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viernes, 12 de abril de 2024

PRINCIPIOS NOCTURNOS PREMIO ALBERTO CAÑAS 2020 EUNED FRAGMENTO

 



El pacto

Inglaterra, Ciudad de México, 1939-1987

A pesar de mis charlas políticas, reuniones literarias y conferencias en algunas universidades acá en Latinoamérica –porque la Segunda Guerra Mundial estaba a pocos meses de su inicio en el viejo continente–, muy dentro de mi persona supe que me faltaba el espaldarazo inicial para que otros escritores de primer orden me tomaran en serio.

Entonces, entré en crisis: viajé a Europa en el primer semestre de 1939, a muy pocos meses de que iniciara la guerra. Visité Francia, Alemania, Italia; me iba por varias semanas, aprovechando que mi padre me adelantaba unos dineros prometidos seis meses antes.

Pero, fue en Inglaterra –lugar de mis futuros proyectos literarios– en donde tuve mi encuentro con Astaroth. No; si ustedes están pensando que su aparición fue en un salón y en un claroscuro, están equivocados. Tampoco se me presentó en forma de perro de aguas, ni se me reveló con una enorme chiva mientras yo escribía aperezado en mi mansión de la campiña inglesa. Menos se presentó con los cachos en su frente o con patas de carnero. ¡Atavismos tontos! ¡Equivocados! Esas son habladurías de la gente para atemorizar, para inventar apoteósicos encuentros con este ser. ¡No!

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Sucede que, en Inglaterra, me iba a matricular en un curso de teoría literaria en la Universidad de Oxford, para olvidarme de mis fracasos literarios y para avivar en mi persona la necesidad de empujarme a unos deseos que se debilitaban más y más sin yo proponérmelo. Llegué esa mañana al auditorio principal de la universidad. Estaba colmado de estudiantes como yo, que hacían diferentes cursos universitarios y, en algunas carreras, la signatura era un simple requisito.

Fue ahí donde tuve mi encuentro. Fue ahí donde se me presentó.

Estaba sentado en el auditorio como un oyente o un estudiante. Yo diría, más que estudiante, parecía un profesor que escuchaba a un colega, pues, por alguna razón, tenía interés en lo que el profesor hablaba en el auditorio. Yo me senté varios asientos detrás del hombre y en oportunidades podía observarlo, esa observación que hacemos en forma involuntaria y percibimos un objeto o persona, pero lo hacemos sin precisar en realidad lo que estamos mirando.

Terminada la charla, en pocos minutos el auditorium quedó sin un solo estudiante. Justo cuando me aprestaba a salir, quedé de frente con el hombre. No lo podía creer, porque él estaba a unos cinco metros de mi persona y, sin yo saber cómo, apareció delante de mí.

—Yo a usted lo conozco —dijo el hombre, con perfecto acento británico.

—Creo que se equivoca, señor —respondí, aunque mi curiosidad me sobrepasó: me parecía una persona de vieja y añeja alcurnia y yo debía averiguar de quién se trataba. Me cautivó su acento británico de clase alta, me atrajo su bello traje de casimir color azul cobalto. Usaba unos espejuelos de oro redondeados y un bastón negro cuya empuñadura me pareció ser una bestia mitológica que no logré identificar.

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En el auditorium solo había dos personas: mi interlocutor misterioso y yo. Ocupado minutos antes por unos cincuenta estudiantes, ahora me parecía el lugar más desolado del mundo. Una especie de paisaje sin vida, frío, monocromático, estaba a nuestro alrededor. Ahora, las butacas eran de piedra y el recinto de maderas acogedoras y de una luz sensible al ojo se convirtió en un paisaje ancestral en donde intuía que ningún mortal había estado ni lo había visto jamás. La luz del auditorium se transformó en una luz opaca, sin brillo, para luego pasar a un color llameante y dorado, lo cual me produjo cierta modorra. Me quedé petrificado, escuchando al hombre, una vez que respondí en mi negativa de que nos conocíamos. Él replicó, sin tomar nota de mis últimas frases:

—¿No es usted el escritor Byron Deford? Es usted, ¿cierto?

Y se quedó mirándome con esa curiosidad del interlocutor que solo espera que le confirmen lo preguntado. Pero, no dejó que yo contestara. Agregó:

—Sí, es usted; yo lo conozco desde hace mucho tiempo. Usted está en Inglaterra porque desea darse un respiro a toda esa frustración que siente en su alma, en su espíritu. Su juventud se rebela cada vez que escribe en su vieja máquina Underwood para luego botar cientos de hojas papel periódico. ¿Verdad que no me equivoco? —añadió, con una gran insolencia que, a la vez, por su sinceridad, me dejaba desarmado.

