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miércoles, 19 de febrero de 2014

Eugen Berthold Friedrich Brecht

 
(Eugen Berthold Friedrich Brecht; Augsburg, 1898 - Berlín oriental, 1956) Escritor alemán. Además de ser uno de los dramaturgos más destacados e innovadores del siglo XX, cuyas obras buscan siempre la reflexión del espectador, trató también de fomentar el activismo político con las letras de sus lieder, a los que Kurt Weill puso la música.
Comenzó en Múnich sus estudios de Literatura y Filosofía en 1917, a los que añadiría posteriormente los de Medicina. Durante la I Primera Guerra Mundial comenzó a escribir y publicar sus obras. Desde 1920 frecuentó el mundo artístico de Múnich y trabajó como dramaturgo y director de escena. En este entorno conoció a F. Wedekind, K. Valentin y L. Feuchtwanger, con quienes mantuvo siempre un estrecho contacto. En 1924 se trasladó a Berlín, donde trabajó como dramaturgo a las órdenes de Max Reinhardt en el Deutsches Theater; posteriormente colaboró también en obras de carácter colectivo junto con Elisabeth Hauptmann, Erwin Piscator, Kurt Weill, Hans Eisler y Slatan Dudow, y trabó relaciones con el pintor Georg Grosz.

Bertolt Brecht
En 1926 comenzó su dedicación intensiva al marxismo y estableció un estrecho contacto con Karl Korsch y Walter Benjamin. Su Dreigroschenoper (Opera de cuatro cuartos, 1928) obtuvo en 1928 el mayor éxito conocido en la República de Weimar. En ese año 1928 se casó con la actriz Helene Weigel.
Será en 1930 cuando comience a tener más que contactos con el Partido Comunista Alemán. El 28 de febrero de 1933, un día después de la quema del Parlamento alemán, Brecht comenzó su camino hacia el exilio en Svendborg (Dinamarca). Tras una breve temporada en Austria, Suiza y Francia, marchó a Dinamarca, donde se estableció con su mujer y dos colaboradoras, Margarethe Steffin y Ruth Berlau. En 1935 viajó a Moscú, Nueva York y París, donde intervino en el Congreso de Escritores Antifascistas, suscitando una fuerte polémica.
En 1939, temiendo la ocupación alemana, se marchó a Suecia; en 1940, a Finlandia, país del que tuvo que escapar ante la llegada de los nazis; y en 1941, a través de la Unión Soviética (vía Vladivostok), a Santa Monica, en los Estados Unidos, donde permaneció aislado seis años, viviendo de guiones para Hollywood. En 1947 se llevó a la pantalla GalileoGalilei, con muy poco éxito. A raíz del estreno de esta película, el Comité de Actividades Antinorteamericanas le consideró elemento sospechoso y tuvo que marchar a Berlín Este (1948), donde organizó primero el Deutsches Theater y, posteriormente, el Theater am Schiffbauerdamm. Antes había pasado por Suiza, donde colaboró con M. Frisch y G. Weisenborn.
En Berlín, junto con su esposa Helene Weigel, fundó en 1949 el conocido Berliner Ensemble, y se dedicó exclusivamente al teatro. Aunque siempre observó con escepticismo y duras críticas el proceso de restauración política de la República Federal, tuvo también serios conflictos con la cúpula política de la República Democrática.

martes, 18 de febrero de 2014

Novalis. Los Himnos a la Noche y la poesía romántica. Valmore Muñoz Arteaga.

 
Friedrich von Hardenberg (Novalis)
Los Himnos a la Noche y la poesía romántica
Valmore Muñoz Arteaga







1.- Introducción Biográfica


En las últimas décadas del siglo XVIII surge el movimiento romántico como expresión contra los cánones y moldes del clasicismo y academicismo artísticos y literarios. Entre sus figuras más representativas se encuentra Friedrich Leopold von Handerberg (Novalis1), quien nace el 2 de mayo del año 1772 en la hacienda paterna de Oberwiederstädt, en el Condado de Mansfeld (Alta Sajonia2); fruto del segundo matrimonio de Erasmus von Hardenberg con Auguste Bernhardine von Bölzig. De los once hijos de esta unión, tan sólo uno sobrevivirá a su madre, toda su prole desapareció en brazos de la tisis. El círculo familiar del joven Novalis está gobernado por la religiosidad pietista de la casa paterna, anexada a la secta de los Hermanos moravos3, el modo de vida de la aristocracia culta de la Alemania de fines del siglo XVIII, la vida bucólica y, al residenciarse la familia en 1878 en Weisenfels, donde el padre de Novalis recibe el nombramiento de director de las salinas de Artern, un creciente interés por la minería. No se avizoraba en el niño nada que hiciera concluir alguna inclinación por las letras. A partir de los 9 años de edad, y luego de superar una grave enfermedad, comienza a dar muestras del genio que lo caracterizará más adelante.


Su acercamiento a las Ciencias y a las Letras se inicia desde el hogar, en el espíritu quietista del hernutismo. Parte a residenciarse en la mansión de un tío suyo, Friedrich Wilhelm von Hardenberg, ubicada en Locklund. El tío era poseedor de una amplísima biblioteca, allí entre centenares de libros se diluían los sueños del adolescente. En 1789 ingresa a estudiar en el de Eisleben, allí se terminaría de formar su espíritu protestante.

En 1790 se inscribe en la Universidad de Jena para estudiar filosofía. La templada autoridad de la casa paterna palideció ante el avasallante entusiasmo del joven estudiante por su maestro y profesor Friedrich von Schiller. El ambiente de la ciudad lo absorbe por completo, la vida culta y artística de Jena será fundamental en su formación y complementará a la propia Universidad. En Leipzig, donde dará continuidad a sus estudios, entablando luego conocimiento y amistad con los hombres cuyo mundo espiritual -que era el propio del Romanticismo temprano- habría de desplegar la más concluyente influencia sobre el poeta y pensador Novalis y cuyos nombres surgen inscritos con letras doradas en la historia del pensamiento alemán Tieck4 y los hermanos Schlegel5.

