el orden del
destino, rige el principio burocrático de “un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio”
y es intolerable que el cucharón no esté donde tiene que estar. Las gallinas, por su parte,
están contadas, contabilizadas, controladas, y no sólo por si sobreviene una mortandad
avícola y llegan a ser demasiado pocas y hay que racionarlas, sino también por si viene
un año demasiado próspero y las gallinas aumentan más de lo debido, y hay que
sacrificar las excedentes en aras de lo que hoy suele llamarse “creación de riqueza”,
porque entre ésta y el remedio de las carencias humanas, o sea entre los valores y los
bienes, hay un antagonismo irreductible.
Cuando se celebraron las Bodas de Camacho regía una tregua entre flamencos y
españoles; Cervantes no vivió para conocer la reanudación de aquella guerra, que había
hecho acuñar a los españoles el lema aquel : “Italia mi ventura, Yndias mi desventura,
Flandes mi sepoltura”, ni conoció la atribulada corte de Felipe IV, en la que fue
Velázquez el que tomó, magistralmente, su puesto como paladín del carácter. Ahí está
su galería : el Bobo de Coria, el Niño de Vallecas, el Primo, Pablillos de Valladolid y
otros, y hasta una mujer, Mari Bárbola, que hace la corte a la Infanta en “Las Meninas”.
Son personajes inmóviles en la pintura y en la historia; ni tan siquiera la edad que
representan es ya la cuenta de sus años, sino un rasgo permanente de su fisonomía.
Están en Palacio sin más función, sin más servicio al Rey que su presencia; sin ayer, sin
mañana, sin historia. Frente al cárdeno horizonte de tormenta que hace el fondo del
retrato del Conde Duque de Olivares, personaje de destino si los hay, los fondos de los
cuadros de nuestros personajes de carácter son neutros, cercanos, sin horizonte alguno.
Su servicio al melancólico Rey es amortiguar, distraer, ahuyentar, exorcizar, la ominosa
galerna del destino que amaga más allá del Guadarrama. Porque el halcón del destino,
señor de la Historia, lo trae ahora, firmemente agarrado a la luva de cuero en su muñeca,
Richelieu.
En esa atmósfera macilenta de los cuadros de Velázquez muchos han creído ver la luz
de lo que los historiadores llaman decadencia. A algunos autores de la llamada
Generación del 98 no les gustaban nada estos períodos que sentían como “estados de
postración” de España. Don Antonio Machado, por ejemplo, perpetuó ese rechazo con
aquel eslogan despectivo que aún se oye a veces hoy : “la España de charanga y
pandereta”. Y en la letra del verso dice de ella entre otras cosas : “Esa España inferior
que ora y bosteza,/ vieja y tahúr, zaragatera y triste;/ esa España inferior que ora y
embiste,/ cuando se digna usar de la cabeza.” La corrección que propone más abajo en
el mismo poema es una especie de “toma de conciencia histórica”, que dice así : “Mas
otra España nace,/ la España del cincel y de la maza,/ con esa eterna juventud que se
hace/del pasado macizo de la raza./Una España implacable y redentora,/ España que
alborea/con un hacha en la mano vengadora,/España de la rabia y de la idea”. Por su
parte, Don José Ortega y Gasset tiene una mirada compasiva para una nación en estado
de postración histórica: “¡Pobre la vida, falta de elásticos resortes que la hagan pronta al
ensayo y al brinco!.¡Triste la vida que, inerte, deja pasar los instantes, sin exigir que las
horas se acerquen vibrantes como espadas!”. Dice en “El origen deportivo del Estado”.
Y en esa misma idea viene a reincidir en “España invertebrada”, en este pasaje: “Mas
¿para qué, con qué fin, bajo qué ideas ondeadas como banderas incitantes?.¿Para vivir
juntos, para sentarse en torno al fuego central, a la vera unos de otros, como viejas
sibilantes en invierno?”. Pero donde más se explicita su inclinación hacia “lo histórico”
es donde habla de Hegel en el ensayo “Hegel y América”: ”Su filosofía es imperial,
cesárea, ghenghiskanesca. Y así ocurrió que, a la postre, dominó políticamente el Estado
prusiano, dictatorialmente, desde su cátedra universitaria”; y un poco más abajo
describe el talante de Hegel como “organizador de grandes masas y duro para la carne
de cañón”, y todavía, cuatro páginas más abajo, dice de él: “es un pensamiento de
Faraón, que mira el hormiguero de trabajadores afanados en construir su pirámide”.
Pues bien, precisamente en Hegel nos hemos de apoyar para poner un ejemplo o modelo
inmediatamente accesible a cualquier experiencia, que ilustre la oposición entre el orden
del carácter y el orden del destino. En uno de los pasajes más celebres y que más han
preocupado a toda suerte de lectores de la “Filosofía de la Historia” dice Hegel así :
“También al contemplar la Historia se puede tomar la felicidad como punto de vista;
pero la Historia no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en
ella páginas en blanco. Cierto que en la historia universal se da también la satisfacción,
pero ésta no es lo que se llama felicidad, pues es la satisfacción de fines que sobrepasan
los intereses particulares. Fines de importancia para la historia universal requieren
voluntad abstracta, energía, para ser mantenidos. Los individuos de significado para la
historia universal, que han perseguido esos fines, han encontrado ciertamente
satisfacción, pero han renunciado a la felicidad”. Hasta aquí la cita. Esta dualidad de
Hegel es una contraposición de términos totalmente antagónicos, y constituye el eje de
giro de estas mis teologías. Es cierto que, al menos en el castellano de hoy en día,
“felicidad” y “satisfacción”, vienen a usarse como palabras casi sinónimas. En
particular, el uso de “felicidad” encarece a menudo situaciones anímicas de
cumplimiento de designios, de autoafirmación del yo o, en fin, de eso que un sujeto
angloparlante suele celebrar con la exclamación “¡I did it!”, por ejemplo, la victoria en
un campeonato deportivo, pues no falta quien proclame esa victoria como “el día más
feliz de mi vida”. Lo cual me hace pensar si no será que en un mundo de sujetos cada
vez más dominados por el paradigma competitivo del “ganar y perder” el lugar de la
felicidad viene siendo usurpado y colmado por la satisfacción como única forma
conocida de contento humano.
En esa espléndida pieza de pintura que es la tabla derecha del tríptico “El Jardín de las