Confieso que la curiosidad no me permitía tampoco ser grosero con mi interlocutor y en cambio empezó a corroer mi persona. ¿Cómo sabía que yo, Byron Deford, estaba pasando por una crisis existencial y, más que existencial, una crisis de escritor? ¿Cómo sabía de mi vieja máquina de escribir y los cientos de borradores que botaba al cestillo de la basura en semanas anteriores?

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—Mucho gusto en conocernos. Mi nombre es lord John Rutland, archiduque de... pero, no sería oportuno que le dijera archiduque de cuál región, jejeje —dijo el hombre, extendiendo su mano. Se quedó mirándome con complacencia y, más que eso, complicidad por sus últimas palabras acerca de mis frustraciones literarias, las cuales, en ese tiempo, yo no confesaba a nadie, ni a mi amigo Horacio Guerra. No perdía nada en contestar al hombre afirmativamente a su pregunta; en verdad me llamaba a la curiosidad y, ¿para qué mentir?, hasta me simpatizó su elegancia, tanto como su acento británico y aristocrático.

—Sí, lo soy... Digo, soy Byron Deford. Está usted en lo correcto, lord Rutland —contesté y disparé la pregunta, pues, equivocado o no sobre si era conveniente, no lo soporté; deseaba saber el cómo un hombre de anteojos con aro de oro, de impecable porte inglés y con educación y modales dignos de sus títulos nobiliarios me confesaba saber de mi persona:

—¿Cómo se enteró usted de mi máquina Underwood? —pregunté, sin atreverme a agregar el resto: cómo sabía que también tiraba al cesto de la basura cientos de páginas.

Lord Rutland no me dejó que continuara:

—También sé muchas cosas más de usted, secretos suyos. Conozco su pasado igual que la palma de mi mano, como dicen las personas, joven Byron Deford.

Al afirmar el hombre esto último, sentí un frío que me corría por dentro y percibí todo a mi alrededor sin vida: era una zona gris entre la vida y la muerte, desde donde él me dirigía sus palabras. Golpeteó levemente con su bastón el suelo, para que yo lo escuchara. Continuó:

—Y perdone, no es que yo sea una persona indiscreta... es que está en mi naturaleza conocer el hoy, el pasado y el futuro de las personas. ¡Ah, qué inmodesto de mi parte! ¡Perdón, perdón, joven Byron Deford! ¡Hablo más de la cuenta!

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Sonreí y dije:

—En verdad que usted me ha intrigado, lord Rutland, por lo que comenta de mi persona. Sí, en efecto, estoy acá en Inglaterra más que por estudios; estoy para obtener un nuevo aire, una especie de limpieza del alma, para recuperar fuerzas.

—¡Limpieza del alma! —interrumpió—. Me gusta, me encanta esa afirmación suya. No se imagina cuántas veces la he escuchado.

—¿Es usted acaso una especie de mago? Digo, porque conocer así las intimidades de las personas es tema de magia —aseguré, con aire medio jocoso, en el límite donde el interlocutor no sabe si uno lo dice en serio o, por el contrario, es una burla.

—La respuesta usted la sabe, joven Byron Deford, si yo soy un mago u otra persona que no desea aceptar. ¿Usted sabe quién soy? ¿Me tiene miedo? ¡No lo creo! ¿Todavía usted posee dudas? A lo mejor soy un simple charlatán o un loco escapado de algún psiquiátrico de Londres. Por ejemplo, sé que su frustración proviene de que usted tiene ya veintiún años y también que acaba de publicar un libro de cuentos en su país con uno de los “grandes” escritores, con su padrinazgo; pero, no ha sucedido nada: una crítica famélica, raquítica, insulsa, ni buena, ni mala. Y eso, a usted, joven Byron Deford, lo tiene mordisqueado en su orgullo... Lo tiene devastado... Y lo entiendo, lo entiendo, no es para menos... Porque, usted tiene razón, usted es bueno como escritor, se lo digo, pero...

Y el hombre se quedó como dudando de lo que quería decir, lo que deseaba confesarme. Me armé de fuerzas y dejé los protocolos a un lado. ¿Qué podía perder si le seguía el juego? ¡Nada! ¿Y si en verdad era cierto lo que yo pensaba: que el tal lord Rutland era un mensajero del Maligno? ¿Me estaba volviendo loco en mi frustra23

ción? ¿Cómo enfrentar una situación como la que estaba viviendo?

—¿Y qué más conoce de mí? —pregunté, con un cosquilleo inevitable en el estómago.