De estos jóvenes, casi todos de la misma edad de Hardenberg, fue sobre todo Friedrich Schlegel, el entusiasta de Winckelmann y erudito conocedor de la poesía antigua, quien había de convertirse en amigo entrañable de Novalis y acercarle a Fichte, a la vez que le orientaba hacia un humanismo estético y sentaba los cimientos de su interpretación de la historia. Las influencias de este ambiente, en el que, pese a su positivo valor formativo, flotaba mucho de las nebulosas concepciones de los románticos favoreciendo el pensamiento inclinado a lo fantástico e irreal de Novalis, fueron contrarrestadas hasta cierto punto por el estudio de la minería en Freiberg, en cuya famosa escuela de minas el poeta estudió y escuchó más tarde las enseñanzas del prestigioso geólogo Werner para poder aspirar a un cargo en las salinas del Estado de Sajonia (ASÍS CABALLERO, 1974: 279)

Durante el año de 1794 se produce un suceso trascendental en la breve vida de Novalis que habría de sustentar su obra mucho más allá de todas las lecturas y amistades que ya tenía. Conoce a Sophie von Kühn, hijastra de un aristócrata de Rokkenthien, una jovencita que no cumple todavía los trece años, "y se siente arrebatado por un irresistible sentimiento amoroso hacia la joven, que pocos meses después es su prometida" (Ob. Cit. 280). Sophie no fue en modo alguno el primer amor de Novalis, al parecer y como queda evidenciado en la correspondencia entre sus hermanos, el poeta fue un constante enamorado. Sólo que un episodio doloroso hará que este amor se transforme en algo que traspasa los linderos de la realidad. Dos años después de iniciarse los amores entre ambos, ella muere. "Fue esta separación inmensamente dolorosa la que, como una tremenda catarsis, abrió en el alma de Novalis una dimensión metafísica y mística que caracteriza virtualmente toda su obra" (Ídem.) El culto de la amada muerta se transforma en adelante en el momento decisivo de la actitud vital de Novalis; toda su obra, sus apuntes y anotaciones del diario así lo aseguran.

Después de culminar sus estudios profesionales en Wittenberg y de haber sido iniciado en la práctica de la administración en Tubinga. Siente la vocación de fundar un hogar propio; parece como si su trabajo y su juventud fuesen alejando de él poco a poco, insensiblemente, la imagen de Sophie y el anhelo de la muerte. En el comienzo de los treinta años formaliza sus relaciones con Julie von Charpentier. En 1800 se traslada a Dresde para spirar a una plaza de jefe de administración, que le permita asegurar el porvenir económico de su futura familia, pero el destino vuelve a jugar con el alma sensible del poeta, esta vez para extinguirla. Sufre una hemptisis6 y en la noche del 15 de marzo de 1801, mientras dormía, Novalis deja este mundo.


2.- Romanticismo alemán
Durante las primeras tres décadas del siglo XIX, prospera en Alemania, en torno a la longeva y serena figura de Goethe, el período propiamente romántico de su literatura, y haciendo casi imposible determinar una fecha para su desaparición, ya que todas las figuras posteriores como Mörike, Lenau y Heine se verán seducidos por el discurso romántico, haciéndose extensivo -de alguna manera- en la obra de Hermann Hesse y Thomas Mann. Dentro del Romanticismo europeo, la contribución teutona se distingue por su profundidad, que logra emparentarse con la filosofía, con que se radicalizan los principios de la nueva tendencia.

Tomando a los filósofos como punto de referencia externo, podríamos decir que, después de la revolución efectuada por Kant, el Romanticismo nos da su mentalidad reflejada en forma abstracta por Fichte, para cerrarse e en Hegel. Se trata, pues, del idealismo en su punto extremo, en que el hombre, prescindiendo del desinterés objetivista de la filosofía clásica, parte de un sentido ético, de exaltación de la nobleza y la libertad del espíritu, para considerar la realidad entera determinada y valorada sólo por éste (VALVERDE, 1971: 30)

Cuando Fichte dice que el YO se opone al NO-YO al oponerse a sí mismo, esta fría fórmula significa que el espíritu adopta su posición por su propio impulso íntimo, y que esta posición configura el modo de ser de toda la realidad (Ídem.) La cosa en sí se cambia en algo, no sólo recóndito, sino aterrador, que es necesario someter con el alma. La individualidad humana se transforma en un momento del gran Espíritu, concretándose en los hombres y tomando actitudes estructuradoras del mundo; en tal sentido manifiesta Fichte que la filosofía dependerá de la clase de hombre que la elabore.

Entre las filosofías no habría diferencias de mayor o menor aproximación a una realidad objetiva -éste es el sentido de tal afirmación-, sino de altura moral, de soberanía sobre el exterior, de independencia autodeterminadota. El primer resultado del idealismo es la fusión -y aun la confusión- de todos los aspectos de lo real en una gran unidad subyacente y semivelada (Ídem.)

Dentro de la literatura las estructuras del discurso y la propia obra sufren una desvalorización, con la finalidad de exaltar lo que para ellos es lo único importante: el Espíritu magnífico y libre. De allí que la mayor parte de las producciones (literarias y artísticas, en general) del momento brinden un talante tan original y paradójico. En otro sentido, se hace particular en el romántico alemán ser muy emancipado y abierto, y a la vez luchar contra su propia naturaleza humana que lo inclina hacia una tendencia sostenida por el orden, cobijándose la más de las veces en la Iglesia Católica, "por una admiración externa de carácter estético, y por una nostalgia de seguridad y jerarquía, tal vez sin auténtica fe en algún caso" (Ídem.) Así lo afirma el poeta Caspar David Friedrich:

El arte no debe en modo alguno proponerse el engaño, y ejecuciones de tal dimensión constriñen la imaginación del espectador; la imagen sólo debe insinuar, y, ante todo, excitar espiritualmente y entregar a la fantasía un espacio para su libre juego, pues el cuadro no debe pretender la representación de la naturaleza, sino sólo recordarla (VARIOS, 1994: 53)

Otro poeta y filósofo, Wilhelm Heinrich Wackenroder, apunta:

Siempre se han apuntado y vuelto a contar algunas anécdotas de artistas, o sostenido y defendido sin cesar algunos lemas significativos; y ¿cómo ha sido posible que fuese tan superficial la admiración con que se escucharon, que nadie haya sido capaz de vislumbrar en esos elocuentes signos lo más sagrado del arte, a lo que aluden? ¿Y por qué no reconocer también aquí, como en la naturaleza restante, la huella del dedo del Creador? (Ídem.)