Delicias” de Ieronimus Bosch, “El Bosco”, pueden verse, entre las cosas que podrían
llevar a los hombres al infierno, unas cuantas, diminutas, figuras de niños y adultos,
calzadas con unas botas de cuchilla muy semejantes a los patines de hoy en día,
deslizándose, felices, por la superficie de una laguna helada. El placer de patinar es
ventajista : reside en gastar poco y lograr mucho, en la sensación corporal de liberación
de la gravedad, de ventaja sobre ésta, de ingravidez gratuitamente conseguida;
precisamente gratuita, como un don, como un bien. El que patina va y viene como
quiere, a la velocidad que quiere, pero, sobre todo, sin ir a ninguna parte y disfrutando a
cada instante durante el ejercicio.
El error de Huizinga, en su magnífica y ya clásica obra sobre el juego, “Homo ludens”,
estuvo en que, al haber tomado por punto de partida la oposición entre “juego” y
“seriedad” –contraposición que no debía de aparecer tan dudosa y cuestionable en los
tiempos de la obra de Huizinga como en los de la Guerra de Iraq- no se dio cuenta de
hasta qué punto cuando introduce el “agón”, o sea el principio competitivo, establece
una contraposición mucho más tajante y decisiva que la de juego y seriedad : la de
juegos competitivos y juegos no competitivos, o por usar el término griego de Huizinga
“agón”, juegos agónicos y juegos “anagónicos”.
De modo que ahora a dos de aquellos mismos patinadores “anagónicos” de la laguna de
El Bosco, les vamos a mandar los demonios del “agón” para que les susurren al oído :
“A ver quién corre más”. En esta era en la que todo es “desafío”, “challange” será
sumamente probable que nuestros patinadores caigan, entusiasmados, en la tentación.
Ya están contentos, ya tienen “algo por qué luchar”. Hemos entrado en el deporte
“agónico”, en el deporte con sentido y argumento, y, por tanto, en el orden del destino.
Lo relevante es la inversión total del aprovechamiento ventajista del terreno, puesto que
ahora, por el contrario, aquí el jugador somete a su propio cuerpo a la exigencia y la
violencia de aumentar el esfuerzo muscular hasta su máximo potencial de rendimiento;
en ciertos juegos de competición no es hiperbólico decir que el deportista trata su
cuerpo a latigazos como si fuese su propio caballo de carreras.
Si, ahora, imitando a Hegel cuando consideraba los inmensos sacrificios perpetrados en
el “ara de la Historia Universal” se preguntaba: “¿Para quién?, ¿para qué?”, nos
preguntamos nosotros lo mismo respecto de esos veintidós muchachos que se
autoinmolan todos los domingos en el ara sacrificial del balompié, la respuesta será, de
puro obvia, perogrullesca : “pues ¿para qué va a ser?. ¡Para ganar!. ¡Para ser los
primeros, los mejores!”; pero si nos detenemos a mirar el asunto un poco más, la
respuesta empezará a dejar de parecer tan obvia, para empezar a sonar un tanto
misteriosa. Y aun más misterioso tendría que resultar el que se estime y se alabe como
“entrega”, como “generosidad”, aun más nobles por la total carencia de utilidad, un
esfuerzo y un sacrificio que no responden más que al delirio solipsista, narcisista,
autista, del “¡I did it!”, del egocéntrico furor de autoafirmación de los sujetos, con toda
esa penosa jerga escolar del “espíritu de sacrificio”, y el “afán de superación” y la
“aspiración a la excelencia”.
El tiempo del deporte “agónico”, modelo del tiempo del destino, del que Benjamín dice
que “no tiene presente”, es el tiempo de la historia. Supuesto que por “historia” se
entiende aquel acontecer que está, como diría un periodista, “preñado de sentido”, que
es una bien trabada y consecuente sucesión argumental de designios propuestos,
perseguidos, contendidos en campos de batalla y alcanzados o frustrados, mal podría
caber en ella la felicidad, que, al no tener sentido, tampoco tendría una sola línea que
escribir. Salvo que hoy parece que el estigma de “lo histórico” ha penetrado e
inficcionado tan profundamente el mundo de la vida, que se ha apoderado de casi todas
las cosas y hechos de los hombres.
La racionalidad precaria y espectral de la idea de “destino” no admite ser denunciada de
frente como irracionalidad ni desautorizada señalándole “contradicciones”, porque
desciende de concepciones míticas, ajenas a nuestros usos de razón. Será, en cambio, un
refrán, el más espléndido, y a la vez más terrible, de los refranes castellanos, el que nos
dé la ilustración más aproximada de la indefinible noción de “destino”; dice así:
“El potro que ha de ir a la guerra, ni lo come el lobo ni lo aborta la yegua”.
Sólo aparentemente fue una feliz contingencia, un azar afortunado, el que no fuese
malparido por su madre, sólo aparentemente fue una suerte el que saliese bien librado
de las insidias y asechanzas de los lobos; en realidad, no eran hechos gratuitos o
fortuitos, sino que tenían una causa, una causa indefectible, que esperaba escondida
entre los pliegues de los días; y esa causa –que no parece causa- era que tendría que
morir en el campo de batalla, despanzurrado por una bala de cañón. Tal es la perversa
voz del destino, tal es la retorcida irracionalidad del que pretende racionalizar la
contingencia imponiéndole un sentido, una causa, un argumento. Tanto más admirable
resulta el inequívoco gesto del refrán, en la desesperada valentía de revolverse, no con
acatamiento ni con resignación, sino con todo el rencor de sus entrañas contra la cara de
un destino, cuyo poder, sin embargo, reconoce. Suena como un enconado renegar de un
mundo encadenado por la maldición de los nexos de sentido, un tiempo en el que nada
escapa a la condena de una toma de sentido, tal como exige el gobierno del orden del
destino.
Pero el talento del refrán, que es el talento de la lengua, del intelecto agente, afina aún
más, pues he aquí que las dos desgracias –la de ser abortado por la yegua y la de ser
comido por el lobo-, de las que el potro sale salvo, son desgracias de la vida, mientras
que la desgracia de ir a la guerra, en que hallará la perdición, es, en cambio, por
antonomasia, una desgracia de la historia. De esta manera, ya en el propio contenido del
refrán está especificada la naturaleza de la agresión y del despojo perpetrados por la
impostura del sentido y la imposición de un argumento, según requiere el orden del