—Yo, por el contrario, le pregunto: ¿qué daría usted por ser el mejor escritor de su generación? —inquirió el hombre—. ¿Lo desea en verdad? ¿Qué sacrificaría? ¿Amores? ¿Hijos? ¿Matrimonios? ¿Aún más? ¿A usted mismo, si fuera del caso?

—Le sigo el juego, lord Rutland o como quiera que el señor se llame —interrumpí, asustado.

—Joven Deford, no es cuestión de seguirme el juego. Si usted desea llamarlo así, pues así lo llamaremos. Deje que mi persona termine la idea. ¡Usted está en problemas! Se siente estéril y usted no sabe cuánto tiempo durará esa esterilidad. Digamos que el fracaso “anunciado” del libro de cuentos a usted lo ha dejado con un temor en su corazón que lo violenta día y noche. Mmmm... Síííí… Pues, esa frustración y esos temores yo puedo hacer que sean razones del pasado. Por ejemplo, sé de su amor no correspondido por una actriz de teatro y cine, de su terquedad, de sus desvelos... No se perturbe, yo puedo hacer que sea suya, la puedo poner postrada a sus rodillas... No hay límites para lo que yo puedo hacer por usted.

La luz dorada continuó y él entonces buscó asiento a unos metros de mí, sin antes pedir permiso. El hombre que decía llamarse lord Rutland tomó asiento y pude observarlo en sus mínimos detalles. Su cara poseía una leve barba al ras de la piel y se le notaban partes con canas. Exhibía una blancura aporcelanada tanto en su rostro como en sus manos, en una de las cuales percibí un anillo con una piedra de color negro. Su cabello entrecano y lacio estaba levemente engominado. En efecto, el hombre poseía unos anteojos de aros dorados que supuse eran de oro y detrás de los cuales se percibían unos ojos

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azulísimos. Llevaba una camisa blanca de puño francés donde se adivinaban unos gemelos de oro. Los puños de la camisa sobresalían cada vez que mi interlocutor gesticulaba con sus manos. La corbata de medio nudo Windsor hacía juego con su traje de casimir azul cobalto y supuse que era de seda, porque su caída se percibía leve. Tomando en cuenta los pliegues en la camisa y el nudo corto fijado en el cuello, deduje que este estaba hecho sin apretar. El pantalón parecía recién puesto, no percibí una sola arruga y, aún estando sentado, los quiebres lucían una perfección que yo no dejaba de observar una y otra vez. Las medias negras de seda y los zapatos Oxford full-brogue de color negro hacían del conjunto y de su dueño una estampa perfecta del buen gusto.

Continuó:

—Si me sigue el juego y soy un farsante, ¿qué podría perder? Aunque, lo sé, lo sé, usted sabe en su interior quién soy. ¡Por favor, no diga mi nombre! Yo solo soy su emisario del gran Señor, porque tenemos jerarquías y somos muchos.

—¿Decir nombres, lord Rutland? Eso, jamás. Si no estoy convencido de con quién estoy hablando, no digo nombres. Y ese detalle me intriga, lo acepto.

—¿Qué prueba última desea? Pregunte por su mayor secreto, que yo responderé.

Pensé en varias preguntas. No importaba que en verdad fueran o no grandes secretos; existían muchas preguntas que, si yo se las hacía, solo yo conocería las respuestas y sus detalles. Pensé por unos segundos que se me hicieron eternos. El hombre, a la espera, sacó de su chaqueta un paquete de cigarros y un encendedor de oro, y empezó a fumar.

Recordé entonces que una revista universitaria de mi país me pedía un ensayo sobre Marlowe, sobre el doctor Fausto. Coincidencia o no con la situación en la cual me

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encontraba, quise hacerle una jugarreta al hombre: a miles de kilómetros y sin tener ninguna relación con la universidad, ni con las personas que me solicitaban el ensayo, me pareció una buena idea preguntar si en la última semana laboraba en un proyecto literario mío o si me encomendaban uno y qué clase de trabajo era. Pero, antes de que pudiera hacerle la pregunta, el hombre dijo:

—Ah, por cierto, joven Byron Deford, tome, es un regalo de mi parte; creo que le va a servir para su trabajo...

Y me entregó un libro con un empaste amarillento y viejo: se trataba de la primera edición del “Doctor Fausto”, del dramaturgo Cristopher Marlowe. En la portada se leía La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto. Era una edición de 1604, con una dedicatoria a mi interlocutor: lord Rutland.