El romántico alemán, sin duda por ser el más romántico de todos los europeos, subyugan y desdeñan los éxitos literarios con la finalidad de glorificar al Espíritu donde todo puede palidecer. El romántico alemán construye su conocimiento en forma de puente que lo conecta con el campo de la espiritualidad:

Hat Christus sich mir gegeben,
Und bin ich seiner erst gewi
Wie schell verzehrt ein lichtes Leben
Die bodenlose Finsternis
Mit ihm bin ich erst Mensch geworden;
Das Schicksal wird verklärt durch ihn,
Und Indien mu selbst im Norden
Um den Geliebten fröhlich blühn
7
(NOVALIS, 1995: 82)



En el discurso se dejan ver una serie de aspectos que alimentan la llama romántico y ese entusiasmo espiritual: la Edad Media, Grecia, Oriente y la Iglesia Católica. Dentro del romanticismo germano figuran nombres de primera categoría como Hölderlin, Jean Paul (Johann Friedrich Richter), Clemens Brentano, Ludwig Tieck, E. T. A. Hoffmann, entre otros.

Friedrich Hölderlin (1770-1843), su obra se reduce a una novela lírico-epistolar, Hyperion, una tragedia que quedó inacabada, Der Tod des Empedokles (La muerte de Empédocles), y un grupo de poemas, publicados algunos en vida y otros después de su muerte. Desde muy joven el poeta evadió el mundo cotidiano para refugiarse en un trasmundo irreal, edificado fundamentalmente sobre lecturas griegas clásicas, llegando a fundirse con aquella lejana cultura que la convirtió en su realidad. En su poética se presenta una exaltación del mundo helénico, sobre la base de su creencia de que los ideales de la humanidad los personificó en el arquetipo griego. El helenismo lo llevó a considerar al poeta como un tendido entre lo glorioso y la mediocridad de lo terrenal. La fuerza espiritual se concentró en el idealismo de la libertad, corriente que ya tenía sus orígenes en la filosofía de Kant, Schiller y Humboldt. Hölderlin quedó profundamente entusiasmado por la revolución francesa y el significado de esta en los fragmentados pueblos alemanes.

Jean Paul (1763-1825) (Johann Friedrich Richter) produjo amargas sátiras en su juventud; sus escritos posteriores son más imaginativos y sentimentales. Alcanzó su mayor éxito con la novela sentimental Hesperus (1795). Titán (4 volúmenes, 1800-1803), una novela que contiene elementos autobiográficos y que discute las ideas revolucionarias de la época, es considerada su mejor obra. También publicó ensayos, reseñas críticas y varias obras teóricas, como Preestadio de la estética (1804), sobre la poesía, y Levana (1807), un corto tratado sobre la educación. Su autobiografía inacabada es considerada su mejor obra romántica.

Clemens Brentano (1778-1842) pertenece a la segunda generación del romanticismo. Desde muy temprano entró en contacto con la historia de la literatura alemana (su madre fue pretendida por Goethe, y su abuela por Wieland). Al igual que Novalis, ingresa en la Universidad de Jena. Luego de su tercer matrimonio, se convierte al catolicismo renunciando a su vida mundana y literaria. Brentano consideró a la poesía como una falsedad, un espejismo engañoso que se niega a reflejar la imagen de Dios. Estuvo poderosamente influido por Boccaccio, Calderón y Hölderlin. En sus poesías, novelas y teatro, abundan las imágenes fantásticas y las expresiones sorprendentes. Con su cuñado, Achim von Armin, editó una colección de poemas populares alemanes, El niño y el cuerno encantado (3 vol., 1806-1808), que sirvió de letra para un ciclo de canciones de Gustav Mahler. Brentano escribió muchos relatos, entre los que se cuenta el notable El bravo Gasparcito y la bella Anita (1817). Durante sus últimos años, especialmente en el Romancero del rosario, publicado póstumamente (1852), Brentano dedicó su genio literario a propagar la fe de la iglesia Católica.

Ludwig Tieck (1773-1853) considerado por algunos críticos como ejemplo del poeta romántico. Su poesía suelta, formada bajo la sombra de Goethe, aporta la introspección sentimentalista propia del momento. Lo que puede rescatarse como valioso es la obra dramática de Tieck, sin olvidar su novela William Lovell, interesante porque desnuda la desintegración moral de un espíritu atormentado.

Es difícil definir las obras teatrales de Tieck porque tienen un intermitente carácter de parodia que las hace muy peculiares. Algunos de sus pasajes servirían para ilustrar el sentido de la ironía romántica; personajes que de pronto denuncian lo absurdo de la convención escénica, o se asombran porque se produce algo que no estaba en el papel, etc. (Ob. Cit, 1971: 36)

Tieck fue el introductor de Shakespeare y Cervantes en Alemania, les tradujo casi toda sus obras.

E. T. A. Hoffmann (1776-1822), escritor y compositor alemán, una de las figuras más representativas del romanticismo alemán. Pero Hoffmann es conocido sobre todo como escritor. Sus obras de ficción, que combinan lo grotesco y lo sobrenatural con un poderoso realismo psicológico, influyeron mucho en el romanticismo europeo. Las más famosas quizás sean los cuentos fantásticos en los que Jacques Offenbach basó su ópera Los Cuentos de Hoffmann (1880) y Léo Delibes su ballet Coppélia (1870). Su personaje del Kapellmeister Kreisler también inspiró la obra para piano Kreisleriana del compositor alemán Robert Schumann. Muchos de sus cuentos más populares los reunió en el libro Piezas fantásticas (2 volúmenes, 1814-1815), que además contiene una colección de crítica musical y sus propias ilustraciones. También escribió la novela Los elixires del diablo (1815-1816), famosa por el uso de un personaje doppelgänger, (‘un doble fantasmal’). Compuso música religiosa, lieder, algunos conciertos, piezas para obras teatrales; su ópera Ondina (1816), influyó en compositores posteriores, como Weber.


3.- Los Himnos a la Noche (Hymen an Die Nacht)
Los Himnos a la Noche constituyen una de las obras más hermosas del romanticismo universal. Fueron publicados en 1800. La redacción de los himnos está vinculada con la muerte de Sophie von Kühn, en 1797. Días después Novalis pierde a su hermano Erasmo. La sombra de los muertos y sobre todo de la muerte se posa sobre la cornisa de la cotidianidad de Novalis. Los estudios más modernos aseguran que los Himnos fueron escritos entre 1799 y 1800, y luego publicado por vez primera en Athenaeum, que editaban los hermanos Schlegel, en agosto de 1800, aunque todo apunta a que hubo una edición anterior en verso libre. En todo caso, es una colección de poemas en donde a la diurna fe de la Antigüedad se contrapone la concepción de la noche como misterio creador de la vida y de la muerte, del milagro y de la redención cristiana.