destino, puesto que esa agresión y ese despojo vienen a ser representados, justamente,
con la imagen concreta de la desventura que sobre la vida arroja la mala sombra de la
historia.
Los grandes historiadores o filósofos de la historia, en especial los fundadores de la
Historia Universal –Polibio y veinte siglos más tarde el propio Hegel- vinieron a
reconocer virtualmente lo mismo que el refrán del potro reconoce, salvo que con la
diferencia capital de que, lejos de hacerlo con dolor y con rencor, lo hicieron con
rendido acatamiento, hasta constituirlo en método de sus concepciones: violentaron lo
contingente y lo sometieron a la necesidad, para darle a la historia un sentido, un
argumento, que la hiciese racional y comprensible. Así, Polibio elevó el destino, como
plan teleológico de la totalidad, a único y supremo portador y dador de sentido. El
“genghiskanesco” Hegel, por su parte, “duro para la carne de cañón”, como decía
Ortega, lo hace con soberana indiferencia o hasta olímpico desprecio hacia lo
contingente y lo particular. En un lugar de su obra dice así :
“Dios rige el mundo, y el contenido de su gobierno y el cumplimiento de su plan
constituyen la Historia Universal. La filosofía no aspira a otra cosa más que a
comprenderlo, pues sólo lo que de este plan se lleva a efecto tiene realidad, no siendo
más que corrupta existencia cuanto no sea conforme a ello. Ante la luz de esta idea
divina, que no es mero ideal, se desvanece todo lo aparente, como si el mundo fuera un
acontecer demente y necio.”
(Hasta aquí la cita)
“It is a tale/told by an idiot/full of sound and fury,/signifying nothing”.
Desde el ejemplo de los patinadores se ha querido ilustrar la contraposición antagónica
entre el orden del carácter y el orden del destino. Bueno, pues Don Quijote está en la
encrucijada, inevitablemente conflictiva, entre el orden del carácter y el orden del
destino. Que Don Quijote es un personaje de carácter es tan incuestionable como que lo
es su escudero Sancho Panza. Veamos en qué plano de virtualidad es también un
personaje de destino. El acto y el acta de constitución formal del personaje no pueden
ser más inequívocos y están exactamente en el segundo párrafo del Capítulo Segundo de
la Primera Parte y dice así:
“Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero iba hablando consigo mesmo y
diciendo: ¿quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la
verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga,
cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: ´apenas
había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa Tierra las doradas
hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus
harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada
aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote
de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y
comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel´. Y era la verdad que
por él caminaba”.
(Hasta aquí la cita)
Aquí está, pues, en el principio mismo, tal como corresponde, y de una vez por todas,
pues no se volverá a repetir, el auto de definición e instauración del personaje, dando
cuenta de la pauta por la que desde el orden del carácter todos sus hechos van a verse
virtualmente revestidos con las galas del orden del destino. Don Quijote va leyendo,
“como en profecía” –por usar una expresión del propio Cervantes en la dedicatoria del
Persiles- la narración futura de sus “famosos hechos”, pero con el detalle peculiar de
que lo que va leyendo está contando lo que en ese mismo instante viene haciendo. Don
Quijote es el caballero “aprés la lettre”; lo es por partida doble: la primera porque su
aventura es posterior y derivada de los libros de caballería, la segunda porque va
resiguiendo la lectura de su propia historia, que “ya está escrita”, o como justamente del
destino dice Benjamín “ya está en su lugar”. Sus hechos son, por tanto, mimesis,
imitación; de suerte que la suya no es una aventura ética, sino una aventura estética. Y si
se me admite que toda estética es una antigua ética, ello concuerda con el hecho de que
una de las notas que Cervantes tenía muy en cuenta –y lo dice varias veces- es que la de
hidalgo era ya una condición históricamente periclitada, o por decirlo en jerga de
sociólogo, socialmente disfuncional.
Finalmente, la sin par naturaleza de Don Quijote estaba en ser un personaje de carácter
cuyo carácter consistía en querer ser un personaje de destino. Sus acciones, en la
narración que simultáneamente se les superpone, aparecen transfiguradas precisamente
como destino. Pero en la misma medida en que tal transfiguración es producto de un
empecinado esfuerzo del carácter, no se trata, en modo alguno, de una especie de
hibridaje entre los dos órdenes. El ser personaje de destino es la obra de su carácter; por
eso, lejos de disminuir su condición de personaje de carácter, la confirma y reduplica.
Walter Benjamín observa que, al menos en la rigurosa concepción de los antiguos, el
destino carece de una vertiente que revierta sobre la felicidad. Viene aquí a coincidir, en
cierto modo, no sólo con la idea de Hegel, sino también con el sentir del ama de Don
Quijote. Pues cuando se están concentrando todos los indicios de que se fragua una
tercera salida, aquella sabia y excelente señora coge a parte a Don Quijote y le espeta:
“En verdad, señor mío, que si vuesa merced no afirma el pie llano y se está quedo en su
casa y deja de andar por los montes y por los valles como ánima en pena, buscando ésas
que dicen que se llaman aventuras, a quien yo llamo desdichas, que me tengo de quejar
a voz en grita a Dios y al Rey, que pongan remedio en ello”. Es muy de notar, aquí, la
expresividad del ama en su voluntad de poner entre ella y las aventuras la mayor
distancia posible : “ésas que dicen que se llaman aventuras”.
Cuando hace ya bastantes años le escribí una carta a Méjico a mi amigo don Jacinto
Batalla y Valbellido contándole esta cuestión del carácter y el destino, en el estado en el
que entonces se encontraba, me contestó con una postal que traía el palacio episcopal
del venerable don Vasco de Quiroga en Pátzcuaro y en la que, con el laconismo propio
de su perezosa ancianidad, se limitó a esta glosa: “El argumento se quedó parado y
sobrevino la felicidad”.