No podía dejar de temblar, sudé y luego volvía a mirar en derredor; estaba y a la vez no estaba en el auditorio de la Universidad de Oxford. El hombre se adelantó:

—¿Le sirve el libro? No lo vaya a mostrar en público, porque es un original y, si lo muestra, empezarán las preguntas y la gente dirá que usted, joven Byron Deford, lo hurtó. Aclaro que yo tampoco lo he hurtado, como se puede percatar por la dedicatoria. ¡Pobre Cristopher Marlowe!... ¡Qué muerte tan fea! Yo estaba esa noche en la taberna... Ni me acuerdo cómo se inició la disputa que acabó con la muerte de nuestro protegido: Marlowe. Pero, no pude intervenir; mi jefe no me lo tenía permitido —aseguró el hombre, mientras una voluta de humo se posaba junto a mis zapatos, en lugar de subir hasta el techo del auditorio. El hombre continuó:

—¿Era esa su pregunta? ¿Del ensayo, del que está usted preparando? ¡Ah, estos mortales y estos jóvenes!... Uno tiene que emplearse a fondo en nuestro trabajo para que a uno le crean —comentó, con cierto aire retozón y de victoria.

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Y otra voluta de humo se fue a posar a mis pies.

Ahora tenía dos volutas de humo que jugueteaban por mis zapatos como dos gatos, sin que quisieran abandonarme. No comenté nada. Estaba en una situación precaria, donde los límites de lo racional ya no jugaban ningún papel, en una zona límite, bordeando lo irracional. No aguanté, lancé la pregunta...

—Supongo que todo es un trueque. El ofrecimiento. Su amo, su jefe, me ofrece... Y yo, a cambio, también ofrezco. ¿Paridad en las condiciones? ¡No lo creo!

—Joven Byron Deford, no se haga la víctima ahora —rezongó el hombre, con cierta autoridad—. ¿Acaso no es usted el que necesita de nosotros? ¿No es usted el que ha estado pensando que, si la historia del Dr. Fausto fuera real, usted hubiera hecho lo mismo? ¿Llegar a un acuerdo? Venga, tome asiento. Necesitamos una charla, una buena charla. Y no se preocupe por los jóvenes y profesores de la universidad... No vendrá nadie a interrumpirnos. No se preocupe por que sea media mañana; para usted y para mi persona, el tiempo transcurre diferente de como lo ven y lo captan los simples mortales. Por ejemplo, ¿ve el rosal?

Más allá de unos ventanales, se observaba un jardín con varias hileras, donde había un grupo de rosas.

—Yo puedo hacer que las rosas se marchiten o vuelvan a florecer. ¿Lo desea, joven Byron Deford? ¿Quiere ver el rosal en su muerte y en su nacimiento?

No comenté nada acerca del rosal y me enfoqué en las propuestas.

—Lord Rutland, por favor, deje que llame a su eminencia así en esta charla —dije, bastante serio. La cuestión había tomado un matiz que segundos antes no imaginaba: ya no me cupo la menor duda de que con quien estaba hablando era un emisario del Maligno. ¿Propuestas? ¿Contrapropuestas? El hombre se quedó mirándome y aspiró de nuevo del cigarro, que nunca se le acababa y

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parecía recién encendido, aunque ya habían pasado unos diez minutos. Dejó escapar una voluta de humo que, al igual que las anteriores, bajó, bajó, bajó hasta mis pies e inició una danza con las otras volutas, a mi lado; se deslizaban entre ellas mismas, unas encima de las otras, a ras del suelo; luego, daban pequeños saltos y cuanto más brincaban más azul era su color. Jugueteaban de un lado a otro, en medio del auditorio, para luego regresar a mi lado.

—Joven Byron Deford, quizá no me he expresado del todo bien o quizá en medio de la conversación no me ha entendido. ¿Propuestas? Sí, las tenemos por parte de mi señor. ¿Contrapropuestas?

Se quedó pensativo, cruzó la pierna, se acomodó los anteojos, bastoneó el piso con cierto desenfado y continuó:

—Contrapropuestas, usted no las hará. Usted, es el interesado en todo este tema de la escritura, de la creación literaria, en esta enfermedad de su narcisismo. Y esto último lo digo con el mayor respeto, porque, ¿quién no es narcisista? ¡La gente miente al decir que no lo es! Pero, le repito, no existirán contrapropuestas por parte suya. Es simple: lo toma o lo deja como dicen ustedes los mortales; es así de sencillo. Pero, no crea que mi señor es del todo autocrático; creo que en medio del trato existe una prebenda para su persona. ¿La razón? ¡Usted le simpatiza!

Y me guiñó un ojo, con aire jocoso y cómplice.