El poema de la noche principia con una pequeña súplica que ensalza el reino de la luz, pero únicamente para que en violenta discordancia el poeta se aleje de ella y se regrese hacia la misteriosa noche: "Abwärts wend ich mich zu der reiligen, unaussprechlichen, geheimnisvollen Nacht. Fernab liegt die Welt -in eine tiene Gruft versenkt- wüst und einsam ist ihre Stelle"8 (Novalis, 1995: 26).

En la oposición entre los dos términos, luz y sombra, día y noche, se sostiene y nivela toda la construcción de los himnos, pero en los términos y en su confrontación se enlaza un manojo enmarañado de significados. Lo múltiple, la variedad del contenido en la unidad de una intuición es concepto principal en Novalis.

Los dos primeros poemas himnos en una sucesión vertiginosa de imágenes ponen en manifiesto el sentido oculto en los símbolos del día y la noche, oponiéndolos: la luz es el reino de la acción y el movimiento incesante, el lugar del trabajo, de la actividad, del infausto trajín; es el reino de los límites y las diferencias, de la separación y la determinación, de las cosas distintas: "Buscamos por doquiera el absoluto (das Unbedingte: lo no cosificado) y sólo encontramos cosas", dice un fragmento de 1797. (FERRARI, 1995: 12)

La luz representa a su vez en este primer enfoque, el tiempo restringido de la vida, la vida como determinación del tiempo; por ello Novalis la simboliza como el mecanismo del reloj; y sin embargo en las primeras líneas la luz aparece como "alma íntima de la vida", como la esencia que respira el poeta, figurado en la alusión al egregio extranjero en cuyos labios abunda el canto (Ídem.) La luz se hace esencia destilada que respiran todos los hombres y seres terrenales convive en estos primeros himnos con una luz imaginada en su aspecto externo, acción y movimiento autónomo de la materia. ¿Juega Novalis con dos significados del concepto de luz?, la que podemos denominar de la hora, la cotidianidad, la vigilia, ahuyentadora del sueño, del amor y de la noche; y a la otra, la luz primigenia y trascendente, hogar donde coexisten los dioses, la de la deshora, del ensueño; es a ella a la que canta el poeta durante esos primeros cantos.

Así nacen desde la luz, los hijos de la Madre Noche que circunda en su manto a los amantes y a los afligidos. Uno por uno de sus atributos se oponen a los de la luz: es la eternidad y la infinitud sin tiempo y sin espacio, la deserción de los límites, la indiferencia, la embriaguez -opio, vino y amor-, la unión amorosa, la inconciencia, todo lo que excluye en fin el trabajo diario, la reflexión sobria, el reloj (Ídem.); es la gran madre, la dueña del amor creador y por consiguiente Sophie es convertida en símbolo del amor y de lo eterno femenino. Ella es la primera síntesis entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte, entre el fuego y el agua; aquella que guía al poeta por los túneles de la noche que no es otra cosa que la propia vida, la vida que está por encima de la muerte y lejos de la luz terrestre.

La visión de Sophie se hace, a partir de ahora, la mediadora entre la vida y la muerte, entre la luz y la noche. Desde el corazón de la Muerte la Madre tiende su mano salvadora al hijo para dar pie a una nueva cadena que sustituye las cadenas rotas de la luz. Todo se vuelve entonces otro mundo. El otro mundo: más allá, del otro lado, son términos claves en la poesía de Novalis en torno a los cuales gira su concepción de la noche. Al final del poema queda claro todo su sentido. Es una historia mítica del universo que resiste a la cronología y en la que el poeta afirma una concepción ahistórica de la realidad9. Al imperio del destino sigue la edad de oro, cuando dioses y hombres eran parientes y coexistían en el mismo paraíso. "El poeta alude sucesivamente a Tetis10, Hebe11, Dionisos, Deméter12 y Afrodita" (Ídem.) Los dioses hacen de la noche su nueva morada y la luz terrestre es despojada de su divinidad; y, por fin, advenimiento de Cristo quien surge como una transformación de las antiguas divinidades exiliadas.

Con el cristianismo se realiza la reconciliación en una nueva creación. Muere la muerte, que no es sino el tránsito a la vida eterna, y la unidad de la luz y la noche que al principio del poema se prefiguraba en Sophie se realiza totalmente en la faz del Padre que da figura a la claridad divina, conciliación de la luz y la sombra, como parece indicarlo un poema ligeramente posterior a los Himnos: "Cuando la luz y la sombra se acoplen de nuevo para volver a engendrar pura claridad" (Ídem.)

Finalmente, hay que acotar que los dioses no han muerto, tan sólo se han dormido en la noche y reaparecen siempre, grandiosamente transformados en Cristo y en la Virgen María; viven inmortales en el corazón del hombre, pues lo que canta Novalis no sucede en la historia sino que se da perenne y sincrónicamente en el alma humana como una acumulación de vivencias que le abren las puertas de la eternidad.


4.- Conclusiones
  • Novalis, así como el resto de los románticos alemanes, abrazará y confundirá todos los terrenos: la literatura y el arte figurativo, la Historia y las ciencias de la Naturaleza, Sociología y Psicología, Filosofía y Medicina, Política y Religión.

  • Los románticos descubrieron las fuerzas de la inconciencia y la subconciencia; el sueño, el presentimiento, la nostalgia, lo mágico y fantasmal, el magnetismo del alma y el enigma de los mitos.

  • El YO es asumido como principio del Universo, esta activa función se convirtió para el sentir poético de los románticos en una deleitosa contemplación de dicho yo como vía de acceso al Universo.

  • Toda la literatura romántica es una mezcolanza de formas: el drama tiende a la epopeya; la lírica, al puro sonido; la narración, al cuento de hadas. La arbitrariedad en el libre juego de las formas da nacimiento a un nuevo arte de lo grotesco.

  • La poesía romántica es progresiva y universal. Su función no consiste meramente en reunir todos los géneros poéticos divididos y en poner en contacto la Poesía con la Filosofía y la Retórica.