miércoles, 25 de abril de 2012

Entrega del Premio Cervantes 2011


Entrega del Premio de Literatura en lengua castellana "Miguel de Cervantes 2011" a D. Nicanor Parra

Fue presidida por Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias

/noticias.info/ Don Felipe y Doña Letizia presidieron la ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2011, concedido al poeta chileno Nicanor Parra, que se celebrará en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá.

El "Miguel de Cervantes" es un premio de literatura

en lengua española, concedido anualmente por el Ministerio de Cultura de España, a propuesta de las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y dotado con 125.000 euros. Este galardón rinde público testimonio de admiración a la figura de un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico. La relación de los galardonados constituye la más clara evidencia de su significación para la cultura en lengua castellana.

En las ediciones anteriores fueron premiados Jorge Guillén, Alejo Carpentier, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Jorge Luis Borges (conjuntamente), Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Luis Rosales, Rafael Alberti, Ernesto Sábato, Gonzalo Torrente Ballester, Antonio Buero Vallejo, Carlos Fuentes, Maria Zambrano, Augusto Roa Bastos, Adolfo Bioy Casares, Francisco Ayala García-Duarte, Dulce María Loynaz del Castillo, Miguel Delibes Setién, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela Trulock, José García Nieto, Guillermo Cabrera Infante, José Hierro del Real, Jorge Edwards, Francisco Umbral, Álvaro Mutis, José Jiménez Lozano, Gonzalo Rojas, Rafael Sánchez Ferlosio, Sergio Pitol, Antonio Gamoneda Lobón, Juan Gelman, Juan Marsé, José Emilio Pacheco Berny y Ana María Matute.

Nicanor Parra Sandoval (San Fabián de Alico, Chile, 1914), poeta, cuentista y ensayista, es licenciado en Ciencias Exactas y Físicas por la Universidad de Chile y se gradúa como profesor en 1937. Entre 1943 y 1947, becado por el Institute Of International Education de la Universidad Norteamericana de Brown, se especializa en Mecánica Avanzada. En 1948 es nombrado director interino de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile y entre 1949-1951 estudia cosmología en Oxford. A partir de 1968 hasta 1996 ejercerá la docencia como profesor titular de Física en la escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Fundador, junto al poeta Enrique Lihn, en Santiago, del Instituto de Estudios Humanistas de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, de la que es profesor investigador. También en 1971 dirigió un taller de escritores en la Universidad de Columbia.

Ha sido el creador de la denominada antipoesía que supuso la introducción del lenguaje cotidiano en la poesía tradicional. Comienza a escribir poesía desde muy joven, publicando su primer libro en 1937 con el título Cancionero sin nombre. Con el paso de los años adoptó una línea denominada por él mismo antipoesía, que supuso la introducción del lenguaje cotidiano en la poesía tradicional. La muestra más sorprendente se observa en Poemas y antipoemas (1954).

Ha destacado como defensor de la democracia en su país, formando parte del Frente Amplio de Intelectuales por el NO, constituído en 1988 en relación con el plebiscito convocado en dicho año. Es miembro de la Academia Chilena de la Lengua y forma parte de la Fundación Gabriela Mistral.

Su otra ha sido distinguida, entre otros, por los siguientes premios:

- Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2001 por al conjunto de su obra.

- Premio Bicentenario por la Corporación Cultural de Chile y Universidad de Chile en 2001.

- Premio Luis Oyarzún de la Universidad Austral de Chile en 1997.

- Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1991 al conjunto de su obra.

- Premio Prometeo de Poesía en 1991.

- Premio Richard Wilbur 1985 de la Asociación Estadounidense de Traductores (ALTA).

- Premio Nacional de Literatura de Chile en 1969 por "Obra gruesa".

- Premio Municipal de Santiago de Chile 1955 por "Poemas y antipoemas".

- Premio del Sindicato de Escritores de Chile 1954 (Concurso Nacional de Poesía) por "Poemas y antipoemas".

- Premio de Poesía Juan Said 1953 de la Sociedad de Escritores de Chile.

- Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile en 1938 por "Cancionero sin nombre".

A su llegada a Universidad de Alcalá de Henares, Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias fueron recibidos por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el jefe del Mando Aéreo General, teniente general Fernando Lens Astray.

Después de la interpretación del Himno Nacional y pasar Don Felipe revista a la Compañía de Honores, los Principes fueron saludados por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alfredo Moreno, el ministro presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, Luciano Cruz-Coke, y el alcalde de Alcalá de Henares, Bartolomé González. Seguidamente, Sus Altezas fueron recibidos en la puerta de la Universidad por el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, el rector de la Universidad de Alcalá, Fernando Galván, y la directora general de Política e Industrias Culturales y del Libro, María Teresa Lizaranzu.

A continuación, Don Felipe y Doña Letizia se dirigieron al Paraninfo de la Universidad, donde fueron saludados por el nieto del premiado, Cristóbal Ugarte Parra. Tras ocupar los Príncipes sus lugares en la mesa presidencial, se interpretó el Himno Nacional. Don Felipe procedió a abrir la sesión y concedió la palabra a la directora general de Política e Industrias Culturales y del Libro, y del nieto del premiado, Cristóbal Ugarte Parra, quien recibió de manos de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias la escultura y la medalla del Premio.

Finalizadas estas palabras y las del ministro de Educación, Cultura y Deporte, intervino Don Felipe, quien destacó que "de seguro que Cervantes, al ver hoy llegar a Nicanor Parra al parnasillo de poetas galardonados con su Premio, reconocerá en él un espíritu afín, un poeta desnudo de adornos, con atuendo de vecino de Chillán, y, sabiéndolo espíritu gemelo, se apresurará a decirle: 'Pasa, raro inventor, pasa adelante / con tu sutil designio'. Digo 'gemelo' pensando en que el mayor logro literario cervantino fue liberar la escritura de las normas que la atenazaban y dejar fluir las palabras -palabras del común- para que buscaran nuevos espacios de significación".

Destacó el Príncipe que "Nicanor Parra es mucho más que un provocador. Es ciertamente un rupturista; llega a afirmar que 'en poesía se permite todo'. Pero no trata sólo de desconcertar; quiere comprender la realidad y urgir a los demás a que, salvando el abismo que existe entre arte y vida, acompañen su arriesgada cruzada: 'y yo entierro mis plumas en las cabezas de los señores lectores'", y dijo que "él no engaña a nadie, antes bien advierte del peligro que corren sus compañeros de aventura: 'Mi poesía -dice- puede perfectamente no conducir a ninguna parte'. Pero en el trayecto va desenmascarando credos de todo orden empezando por lo literario, sin consentir que se le encasille, sobre todo en lo político. 'Hasta cuando siguen fregando la cachimba / Yo no soy derechista ni izquierdista. Yo simplemente rompo con todo'. Dos poemas, el 'Soliloquio del individuo' y 'Las Tablas', resumen el esfuerzo hercúleo de rehacer la propia historia del hombre y de romper el complejo sistema de leyes y normas que lo someten. En el primero termina por comprender que el intento de grabar al mundo al revés de nada vale: 'la vida no tiene sentido'. En 'Las Tablas' se da cuenta de que las rocas en que estaban escritas las leyes han desaparecido. Repite entonces las mismas palabras que Cervantes puso en boca de Alonso Quijano/don Quijote: 'ya no puedo más'; 'Yo -dice Parra- ya no podía más'".