—La propuesta —continuó—: usted tendrá todo lo que desee, será un gran escritor. Y, además, tendrá como sus ayudantes y secretarios a los siete demonios de los pecados capitales, quienes cooperarán con usted en su aventura literaria. ¿La prebenda? Si usted, escritor Byron Deford, en su gran aventura literaria de tantos años, entrega a nuestro amo y señor un alma –ya sea con engaños o no, esto último es optativo– por cada uno de los siete pecados capitales, usted quedará libre, su alma quedará en libertad; de lo contrario, se convertirá en un demonio

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menor, como nosotros. Cada pecador de cada uno de los siete pecados deberá morir en el pecado, para que así su alma no pueda arrepentirse. Usted no podrá intervenir en su muerte directamente, ni por medio de algún acto indirecto.

—Acepto —dije, sin titubear, aunque por dentro sentía temor y a la vez creía que soñaba, por lo que acontecía en el auditorio.

—¡Lo sabía, lo sabía! ¡Viva! —exclamó, lleno de júbilo, el emisario del Maligno, que se hacía llamar lord Rutland—. Venga, acérquese, firme acá.

Y sin saber de dónde, tenía entre sus manos un documento viejo y amarillento como el texto de Marlowe que me obsequiaba. Al firmar, el espíritu infernal pasó su mano por mi nuca y me sentí desfallecer; sentí que la muerte me visitaba, que llegaba hasta mí y que recorría todas las células de mi ser, se inoculaba en mí como una enfermedad. Me ardía la nuca una vez que retiró su mano y empecé a sentir una leve erupción en mi piel.

El hombre agregó:

—No se preocupe, joven Byron Deford, no se preocupe; este absceso que se le hará en los próximos cinco días es parte del pacto. Es un absceso que estará con usted mientras dure la relación, su relación con mi señor. Y mientras usted esté creando su obra, allí estará. Repito, al quinto día, el absceso será un ojo y lo tendrá en la frente cuando trabaje en su obra. Usted se lo pondrá en su frente para escribir. Será su tercer ojo.

Sentí asco, pero ya estaba hecho el trato. ¿Qué era un absceso-ojo por la creación literaria, la inmortalidad como escritor, la fama, ser el mejor entre los mejores escritores de mi generación? ¡Muy poco!

—Por último, le presento desde ahora a sus siete secretarios.

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Y, como tratándose de una representación teatral, fueron saliendo de un lado del escenario, uno por uno. El primero en aparecer fue Aamón, cc Fabiano Stirge, quien me hizo una reverencia y se quedó a pocos metros de lord Rutland. Le siguió Adremelech, cc lord Ruthven, con su chaqué impecable, e igual que lo hiciera Aamón, saludó con respeto. Salió Esfria, de frac; sus gemelos se adivinaron en la camisa de puño francés; me hizo una genuflexión y dijo que en el mundo de los mortales se le conocía con el nombre de conde Estruch. Pasó y, al aparecer en el escenario, se disculpó con grave y hermoso acento británico Goodfellow, de enorme cabeza, conocido desde la Edad Media con el nombre de Gorgus Black. Malfas, de levita, estaba recorriendo con apuro el escenario; dijo que en el mundo de los mortales se le conocía como Onofre de Dip. Nergal comentó algo entre dientes a su hermano, alias lord Rutland, y se disculpó por su tardanza que, en verdad, no la entendí. Nergal agregó que era conocido como Gilles II, barón de Rais, pero que no era tan perverso como el hombre al cual usurpaba el patronímico. Y, por último, salía Belfegor, de esmoquin monóculo; al saludarme, su ojo flamígero relampagueó en señal de agrado.

Las volutas de humo continuaron jugueteando por el auditorio, mas luego se enredaron como ovillos a los pies de lord Rutland, quien dijo:

—Bien, mi tarea está cumplida, pero, antes de despedirme, le diré mi nombre: soy Astaroth, archiduque de los infiernos de Occidente... Y recuerde… Recuerde este acertijo: ¿qué dijo la primera rana?

Y las volutas de humo comenzaron a agrandarse y agrandarse, hasta que Astaroth desapareció en medio de una niebla. Y los siete espíritus infernales y yo volamos, volamos por el cielo, hasta una mansión en la campiña inglesa.

¡Ya era de noche!

viernes, 5 de abril de 2024

El laberinto del verdugo NOVELA FRAGMENTO

 

 

 


 

El laberinto del verdugo

 

NOVELA

 

 

 

“... fato profugus…”

VIRGILIO, Eneida 1,2

 

 

 

“Me forzaste, Novato, con tu porfía a que te escribiese

en qué manera se puede poner en la ira placidez

y comedimiento”.

 

SÉNECA, De La Ira. Libro Primero.

 

 

A J.M. Crespo. Después del largo viaje: al otro lado de las palabras.

A Greta Limbrick en amorosa compañía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 PRIMERA PARTE

TRES NARRACIONES INFAMES

 

 

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico-Henry en monólogos. 