  • La poesía romántica anhelaba encerrar todos los temas y todas las formas en nunca conclusa evolución; era a la vez universal e individual, fantástica e irónica.

  • Lo que el romántico buscaba siempre en el mundo era la creación de su propia alma, una nostalgia de sí mismo y una vía hacia su propio interior: ensueño, recuerdo, pálpito y visión (MARTINI, 1964: 322)

  • La nueva sensibilidad romántica se refugia en el catolicismo.

  • El romanticismo alemán constituye la más rica manifestación del irracionalismo que aparece en todas las naciones europeas desde fines del siglo XVIII. Las frustraciones de la realidad fueron compensadas en forma de originalidad creadora y de nostalgia tanto de lo pasado como de lo futuro.



5.- Bibliografía
ASÍS CABALLERO, Francisco (1974) Friedrich von Hardenberg (Novalis) En: Forjadores del Mundo Contemporáneo. Tomo I. Barcelona: Planeta.

FERRARI, Américo (1995) Introducción En: Himnos a la noche / Cánticos espirituales. Valencia: Pre-Textos.

MARTINI, Fritz (1964) Historia de la literatura alemana. Barcelona: Editorial Labor.

NOVALIS (1995) Himnos a la noche / Cánticos espirituales Valencia: Pre-Textos.

SERRANO PONCELA, Segundo (1971) La literatura occidental. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

VALVERDE, José María (1971) Historia de la literatura universal Tomo 3. Barcelona: Planeta.

VARIOS AUTORES (1994) Fragmentos para una teoría romántica del arte Antología y edición de Javier Arnaldo. Madrid: Tecnos.


Notas:
[1] Novalis: Seudónimo procedente de la latinización del apellido von Rode (de Novali) de un antepasado del poeta. Este apellido, a su vez, proviene de la finca de Grossenrode, en tierras de Hannover, y significa campo recién roturado. Los contemporáneos acentuaban Novalis en la o de la primera sílaba.

[2] Sajonia (en alemán, Sachsen), estado federado (land) y región histórica de Alemania localizado en el extremo oriental del país, en la frontera con la República Checa y Polonia. Desde un punto de vista geográfico, el territorio se divide entre el sector meridional, dominado por las elevaciones de los montes Metálicos, y el sector central y septentrional, área de colinas atravesadas, en sentido latitudinal, por los valles fluviales del Elba y el Mulde.

[3] Hermanos Bohemos o Hermanos Moravos, sociedad religiosa establecida en Praga a mediados del siglo XV. Originalmente estaba compuesta por antiguos miembros de los husitas. También se les conoce con el nombre de Hermanos Unidos. En 1450 los Hermanos Bohemos se establecieron en las cercanías de Silesia y Moravia. Durante la Contrarreforma, alrededor del año 1600, esta comunidad casi desapareció al verse sus miembros forzados a convertirse a la religión católica romana. A pesar de esto, la sociedad de los Hermanos Bohemos no murió, y en 1722 algunos de sus componentes emigraron y se establecieron en Herrnhut, Sajonia, en las tierras del reformador religioso, Nikolaus Ludwig von Zirzendorf.

[4] Ludwig Tieck (1773-1853), escritor alemán, que fue uno de los líderes del romanticismo germánico. El más conocido de sus cuentos populares fue Eckbert el rubio (1796).

[5] Friedrich von Schlegel (1772-1829), crítico y filósofo alemán, nacido en Hannover, estudió derecho en las universidades de Gotinga y Leipzig. Dedicado a la literatura, escribió Los griegos y romanos (1797), entre otras obras sobre la antigüedad clásica. Desde 1798 fue el principal filósofo del primer movimiento romántico de la literatura alemana, expuso sus ideas en el periódico que él y su hermano August Wilhelm habían fundado, El Ateneo. Friedrich von Schlegel editó después otros periódicos y también dio clases de filosofía, historia y literatura. August Wilhelm von Schlegel (1767-1845), crítico, traductor y profesor universitario alemán. Nació en Hannover y se educó en la universidad de Gotinga. Como profesor de literatura en las universidades de Jena y después en Bonn, dedicó mucho tiempo a escribir.

[6] Hemoptisis: tos severa que origina un esputo espumoso teñido a veces de sangre.

[7] "Pero desde que Cristo / A mi se ha revelado / Desde que cierto estoy de su presencia / Una vida de luz en un instante / Las tinieblas sin fondo ha devorado / Con él por vez primera me he hecho hombre / Él ha transfigurado mi destino / Y hasta en el norte las lejanas Indias / Exultan y florecen / En torno del amado"

[8] "Apartado de ella, yo me vuelvo hacia la sagrada inefable misteriosa noche. Lejos yace el mundo -sepultado en honda cripta- desierto y solitario está su lugar"

[9] "Entendamos ahistórica sólo en la medida en que el poeta subsume la sucesión cronológica, la historia natural y la historia de la humanidad en una realidad absoluta que la trasciende como la muerte y la noche trasciende la vida y la luz que impulsa la actividad terrestre. Por lo demás, la lectura atenta de los Fragmentos revela en Novalis una mente hondamente inquieta por el futuro del hombre en esta tierra y por el devenir histórico como manifestación o fenómeno de la vida absoluta; en esta visión futuro y pasado aparecen como dos mundos de la realidad" (FERRARI, 1995: 24)

[10] Tetis (nereida), en la mitología griega, hija de las divinidades marinas Nereo y Doris, y la más famosa de las nereidas. La pretendieron Zeus, el dios supremo, y también Poseidón, dios del mar, quienes le comunicaron la profecía de que daría a luz un hijo que sería más poderoso que su padre. Fue entregada a Peleo, gobernador de los mirmidones, quien era considerado el más digno entre los mortales. De esta unión, Tetis concibió al héroe Aquiles.

[11] Hebe, en la mitología griega, diosa de la juventud, hija de Zeus y Hera. Durante mucho tiempo, Hebe cumplía la función de copera de los dioses, a quienes les servía néctar y ambrosía. El príncipe troyano Ganimedes la sustituyó en esta tarea. De acuerdo con una versión, dejó de ser copera de los dioses cuando se casó con el héroe Hércules, que acababa de ser deificado. Según otra historia, fue apartada de su lugar a causa de una caída que sufrió mientras servía a los dioses.