Antes de concluir, Don Felipe recordó que "hoy llega Nicanor Parra al encuentro con Cervantes once años después de ser galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. De seguro que con el brío que le dan casi cien años bien vividos, le bailará una cueca: aquella, por ejemplo, que grabó su hermana Violeta: 'Cuando salí de Chillán, / salí sin ningún motivo, / salí a recorrer el mundo / porque ese era mi destino. / Fue mi destino ay, sí, fue mi destino'. Cervantes sonreirá y dirá: sí, raro inventor, colega, aquí te esperábamos. Bienvenido", y finalizó subrayando que "mañana la familia de Nicanor Parra depositará en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes su máquina de escribir, que él la llama 'la máquina del tiempo', con un poema inédito y la orden de no abrirlo hasta dentro de cincuenta años. Como las palabras de Parra están en perpetuo movimiento, no sabemos lo que entonces aparecerá. Pero no hay duda: serán palabras que nos unen en la lengua de Cervantes y ensanchen nuestra vida".

Tras declarar Su Alteza Real clausurado el acto de entrega del Premio de Literatura en Lengua Castellana "Miguel de Cervantes 2011", los Príncipes se dirigieron al patio de Filósofos, donde departieron brevemente con los demás miembros de la mesa presidencial y los familiares del galardonado. Un encuentro con el resto de los asistentes puso fin al acto.
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Difundido el:
23 de Abril de 2012
Publicado el:
24 de Abril de 2012 09:33
Actualizado el:
24 de Abril de 2012 09:33
Ubicación:
Madrid, Provincia de Madrid, Comunidad de Madrid (España)
Fuente:
Casa de Su Majestad el Rey
Página web:
Marca:
Casa de Su Majestad el Rey
Vía:
vía noticias.info
A través de:
Tipo:
Comunicado de Prensa
Zona de impacto:
Nacional
Palabras clave:

lunes, 23 de abril de 2012

Premio Cervantes 2003 GONZALO ROJAS Poeta y ensayista chileno



Premio Cervantes 2003
GONZALO ROJAS
Poeta y ensayista chileno
(Lebu, Arauco, 1917-2011)


A los cuatro años pierde a su padre, minero del carbón
en Lebu, y cinco años después su madre instala a la
familia en Concepción, donde ingresa a un exigente
internado. Allí aprende “a leer por dentro a los
clásicos”. Por esos años (1927-1934), lee infatigablemente en la biblioteca del
Internado: a los clásicos –Séneca, Marco Aurelio, Agustín de Hipona–, a los franceses
de los siglos XVIII y XIX, a los españoles del Siglo de Oro, y tiene sus primeros contactos
con los fundadores de la lírica de la modernidad, en especial Rimbaud y Baudelaire.
Son los suyos estudios sistemáticos y profundizados, en el encierro casi claustral del
internado.
En 1934 se traslada a Iquique. A sus lecturas se añaden las de Maiakovski, Esenin y los
poetas españoles del 27. Allí, en 1936, escribe su primer ensayo, "Pasión y muerte de
Valle-Inclán", publicado en el diario El Tarapacá.
Al año siguiente se inscribe en Santiago, en Derecho, interesándose sobre todo en
adquirir el dominio del latín que le permitiera leer, ahora en su versión original, a Ovidio,
Horacio, Catulo. Forma parte del grupo vanguardista Mandrágora, fundado por
Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa.
En 1942, muerta su madre hacía dos años, decide instalarse en Santiago, donde
conoce a la que será su primera mujer, María, con la que tendrá al año siguiente su
primer hijo. Después de un breve periodo en la isla de Puluqi, en el sur del país, vuelve a
Santiago en 1944. Trabaja en la revista Antártica, de la que llega a ser jefe de
Redacción. Su primer libro, La miseria del hombre, gana un concurso; su publicación,
cuatro años después, provoca críticas encontradas.
En 1952 gana, por concurso, las cátedras de Literatura Chilena y de Teoría Literaria del
departamento de español de la Universidad de Concepción, departamento que
debe reorganizar y comienza a dirigir. Al año siguiente, va a Europa por primera vez;
en París conoce a André Breton y traba amistad con Benjamín Péret.
En 1958 viaja a Pekín y habla con Mao Tse Tung. Entre ese año y el de 1962, organiza
varios importantes encuentros de escritores a los que asisten casi todos los grandes
nombres de Latinoamérica y algunos extranjeros. El siguiente año viaja a Cuba para
concursar por el Premio Casa de las Américas, que no consigue.
En 1964 publica Contra la muerte, su segundo libro de poesía, dieciséis años después
del primero y que se reeditará, al año siguiente en La Habana, con una sexta sección,
“La palabra”. Ese mismo año hace una nueva visita a Pekín, por tres meses, como
invitado oficial de jefe de una comisión de profesores universitarios.
En 1966 realiza un nuevo viaje a Cuba. Conoce a Lezama Lima. Al año siguiente, en
celebración de sus cincuenta años, los escritores jóvenes de Chile convocan a un
"Encuentro con Gonzalo Rojas". Con Allende en el poder, en 1970, es nombrado
Consejero Cultural en China y, más tarde, en 1972, Encargado de Negocios en Cuba.
Caído Allende, en 1973, el gobierno militar chileno le destituye de todos sus cargos
universitarios. Después de intentar sin éxito ser acogido en varias misiones diplomáticas
de América y Europa, en marzo de 1974, llega a Alemania Oriental, donde se le asigna
una cátedra en la Universidad de Rostock, con el título de ''Herr Professor" y un salario
alto, pero sin clases. Logra salir de la R.D.A. en 1975 y se traslada con Hilda, su nueva
mujer, y su hijo Gonzalo, a Caracas, contratado por la Universidad Simón Bolívar. Su
tercer libro de poemas, Oscuro (1977), se publica en Caracas.
A partir de 1978 es invitado, a menudo, por diversas universidades norteamericanas y
de otros países (Alemania, España, México) a impartir cursos y seminarios. En 1979,
gracias a una beca Guggenheim, regresa a Chile y se instala en Chillán, cerca de su
Lebu natal. Las ediciones se suceden unas a otras; entre ellas: Transtierro (Versión
antológica: 1979), 50 poemas (1980), El alumbrado y otros poemas (1987), El
relámpago (1981), cuya 2ª edición (1984) incluye dieciséis nuevos poemas, Materia de
testamento (1988), que figura como uno de los libros más vendidos en Madrid ese año,
Desocupado lector (1990), Antología de aire (1991), Las hermosas. Poesías de Amor
(1991), Zumbido (edición para bibliófilos: 1991), Cinco visiones (1992).
En 1985 comienza a trabajar en la Universidad de Brigham Young, Utah, de la que será
nombrado Profesor Emérito y Escritor en Residencia y, tres años después, es invitado
oficialmente por el Gobierno de México a un homenaje en el que se celebrarán sus
setenta años.
Se suceden también los premios. En 1992 recibe el Primer Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana y, el 13 de noviembre del mismo año, el máximo galardón que otorga
Chile a sus escritores, el Premio Nacional de Literatura. El reconocimiento internacional
no cesa para este gran poeta chileno: en 1997 recibe el Premio José Hernández de
Argentina; en 1998 es el primer escritor galardonado con el Premio Octavio Paz de
México; finalmente, en 2003, el Premio Cervantes de España.