 230 a.m. 35 días antes del escape.

 

 Algunos dicen que soy un asesino, no lo sé, ¿ustedes qué opinan? Punto difícil. A veces, pienso que ustedes tienen razón y que ha sido un invento de mi cerebro embrutecido por el alcohol y las drogas de que soy inocente... ¿lo será?

Jaime argumenta que yo no estoy loco, solo un poco desmemoriado y por eso me llama Henry el Desmemoriado... ¡ahhh, este Jaimito con sus cosas...  no sé qué pensar!

 Lola afirma que sí soy un asesino, un hijo de puta y que planeé las muertes de mis amigas las prostitutas, y que entonces soy un puerco, un cerdo disfrazado de hombre, y dice que ojala me hubieran colgado de las pelotas.  

 

Jaime y Lolis (entiéndase Lola) discuten... yo los oigo: uno a favor, otro en contra, los demás en el sanatorio no toman partido en la discusión, ellos están más que “desmemoriados”, están más que ausentes… En ocasiones salen al jardín, porque la mayor parte del tiempo se quedan dentro del edificio custodiando sus propias sombras y sus memorias.

 

El segundo piso posee grandes ventanales que dan al jardín en donde están las estatuas del Ninfeo, cerca del lago y de los nenúfares.

El Ninfeo siempre me agradó por su aire mítico, quizá angelical, supongo. Asocio nenúfares con otra puerta, la puerta del escape, uno en la vida asocia objetos, intercambia pensamientos.

 Los nenúfares son bellos, son muy grandes y me gusta mirarlos en sus movimientos cadenciosos con la brisa y me gusta mirar a los peces que golpean con sus lomos las hojas, golpe rápido, golpe de ojo, ¿lo ves o no lo ves?

 

 En las tardes me entretengo mirando el lago y contando los peces dorados y anaranjados que sacan sus lomos cerca de los nenúfares, el otro día conté mil quinientos cuarenta y seis lomos salidos del agua en cinco horas y media.

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Consorcio Jurídico Data-Ius. Tarde- noche. Monólogo de Beatriz Muriel Nigroponte.

 

 

 

 Mañana conoceré a JC en una presentación forzada; más que forzada yo diría que protocolaria. Me explico de la siguiente manera: me presentaran a JC en el Consorcio, un favor a Carlos López, una condescendencia, una concesión que no siempre hago.  Debo confesar que fue un “favor” que me costó trabajo. Lo hice por la Firma, por los abogados, por el Consorcio. Carlos supone que fue por él, equivocado. Sucede que Carlos es una persona ególatra y cree que el Consorcio gira por su inventiva en los negocios y las relaciones con clientes foráneos o nacionales, no es cierto. En la vida nos necesitamos entre sí, de lo contrario no estaría pidiendo un favor.

 El favor se trata de lo siguiente: JC es un cliente que desea comprar un penthouse cerca del Valle de las Muñecas, es un negocio que Carlos por sus múltiples ocupaciones no puede darle el seguimiento necesario. Piensa - en una posición egoísta y sin consultarme- que yo puedo atenderlo. Es cierto que puedo atender a JC, pero lo que me da cólera es la no consulta. Espero que así como lo ayudo no ponga objeciones en mis honorarios de abogada.

 

 Cuando entré al salón de reuniones lo primero que observé en la mesa de cristal fue un fólder negro, Carlos comenzó a hablar. Lo tomé y Carlos siguió hablando de las bondades del negocio y de la buena imagen que tendría el Consorcio finiquitando la compraventa del penthouse, dijo que la compraventa atraería a nuevos clientes.

 Comencé a leer el documento - si a un simple vistazo se le puede decir leer-.

 Carlos me indicó que el penthouse debía de tener varios requisitos: la ubicación (en este caso muy cerca del Valle de las Muñecas) hasta el área (567 m2 exactos), y por último, se complacería al cliente con los detalles del mobiliario y en la decoración.

 Menudo trabajo – pensé-, mientras Carlos se acomodó el abultado vientre y coqueteó conmigo. Yo continué ojeando el fólder.  Había un pequeño cronograma muy detallado que según Carlos debe de llevarse a cabo con la mayor celeridad. De acuerdo al cronograma, el penthouse se entregará a más tardar en tres meses con independencia de reparaciones o de ampliar algunas áreas, no importa, no existen excusas, el plazo seguirá siendo el mismo.

 También se especifica que si para obtener el área de los 567 m2 es necesario comprar el piso inferior que se hiciera. Entiendo que la negociación no es fácil.