[12] Deméter, en la mitología griega, diosa de los granos y de las cosechas, hija de los titanes Cronos y Rea. Cuando su hija Perséfone fue raptada por Hades, dios del mundo subterráneo, el dolor de Deméter fue tan grande que descuidó la tierra; no crecieron plantas y el hambre devastó el universo. Consternado ante esta situación, Zeus, el regidor del mundo, pidió a su hermano Hades que devolviese Perséfone a su madre. Hades asintió, pero antes de liberar a la muchacha hizo que ésta comiese algunas semillas de granada que la obligarían a volver con él durante cuatro meses al año. Feliz de reunirse de nuevo con su hija, Deméter hizo que la tierra produjese flores primaverales y abundantes frutos y cereales para las cosechas. Sin embargo, su dolor retornaba cada otoño cuando Perséfone tenía que volver al mundo subterráneo. La desolación del invierno y la muerte de la vegetación eran consideradas como la manifestación anual del dolor de Deméter cuando le arrebataban a su hija. Deméter y Perséfone eran veneradas en los ritos de los misterios de Eleusis. El culto se extendió de Sicilia a Roma, donde se veneraba a estas diosas como Ceres y Proserpina.

© Valmore Muñoz Arteaga 2003
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero25/novalis.html




miércoles, 1 de enero de 2014

El diablo visita a Thomas Mann en el cincuentenario de su muerte.

A MIS AMIGOS BLOGUEROS.
Después de unos días de vacaciones, estamos de vuelta buscando para ustedes la mejor información a mi criterio de autores clásicos y contemporáneos. Gracias por seguirme.
J- MÉNDEZ-LIMBRICK.

El diablo visita a Thomas Mann en el cincuentenario de su muerte

En tres novelas axiales de Thomas Mann, La muerte en Venecia, La montaña mágica y Doctor Faustus, Franz rastrea la presencia, directa en unas, esbozada en otras, del diablo y su densa carga conceptual, y hace una defensa de la novela de ideas frente a la literatura light actual.
Octubre 2005 | Tags:
De la vasta obra de Thomas Mann —quizá el último escritor universal en el sentido que le dio Goethe a esa idea— escojo este personaje escondido y expuesto, esotérico y a la vez patente en el abigarrado arco de su edificio literario, al modo en que este mismo viejo personaje se "esconde" disimulado en la multitud que puebla los pórticos de ciertas catedrales: el diablo.
     En La muerte en Venecia (1912) el escritor Gustav Aschenbach, maduro y orgulloso, pero inconforme con la disciplina apolínea —y frígida— de su arte, pasea por las afueras de Munich. En la puerta de la capilla del cementerio (con su cúpula bizantina que ya evoca, por cierto, las de San Marco en Venecia) ocurre esta escena insignificante: un vagabundo pelirrojo le dirige una mirada colérica. Aschenbach repara en los labios retraídos que dejan a la vista los dientes largos, de perro gruñendo. Por alguna razón (como si ese vagabundo le trajera un mensaje) el escritor siente "una apetencia de lejanías, juvenil e intensa". Y decide partir a Venecia. A la mítica ciudad decadente, de fundaciones imprecisas, que se confunde con sus reflejos. Poco después de llegar al Hotel des Bains, en el Lido, Aschenbach se prenda —homosexualmente, por primera vez en su vida— del joven Tadzio, un adolescente de belleza angélica (el lector atento notará el contraste de este Luzbel con el otro, el "ángel" rabioso en el cementerio). Luego, el cólera llega a Venecia. ¿Como si hubiera seguido a Aschenbach? Todo el mundo abandona la ciudad en estampida, menos el escritor. Entendemos que mientras su ángel no parta, él tampoco se irá. Una noche (otra aparición inconexa, al pasar), un hediondo músico ambulante —pelirrojo, de fuertes dientes— canta estrofas obscenas frente al hotel. El escritor se siente mal, suda (en la película de Visconti, la tintura en las sienes de Dirk Bogarde se corre). La mañana en que Tadzio va a partir, este le hace una seña en la playa como invitándolo al mar, "a una inmensidad cargada de promesas"... Y Aschenbach (literalmente, en alemán: riachuelo de cenizas) muere. El ángel bello lo deja atrapado en la ciudad de los espejismos y las pasiones, en manos del ángel podrido de la peste, la vejez y también la liberación, la voluptuosidad de la muerte. "Y su alma conoció la lujuria y el vértigo de la aniquilación", había oído Aschenbach, cuando soñó con los festejantes de Dionisio ("el dios extranjero") que devoraban animales crudos.
     El artista apolíneo, prisionero de sus formas, de su férrea disciplina, siguió la invitación del diablo dionisiaco a una sensualidad que pudiera fecundar su arte (fertilizar ese arroyo de cenizas). Pero esta sensualidad no sólo lo inspira. También lo destruye, anulando su distancia con la "peste" de la vida y entregándolo a la pasión en su forma más radical: el padecer gozoso de la muerte.
     Sólo podemos sospechar hasta qué punto el Thomas Mann joven y riguroso se anticipaba —y deseaba— a sí mismo bajo el disfraz del maduro Aschenbach, agotado de su rigor, cediendo al fin a la pasión diabólica de la vida. Pero que ese diablo lo obsesionaba podemos colegirlo sin duda de que en los años siguientes Mann iba a elaborar mucho más esta mezcla fecunda y fatal.
      