jueves, 23 de febrero de 2012

CAMILO JOSÉ CELA.


Si existe una novela que ha dejado una huella indeleble en mi memoria de joven fue: LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE. Una obra descarnada, sincera, sórdida y con ecos existencialistas. Es por tal motivo que, los lectores curiosos la pueden bajar en digital. 
De esta novela se dice que:

La novedad de esta obra consistía en un argumento truculento, sórdido, abundante en escenas de violencia gratuita, narrado con un lenguaje que evoca el habla rural, pero al mismo tiempo muy cuidado. Es una novela que, aunque situada en una época imprecisa, fue capaz de reflejar el ambiente de pesimismo existencial que vivía la España de posguerra. En realidad, la visión del mundo subyacente en esta obra no estaba muy lejos del existencialismo francés o del neorrealismo italiano. Pero a diferencia de los autores existencialistas, Cela optó por rehuir la ambientación contemporánea y recuperar la tradición realista española: la picaresca, el naturalismo, Pío Baroja y la novela social de los años treinta.
Reseñado por Pilar 26/10/2007J.Méndez-Limbrick. Escritor.

Premio Cervantes 1995
CAMILO JOSÉ CELA


Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y
articulista español
(Iria Flavio, La Coruña, 1916 – Madrid, 2002)
Estudia Derecho y asiste a clases en la
Facultad de Filosofía y Letras en Madrid. En 1935 se anuncia como poeta en El
Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la
dudosa luz del día, que se imprime en 1945.
A partir de 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos periodos de reposo
en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria:
Cervantes, Quevedo y Ortega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada
visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Inclán. A este
esperpentismo corresponde, en buena medida, el carácter brutal de algunas páginas
de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego
y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte
(1942); con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más
allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma
esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el
conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El
gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida
(1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla,
Huelva, y sus tierras (1989).
En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del
desolador panorama de la narrativa española de posguerra. Su excelente estilo se
ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación
de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia
Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana.
El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de
reposo (1943). En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas
andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca
especialmente por la riqueza léxica.
En La Colmena, publicada en 1952 y en Buenos Aires por los problemas que le causó la
censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su
cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes,
muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o
tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar
un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo
experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955),
asistimos a la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano. En 1969 publica
Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid, ambientada en los
primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el
primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española.
Las últimas novelas del autor son: Oficio de Tinieblas (1973), su obra más personal, a la
que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa, como a
"una purga de mi corazón”. Se encuentran también Mazorca para dos muertos (1983);
Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994).
Entre 1956 y 1979 fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans,
auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en
libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario
(1963, sobre Rafael Zabaleta); de fotografía, como Toreo de salón (1963).
Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados
en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos
ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981); Rol de cornudos (1985).
En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro
titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del
garrote. En septiembre de 1989 presentó Madera de boj, la novela que aplazó al
recibir el Premio Nobel.
Ya consagrado, como uno de los grandes escritores del siglo, durante las dos últimas
décadas de su vida se sucedieron los homenajes, los premios y los más diversos
reconocimientos, entreverados ocasionalmente con algunas polémicas. Entre aquéllos
es obligado citar, en orden cronológico, los tres más importantes: el Príncipe de
Asturias de las Letras (1987); el Nobel de Literatura (1989) y el Miguel de Cervantes
(1995). El 10 de marzo de 1991 se casó con Marina Castaño. En 1996, el día de su
octogésimo cumpleaños, el Rey don Juan Carlos I le concedió el título de Marqués de
Iria Flavia; el lema que Cela adoptó para el escudo de marquesado fue El que resiste,
gana. Falleció en Madrid, el 17 de enero de 2002.


SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y articulista español (Íria Flavia, La Coruña, 1916). Nacido en el seno de una familia de ascendencia inglesa e italiana por parte de madre, vivió en Madrid desde su niñez, ciudad en la que estudió Derecho y asistió también a clases en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1935 se anunció como poeta en El Argentino, revista de La Plata, prometiendo la publicación del poemario Pisando la dudosa luz del día, que sería impreso en 1945.

En 1931, una enfermedad pulmonar le obligó a numerosos períodos de reposo en los que se dedicó a las lecturas que habían de conformar su personalidad literaria: Cervantes, Quevedo y Órtega y Gasset, a los que habría que sumar su desgarrada visión de España, emparentada directamente con la de Goya y Valle-Ínclán. A este esperpentismo corresponde en buena medida el carácter brutal de algunas páginas de sus libros como El bonito crimen del carabinero y otras invenciones (1947), El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1951) o La Familia de Pascual Duarte (1942), con tal brutalidad el autor busca acudir a la raíz primaria del ser humano, más allá de todo lo que implique educación del carácter. La búsqueda de esa misma esencia primitiva fue la impulsora de sus libros de viajes, iniciados en 1948 con el conocidísimo Viaje a La Alcarria, y a los que pertenecen también, entre otros, El gallego y su cuadrilla (1949), Judíos, moros y cristianos (1956), Viaje al Pirineo de Lérida (1965) y Primer viaje andaluz: notas de un vagabundo por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva, y sus tierras (1989).