Carlos reiteró el coqueteo e insinuó que mañana después de la reunión con JC podemos ir a cenar, sonreí, el acoso se viene dando desde que era asistente en la Firma de Abogados. En las ocasiones que se pone necio pongo un muro de hielo que no puede traspasar el muy imbécil y hasta ahí llegan las insinuaciones.

A decir verdad, no me imagino a Carlos siendo mi amante, es una persona simplona que no puede mirar más allá de sus narices, es ridículo si habla de arte con los compañeros del Consorcio y presume de cuatro conocimientos burdos sobre literatura y habla de Benedetti como si fuera la octava maravilla del mundo y ni qué decir si intenta hablar sobre          Música Clásica o Pintura, hasta me sonrojo por las estupideces de que comenta y hace alarde, me da –como dicen- vergüenza ajena. Pobre Carlitos, la sensibilidad se trae de nacimiento -que no es su caso- o es un proceso de educación de hogar, por otro lado, nadie puede extraerse de su clase social por más que finja lo contrario y por más títulos y doctorados, ¿qué se puede esperar de una persona que pasó su infancia y parte de su adolescencia en los barrios del sur?

Al terminar de ojear el file nos quedamos callados, Carlos haciendo que revisaba los papeles de una demanda que tenía que presentar al día siguiente, yo me quedé preguntándome cómo sería JC.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(3)

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Experiencia de Ernesto.

 

Ernesto Miranda Rojas aprendió de su exjefe todo lo que sabía en las investigaciones criminales. Aprendió de la escena del crimen lo valioso y lo que no tenía importancia, ejemplo: si existía una pelea entre víctima y victimario o fue fingida por el asesino para desviar la atención; ejemplo: distinguir la prueba puesta a la prueba verdadera en el lugar de los hechos, ejemplo: si se alteraba una escena adrede saber comprenderlo de inmediato. Podía diferenciar también si el cadáver se trasladaba donde ocurrió el homicidio o por el contrario si donde se hallaba el cuerpo era el lugar de los acontecimientos violentos. 

 En ambientes cerrados percibía el olor a pólvora, el filo acerado de cuchillos, navajas, y el olor a sangre, aunque no se encontraran evidencias físicas. 

 Si la escena del crimen era en lugares descampados y solitarios la habilidad de Ernesto cambiaba, allí concluía si el asesino o los asesinos llegaban en coche o a pie. También deducía el punto cardinal que los criminales escogían para huir del lugar. 

También Henry le ayudó a esquematizar y levantar perfiles de sospechosos, cuáles eran peligrosos potencialmente o cuáles los eran en la práctica. Aprendió a desenmascarar a los asesinos que fingían ser el ideal de vecino o los asesinos a sueldo que optaban por el retiro con una cruenta labor de crímenes a sangre fría por décadas.

 

Rutinas, fijos, realizar interrogatorios con violencia o sin violencia, pactar acuerdos ilegales, legales, y también amenazar o chantajear a los presuntos responsables con evidencias o sin evidencias - dependía el momento que lo requería - era el arsenal que Ernesto acumulaba con quince años al lado de Henry de Quincey.

Y ahora a principios del milenio, Ernesto utilizaba lo aprendido en beneficio de su amigo.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico-Henry en monólogo. 230 a.m., 34 días antes del escape.

 

 Es raro, en el Sanatorio el tiempo es circular: las cosas suceden y no suceden.  El Dr. Brilla es un ejemplo: me repite lo mismo, no importa el día, es algo calcado al carbón: con las conversaciones, los reproches y las preguntas…

 

Nota:

Ayer estuve cerca del Ninfeo.

El Ninfeo son las estatuas que adornan el patio principal del sanatorio, yo le llamo Ninfeo porque me gusta la palabra, la palabra no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, pero me gusta, si estuviera en el diccionario diría: Ninfeo: proviene de la raíz de ninfa, diosas inferiores griegas.

 Es el mejor nombre que se me pudo ocurrir al conjunto de estatuas alusivas a las diosas griegas y romanas, por supuesto que existen ninfas, nereidas y nínfulas, porque no es lo mismo ninfa y nereida. La ninfa es una diosa inferior de los ríos y de los bosques, no del mar. Las nereidas son hijas del mar, son hijas de Neptuno. La palabra nínfula es un vocablo acuñado por Vladimir Nabokov para designar a las niñas prepúberes en su novela “Lolita” y no tiene nada que ver con la mitología griega.

 

***

 El Ninfeo está cerca del lago donde están los peces dorados que tanto me gustan. La naciente de agua que alimenta el lago está cercada con una pequeña valla... creo que algún día de estos iré a visitarla.

 

***

El Dr. Brilla es muy amigable conmigo y también la enfermera Clarisa que tiene unas piernas envidiables.