     El corazón húmedo
     En La montaña mágica (1924) ese demonio doble se despliega en múltiples facetas contradictorias. Hans Castorp —recordémoslo—, un joven ingeniero naval, pragmático y satisfecho de la vida burguesa que tiene prometida, sube al sanatorio de Davos para ver a un primo aquejado de tuberculosis. Poco a poco, Hans va quedando atrapado por el hechizo de la montaña: la enfermedad (otra manera de la peste de la vida). Un día, el médico descubre una "mancha húmeda" en la radiografía del pecho de Hans. La metáfora es transparente: casi como si él lo hubiera deseado su corazón se ha "humedecido" (sensualizado, espiritualizado, diríamos).
     Agentes del embrujo que ha atrapado a Hans en la montaña son los "pedagogos" Naphta y Settembrini. Ambos viven en la misma casa, no lejos del sanatorio. Naphta —el judío convertido en jesuita, conservador y reaccionario— en una "celda lujosa", cubierta de sedas, adornada por la réplica de una pietá sangrante. Settembrini —el humanista librepensador y revolucionario— vive y escribe arriba, en un austero desván con olor a granero y maderas calientes.
     Pronto Hans echa de ver que ambos "se disputan como pedagogos mi pobre alma, como Dios y el Diablo hacían con el hombre en la Edad Media". Pero ¿cuál es el diablo y cuál dios? Hans no lo sabe y nosotros tampoco quedamos seguros. Naphta es descrito como un diablo (por Settembrini): "Todos sus pensamientos son de naturaleza voluptuosa; porque están colocados bajo la protección de la muerte..." (nótese otra vez esa voluptuosidad de la muerte). Y Hans lo llama, entrañablemente, "pequeño jesuita y terrorista". Por su parte, Settembrini parece un eudaimon, un diablo o genio bueno. Aunque no tanto, porque con su fe apasionada en la revolución "era dudoso que se mostrase dispuesto a ahorrar la sangre".
     Naturalmente, en un sanatorio la enfermedad es un tema central en las discusiones de estos daimones o eudaimones. Naphta abomina de la salud porque esta es vida y la vida no es un fin en sí misma. Hay, debe haber, algo más allá. El dispensador de la enfermedad que acerca a la muerte es dios —que también es el demonio, esto es crucial en la teología de Naphta. Ambos son uno en su irracionalidad mística. Lo que corrobora las peores sospechas del racionalista Settembrini. El humanista, en cambio, cree en la vida. Pero así, claro, condena la enfermedad y la muerte —la tragedia— que son progenitores del espíritu, de esa espiritualización o elevación hacia lo trascendente que ha experimentado Hans al subir al sanatorio y enfermarse.
     Otro aspecto de la complejidad —y de la vigencia— de estos demonios es el político. Para Naphta la vida "se ha convertido en demoniaca" porque es capitalista. Sueña con una dictadura que imponga, si es necesario por el terror, el comunismo religioso. Oscuramente premonitorio, para Naphta el peor enemigo de la trascendencia espiritual (del Homo Dei) es el "economismo inglés", representado por el "capitalista republicano" que es Settembrini (y no podemos evitar oír allí el eco anticipado de cierto inquisidor romano, recientemente nombrado sucesor de Pedro).
     Hans se sume en una confusión (fusión de contrarios). Intuye que si ama al racionalista Settembrini, por su pasión, es el místico Naphta quien tiene la razón más a menudo. Esta paradoja marea y embriaga a Hans. Y contribuye a atraparlo en el hechizo de la montaña.
     La relación entre estos demonios es llevada por Mann a una síntesis no dialéctica, sino poética, en la famosa escena de la tormenta de nieve. Hans sale a esquiar y está a punto de morir perdido en la ventisca. Se adormece medio congelado —"muy inclinado a abandonarse a aquella confusión que quería tomar posesión de él"— y tiene un sueño. Ve una escena arcádica: el mar del sur, islas, jóvenes que danzan, un templo de hermosas columnas blancas. Al entrar en él, sin embargo, Hans descubre dos viejas brujas —dos bacantes, acaso— devorando a un niño. ¿Cómo no ver acá, travestidos, a los dos demonios que devoran el alma del joven Hans? (¿Y cómo no recordar el violento sueño dionisiaco de Aschenbach?).
     En la batalla de Naphta y Settembrini por el alma de Hans luchan dos cosmovisiones. Una concepción dualista: el mundo separado del espíritu (Settembrini); opuesta a una idea monista: el mundo es el espíritu, indisolublemente (Naphta). A su vez, Hans sintetiza y mezcla a esos opuestos en su "confusión". En él, las ideas absolutas de Settembrini y Naphta se cruzan sin reconciliarse creando ángulos opuestos por un vértice. Felicidad mayor la que nos depara Mann: ver representado en un personaje que no es un intelectual, ni un escritor —como habría hecho un autor posmoderno— la esencia de un "pensamiento literario": relativo, incierto, flexible a la contradicción, hecho de imágenes e impresiones. De algún modo, Hans representa ese pensamiento literario —y quizá el de Mann— que no termina de creer en todas estas ideas sino que las presenta en su flujo arremolinado y variable.
     Al final, cuando Naphta se suicida ambos contrincantes pierden. Settembrini, el ateo, experimenta una desconocida tristeza y grita: "Infelice, che cosa fai per l'amor di Dio". E intuimos que los demonios opuestos se aman en esa confusión fecunda que humedece el corazón de Hans.
      