En 1942, la publicación de La familia de Pascual Duarte supuso un revulsivo dentro del desolador panorama de la narrativa española de postguerra. Su excelente estilo se ponía al servicio del realismo más crudo y sin concesiones que dio lugar a la creación de una corriente denominada tremendismo. En 1957 ingresó en la Real Academia Española, pronunciando un discurso sobre La obra literaria del pintor Solana. El tono lírico se diluye mediante la utilización de la perspectiva múltiple en Pabellón de reposo (1943).

En 1944 se volverá hacia el molde picaresco para escribir Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, reconstrucción literaria que destaca especialmente por la riqueza léxica. En La Colmena, publicada en 1952 en Buenos Aires por los problemas que le causó la censura en España, el autor se comporta como el fotógrafo que sale a la calle con su cámara a cuestas para retratar lo que ve. En la obra, más de trescientos personajes, muchos de ellos sólo nominales, se entrecruzan en tres días de diciembre y por dos o tres barrios del centro de Madrid. En Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), tiene lugar un alucinado monólogo de una mujer con su hijo muerto, plasmado -nuevo experimento narrativo- a través de cartas que la mujer escribe. En La Catira (1955), la recreación de la naturaleza y el lenguaje venezolano.

En 1969 publica Vísperas, festividad y octavas de San Camilo de 1936 en Madrid (1969), ambientada en los primeros días de la guerra civil en Madrid y que le sirve para bucear una vez más en el primitivismo hispano, ahora analizando el cainismo de la sociedad española. Las últimas novelas del autor son: Óficio de Tinieblas 5 (1973), su obra más personal a la que se ha referido, como ya lo hiciera Espronceda con el Canto a Teresa como `una purga de mi corazón`, Mazorca para dos muertos (1983), Cristo versus Arizona (1988) y La cruz de San Andrés (1994). Entre 1956 y 1979, fue director de la revista mallorquina Papeles de Son Armadans, auténtico foro cultural de aquellos años. Son también de interés sus colaboraciones en libros de pintura como Gavilla de fábulas sin amor (1962, sobre Picasso) y El Solitario (1963, sobre Rafael Zabaleta), de fotografía, como Toreo de salón (1963).

Es autor de varios volúmenes de memorias y numerosos relatos, artículos periodísticos y trabajos de erudición, entre los que destaca su Diccionario secreto (1968 y 1971). Asimismo, es autor de una breve obra dramática compuesta por dos títulos estrenados en 1970: María Sabina y El carro de heno o el inventor de la guillotina, y de diversos ensayos sobre temas varios tales como Vuelta de hoja (1981), Rol de cornudos (1985) o Rol de comidas (1989). En el otoño de 1997, Camilo José Cela acabó la redacción de una obra de teatro titulada Homenaje a El Bosco, segunda parte, extracción de la locura o El inventor del garrote. En septiembre de 1999 presentó Madera de boj, la novela que aplazó hace diez años, al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1989.

En su importante faceta como articulista, colaboró con los periódicos El Independiente, El País, El Mundo, ABC, entre otros. En 1985 se constituyó la Fundación Camilo José Cela, con sede en el conjunto arquitectónico del siglo XVIII conocido como la Casa de los Canónigos, en Iria Flavia (Galicia), que alberga el legado del autor y tiene como principal objetivo la difusión y el estudio de su obra. En 1977 fue nombrado senador por designación real en las primeras Cortes Generales Constituyentes de la transición española, cargo que ejerció hasta 1979. En 1996 fue nombrado marqués de Iria Flavia. Murió el 17 de enero de 2002, en Madrid, y sus restos mortales fueron enterrados en su ciudad natal.
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CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1995
Discurso de CAMILO JOSÉ CELA



Señor. Señora.
Dignísimas autoridades. Señores académicos. Señoras y señores.
Merece la pena esperar los años que Dios disponga para recibir este premio de la mano
de Vuestra Majestad. Nunca se llega tarde a ningún sitio, jamás se nace ni se muere
cinco minutos antes, y todos los puertos son seguros tan pronto como se rinde en ellos la
más azarosa y difícil singladura. El tiempo lima las asperezas de la conciencia y amansa
la voz del hombre si se acierta a ponerla a remojo en el benevolente rocío de la
paciencia; aliado con el tiempo, al decir de Shakespeare, al miserable no le queda más
medicina que la esperanza: ni siquiera la caridad ni el azar aunque quizá sí el amor y la
fe, esas dos palancas que sólo los más clementes dioses enseñan a manejar a los
elegidos. Hay que dar tiempo al tiempo para que pueda granar con opimo provecho y no
se debe ensayar a acelerarlo puesto que jamás abdica de su ritmo previsto y cadencioso
o vertiginoso, según se mire. El mundo es tal cual se nos presenta y para San Agustín, el
mundo de nuestros afanes y nuestras impaciencias, el mundo en que vivimos, se hizo no
en el tiempo sino al mismo tiempo que el tiempo, ya que el tiempo no existía antes del
mundo.
En mi espera, eso tan parecido al vicioso naipe solitario, jamás perdí la esperanza,
aunque a veces la vi tan huidiza como una liebre en campo abierto y, en los instantes de
mayor desconcierto e impaciencia, en las pausas que alimentaban de aire la
desesperanza e incluso el estupor, siempre busqué cobijo a la sombra de Tirso de
Molina y de Antonio Machado, aquellos dos hábiles prestidigitadores de la palabra
cuando, prestando oídos al saber popular, decían que el que espera, desespera: ¡qué
verdad tan verdadera! La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al
revés.
Dentro de pocos días, Deo volente, voy a cumplir ochenta años; el novelista Gutiérrez
Gamero, de las Reales Academias Española y de Jurisprudencia y Legislación, hubiera
dicho "mis primeros ochenta años". Pues bien: a los ochenta años y caminando ya, en
consecuencia, por el último recodo del sendero de la vida, se hacen sinceras las
humildades, honestos los propósitos y circunstanciadas y serenas hasta las vanidades.
Este oficio que ejerzo y en el que todavía no me corté la coleta, me dio todo lo que le
pedí y más, sin duda alguna, de lo que hubiera merecido. Cuando me concedieron el
premio Nobel pensé que cuatro o cinco escritores españoles de mi generación lo
hubieran podido recibir al mismo tiempo y aun antes y con mayor mérito y dignidad que
yo, y ahora que recibo el Cervantes no puedo desechar de mi mente la idea de que lo
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1995
Discurso de CAMILO JOSÉ CELA
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consigo amparado por la fortuna y ayudado por la siempre generosa casualidad. Dos
alemanes acuden a sacarme de dudas: Schiller, que supone que sólo cuando está maduro
cae el fruto de la suerte, y Schopenhauer, que piensa que la suerte echa las cartas pero
nosotros las jugamos. Al primero le expreso mi gratitud por advertirme que mi obra no
maduró hasta hoy, supuesto que ni pongo en cuarentena, y al segundo le digo que sé de
sobras que en la timba de la vida me tocaron muy buenas cartas: la verdad es que casi
no tuve ni que jugarlas.
Es mi voluntad de hoy, también mi deber, el hablar, por tanto, con palabra mesurada
para decir lo que quisiera decir, porque aprendí de Aristóteles que el habla es la
representación de la mente y la escritura lo es del habla, y mi mente es hoy sosegada, mi
palabra aspira a ser clara y mi discurso, lo que antes fue mi escritura, pretende enseñarse
diáfano y sincero; sé de sobras que, tal como pensaba Gracián que decía Fernando el
Católico, es la espera fruta de grandes corazones y muy fecunda de aciertos, ya que en
los hombres de pequeño corazón ni caben el tiempo ni el secreto. Quizá nuestra mejor
prudencia sea la de hablar, con muy discreta razón, con la palabra de Cervantes, el
hombre a quien zurró el destino y derrotó la envidia, el árbol frondoso a cuya sombra
nos acogemos respetuosa y devotamente.
Hablé poco antes del largo trecho que hube de recorrer hasta llegar a este gozoso
momento de hoy; Cervantes, en Persiles y Sigismunda, me trajo el consuelo al decirme
que no hay ningún camino que no se acabe, como no se le oponga la pereza y la
ociosidad. Aunque la sabiduría no es pegadiza -recuérdese que todo se contagia menos
la hermosura-, sí es, al menos, manantial de consuelo y esperanza y próvida fuente de
abiertos y bien dibujados horizontes; cuando yo era pequeño oí decir -y creí a pie
juntillo- que la mejor medicina contra la pereza era la diligencia, y ahora veo cuán cierto
era lo que tuve la bienaventuranza de aprender a su debido tiempo.
En este trance para mí tan vitalizador y solemne, quisiera alabar la palabra y confesar mi
amor por la palabra; para ello empiezo por declarar mi buen deseo de ahorrar palabras
para decir lo que pienso, recordando que Cervantes, también en el Persiles, nos advierte
que no hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca y en el Quijote
nos avisa de lo mismo cuando pide brevedad en los razonamientos, ya que ninguno es
gustoso si es largo; en la misma obra alerta contra el énfasis al pedir llaneza, puesto que
toda afectación es mala.
Amo la palabra ya que en ella habita la idea y reside el primer huevecillo de la
literatura, ese raro y punto menos que misterioso planeta cuya consideración hoy nos
convoca aquí, en esta mañana de primavera. Goethe temía a las palabras, en plural -en el
Fausto dice que cuando faltan ideas siempre hay palabras para substituirlas-, pero yo
hablo ahora de otra cosa, yo discurro ahora sobre la palabra en singular esencia.
Amo siempre la palabra como a veces se ama a una mujer, con frenesí, pasión e
inconveniencia, y este desmelenado amor me envara el sentimiento porque, otra vez el
Quijote, donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. Y puesto que
amo la palabra también alabo, oso y me arriesgo a alabarla, aun corriendo el riesgo de
darme de hoz y coz con el envés de mi propósito puesto que, de nuevo el Persiles, la
alabanza tanto es buena cuanto es bueno el que la dice, y tanto es mala cuanto es vicioso
y malo el que alaba. Confiemos una vez más en la suerte.
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En El laberinto de amor Cervantes canta en verso de romance:
Es el amor, cuando es bueno,
deseo de lo mejor;
si esto falta, no es amor,
sino apetito sin freno.
Y aquí se me presentan primero la duda y después el estupor porque, ¿amo yo así a la
palabra y a su bosque umbrío, la literatura? ¿Les deseo lo mejor y no lo más duradero y
bello y eficaz? ¿Estaré confundiendo el amor con el desenfreno? ¿Estaré tomando el
rábano, por las hojas y los celos por los temores? ¿No será Cervantes el equivocado al
querer ponerle puertas al campo del amor? Tampoco es ese el camino por el que haya de
seguir porque las apologías, como los ditirambos y los arrebatos nadan por diferentes
cauces que el sentimiento o el pensamiento en llamas.
Señor, Señora. Ya estoy llegando al fin, ya no me queda sino desollar el rabo de mi
discurso y os pido un poco de paciencia para escuchar mi última razón ya que, como el
solitario Amiel, no podría contentarme con tener razón yo solo. Hace ya algunos años y
con motivo de recibir el premio Príncipe de Asturias, tuve ocasión de decir en público y
ante un ilustre senado presidido por S.A. el Príncipe Don Felipe que en España, el que
resiste, gana. Lo dije en la noble ciudad de Oviedo y lo repito hoy, ante Vuestras
Majestades y también el instruido y selecto cónclave que nos arropa y en la noble
ciudad de Alcalá de Henares, a .medio camino entre la capital de España y el paraíso.
Sí me permitiría aclarar con mi voz más desnuda y sincera, sí quisiera pregonar con mi
acento más cierto y verdadero, que esta victoria de hoy no es mía sino de la palabra
dicha en español y a esta o a la otra orilla de la mar, que acierta a comparecer ante
Vuestras Majestades en cada aniversario de Miguel de Cervantes y resistiendo siempre
todas las tarascadas. Yo no soy más que el cambiable excipiente de la medicina de la
literatura (úsese y tírese). Cervantes dice, en las misteriosas y enriquecedoras páginas
del Persiles, que el arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades
del alma. No puedo arrepentirme de haber visto pasar la vida entera con la pluma en la
mano, yo ya no puedo dar marcha atrás por haberme pasado la vida escribiendo,
tampoco quiero ni debo hacerlo y proclamo mi lealtad a mi oficio. Me reconforta pensar
que la palabra tiene su mejor premio en sí misma, y doy gracias a Dios, también a los
hombres, por no haberme querido mudo ni muerto.

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