     No te será permitido amar
     Veinte años más tarde, al escribir Doctor Faustus (1947), el demonio personal de Mann (la búsqueda de inspiración vital que hace el frígido Aschenbach en Venecia) converge con el de su nación destrozada por la guerra (la amenaza que se cernía sobre La montaña mágica).
     El narrador reflexiona sobre su famoso amigo, el músico Adrian Leverkühn, compositor del Canto de dolor del Doctor Faustus, preguntándose por la terrible fatalidad que acompañó a su búsqueda de genio. Dice: "En esa radiante esfera [del genio] el elemento demoníaco e irracional ha representado siempre un papel inquietante". Y más adelante lleva aún más allá su perplejidad ante ese elemento diabólico: "¿Qué esfera humana [...] puede en absoluto despreciar su fecundante contacto?" (itálicas mías).
     Adrian Leverkühn estudió teología, antes de entregarse a la música. Desde el comienzo su búsqueda fue la trascendencia, el absoluto. Sin embargo, queda inconforme con esos estudios ya que la teología en boga, liberal, "es débil porque su moralismo y su humanismo no perciben el carácter demoníaco de la existencia humana".
     Adrian se dedica entonces a la música. Prefiero sintetizar el complejo proceso intelectual y emotivo que lo lleva a ella con esta frase de Mann, tomada de su ensayo sobre Wagner: "La fraternidad musical con la noche y con la muerte". La música nos eleva, para mejor asomarnos al abismo. No en balde Nietzche —la otra influencia capital en Mann— considera a la música el único arte capaz de resucitar el espíritu perdido de la tragedia. Adrian sabe, sin embargo, que para asomarse a ese absoluto artístico —donde el individuo, el indiviso, se reparte dionisiacamente con el todo— es preciso ser un genio. Y también sospecha que serlo exige no sólo "ponerse en oposición con el mundo, con el término medio de la vida", sino una verdadera transubstanciación alquímica.
     En esa búsqueda, Adrian se acuesta con la "hetaira Esmeralda", a pesar de que ella le ha puesto "en guardia contra su cuerpo", contra la sífilis que porta el destino nietzcheano. Y así precipita el cambio "químico" en su cuerpo que derivará en la transubstanciación alquímica de su alma. (Una leyenda biográfica sugiere que algo similar le pasó precisamente a Nietzche).
     En adelante, Adrian compone algunas piezas de rara perfección. Sin embargo, no es todavía un genio. La música absoluta aún se le escapa. Algo falta. Poco después, estando el compositor en Italia —el diablo siempre se le aparece a Mann, el hijo de brasileña, en el sur— un viejo conocido nuestro lo visita. Y tiene lugar una de las escenas más geniales en la literatura del siglo XX (como si el demonio hubiera visitado también a Mann mientras la escribía).
     Al aparecerse el diablo en su cuarto Adrian tirita —no sabe si de frío o fiebre— y duda de sus sentidos. Pero el visitante lo desengaña rápidamente: "No soy una creación del foco [infeccioso] en tu pia mater, sino que eso es lo que te capacita para percibir mi presencia". Durante la entrevista el diablo va cambiando de aspecto (adaptándose a la melodía de la irónica conversación). Primero es pelirrojo —como el vagabundo de Munich y el músico ambulante de Venecia—, con "los pantalones indecentemente ceñidos, y zapatos amarillos" y una gorra ladeada. "Un strizzi, un afeminado". Luego cambia, habla como un crítico orgulloso y se parece a Naphta ("nariz aguda, frente pálida y abombada... un intelectual"). Ese demonio dice cosas interesantes, no sólo para Adrian, sino diabólicamente actuales y pertinentes para nosotros: "Hoy... el arte se torna crítica [...] Pero, ¿y el peligro de esterilidad...?".
     Adrian sabe la respuesta. "El carácter ilusorio de la obra de arte burguesa, con su nihilismo aristocrático" —vuelto parodia estéril de crítica musical, literaria, plástica, etc., agregaría yo, presa de un arrebato diabólico— sólo puede romperlo el entusiasmo vital del genio. Y este visitante irónico se lo corrobora: "Una inspiración verdaderamente inefable, arrebatadora, liberada de la duda [...] esa inspiración no es posible con Dios, que deja demasiado terreno a la razón; sólo es posible con el diablo, verdadero señor del entusiasmo".
     Ese entusiasmo —como el que quería Aschenbach, como el que encuentra Hans Castorp— es lo que ofrece el diablo en su visita a Leverkühn (y a Mann): "Te elevarás hasta el punto de una vertiginosa admiración de ti mismo, y crearás cosas que te harán experimentar un terror sagrado". A cambio sólo le pide —como es tradicional— su alma. Pero, ya que en el siglo xx esto no aterra a casi nadie —supongo— añade una cláusula que constituye el auténtico precio, con estas magníficas líneas: "Criatura de elección. Te has prometido y unido con nosotros. No te será ya permitido amar".
     La frigidez que afligía a Aschenbach se vuelve el precio del genio para Adrian Leverkühn. Será su infierno en la tierra. Toda una vida visitando a sus demonios capacitan a Mann para la visitación reveladora de esta dolorosa paradoja. El arte acerca a la vida distanciando al artista de ella. Palabra de diablo.

Dos apuntes diabólicos
     Un tema central en Mann es la civilización burguesa y liberal, su precariedad, que exige un control que a su vez posibilita sus logros espirituales. Thomas Mann, porque es un artista burgués convencido, sabe que esas mismas virtudes de control, de forma, son las que posibilitan un despliegue expresivo —y no caótico— del genio artístico. Por otra parte, ese control es diabólico. O dicho más sutilmente: ese control engendra al diablo del deseo sin el cual no habría arte, por ejemplo, ni civilización posible (que no fuera estéril).
     En efecto, esa metáfora va más allá del arte extendiéndose a la sociedad burguesa (de la cual el artista se aleja y al mismo tiempo, paradójicamente, a la cual se dirige). Hans Castorp, en su búsqueda de la enfermedad espiritual que lo "salva" de la satisfacción material, intuye algo de ese dilema. La vida burguesa entraña un pacto fáustico al revés: la renuncia a la pasión en pos de la medianía, esa aurea mediocritas horaciana. A su modo, es un pacto con el diablo de la seguridad, a cambio de sacrificar la aventura, el riesgo, la potencia de ser. "No te será ya permitido amar", no es sólo el precio que el diablo le pone al artista genial que quiere elevarse sobre lo humano, sino que puede ser el precio que pagamos todos los días por intentar ser civilizados en una sociedad "demasiado humana" (como habría dicho Nietzche).
     El otro apunte. Se ha acusado a menudo a Mann de falta de corazón, de frialdad, especialmente por la consideración racional que hace de los dilemas de sus personajes: esos interminables diálogos no acerca de sus sentimientos —como querría la novela burguesa, precisamente— sino acerca de sus ideas. La acusación no sólo es tonta, es algo peor, es insensible. No sólo las ideas son una pasión en Mann —casi siempre comunicada a sus lectores— sino que esa pasión —ese dolor— es un tema central de su obra. En esa distancia entre la idea y la realidad, entre el arte y la vida, nos ataja el diablo y nos tienta.
     A pesar de su lerda insensibilidad, aquella acusación contra el principal novelista intelectual del siglo veinte ha tenido un efecto dañino que llega hasta nuestros días. Entre los varios empobrecimientos de la ficción posmoderna habrá que contar también este triunfante y deplorable descrédito de la novela de ideas en general. Sustituida, cuando mucho, por la novela narcisista del escritor sin ideas. Al cual correspondería un lector hedonista —cuyo hedonismo miserable no incluiría el placer de pensar.
     Mann, como hijo convencido del siglo XIX burgués y liberal, fue dado por muerto varias otras veces en el curso de las décadas pasadas desde su fallecimiento (más recientemente por lo que Harold Bloom llama la Escuela del Resentimiento, que lo sepultó —a él y a la novela de ideas— en el mausoleo de los Dead White Males). Sin embargo hoy, a medio siglo de su muerte, en el contexto de un nuevo liberalismo triunfante y un aburguesamiento masivos, pocas voces literarias suenan más profundas y avisadas acerca de los valores espirituales —y los pactos fáusticos— que una época como esta ofrece al artista. Y, en general, a la sociedad contemporánea. -
Fuente: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-diablo-visita-thomas-mann-en-el-cincuentenario-de-su-muerte

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