 Clarisa dice que mi estado mental no es crítico, que ha visto otros estados más severos y que se han recuperado. Fuerza, concentración, disciplina con las pastillas y deseos de curarse, lo de más viene fácil es pan comido, es como quitarle un dulce a un little boy comenta Clarisa una y otra vez. Ojala que así sea, de lo contrario estaré condenado a vivir aquí en el sanatorio quien sabe cuantos años. Hoy pienso que pronto me voy a recuperar y saldré del sanatorio, así lo hicieron días atrás la Carmen y la Marga, si ellas pudieron, yo lo puedo hacer, ¿verdad?...  El encierro y esta mampara se debió que las autoridades están ocultando algo más que los simples crímenes que dicen yo cometí... en este instante mi mente está confusa...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Monólogo.

Consorcio Jurídico Data-Ius.

 

 Carlos ni yo nos imaginábamos a JC un hombre de mediana edad.  Carlos y yo nos imaginamos a un hombre mayor, decrépito o casi al borde de la decrepitud y la ancianidad. Es curioso que una persona joven tenga tanto dinero para gastar en un apartamento. Por lo general, las personas treintonas gastan en coches de lujo, en viajes y los que son ojo alegre en prostitutas. No entiendo cómo una persona sola y sin hijos pueda gastar un dineral en un penthouse.

 

  Fue una agradable sorpresa conversar con JC.

 JC nos puso al tanto de cómo quería que hiciéramos los traspasos y negociaciones con la empresa inmobiliaria que vende el penthouse. No desea que nada quede a su nombre, ¿cómo? Nos habló de crear una sociedad anónima. Manifestó que le gusta comprar o vender por medio de interpósita mano, que le gusta estar en medio de las sombras de cualquier negociación.

 

 JC no debe de ser mayor de cuarenta años ni menor de treinta, es ameno al trato, sí me llamó la atención que fuma demasiado. En la conversación se le ofreció un whisky al que accedió.

 Señaló que le recomendaron la Firma sin precisar detalles.

 Puntualizó que deseaba el penthouse cerca del Valle de las Muñecas por razones de que la ciudad lo enamora y que no desea vivir en los suburbios.

 La reunión no duró más de media hora, dijo JC que no le agradaban las reuniones demasiado largas porque lo que no se dice en media hora no se dice en dos o tres horas.

 En la reunión Carlos se pavoneó, es una forma de puntualizar jerarquías   y demostrar a otras personas las diferencias de mando en la Firma.

 Carlos me mira en un plano de subordinación, en el fondo se trata de un complejo y de inseguridades. Manifestó que yo era la encargada en el Consorcio de hacer el trámite de las negociaciones: de entablar acuerdos con la empresa inmobiliaria que vende el penthouse hasta la persona encargada de los detalles en la decoración del apartamento.

 La media hora que duró la reunión y Carlos habló, me sentí una decoradora de interiores y no una profesional en Derecho. No expresé ningún comentario a Carlos ni a JC.

 

 

(3)

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Investigaciones.

Teorías.

 

 Ernesto tenía una lista de los crímenes que se cometían en la Zona del Vampiro después que su exjefe y amigo fue recluido en el sanatorio. Entonces, tuvo la certeza que Henry al menos quedaba descartado de los posteriores acontecimientos violentos.

 Pensó en un imitador pero luego desechó la idea. ¿La razón? Una característica que no salía a la luz pública: todas las mujeres eran asesinadas con un punzón que les dejaba una herida cerca del corazón y que el asesino tapaba con una venda, así que la herida era invisible a los ojos del que ignoraba aquel patrón o ritual.

Existían datos e información curiosa: unos cuerpos olían más que otros cuerpos a perfume de rosas, ¿por qué? Nunca se supo. Entonces, no había imitador, nadie conocía estos hechos solo los agentes de investigaciones. ¿O tal vez sí hubo un imitador?  ¿Alguna persona que el asesino le confesaba los rituales? Poco probable.

 Pero, Ernesto aprendió de Henry que los asesinos en serie son hombres solitarios y que nunca “trabajan” en pareja. Ernesto decía irónicamente que no trabajaban en pareja porque les quitaban la creatividad en los asesinatos, la inspiración, el golpe de gracia y que entonces corrían el riesgo que el compañero de andanzas lo castrara en lo artístico. Esa fue la respuesta de un asesino en serie en Los Ángeles, California allá por los años 60 antes de que saliera a la luz pública el caso del “Estrangulador de Boston”.

 

 Los compañeros de la Sección de Homicidios rieron de la ocurrencia del asesino-artista que Ernesto contó haber leído en un libro de criminología.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico - Henry en monólogos.  33 días antes del escape.

 

 Hoy he tenido una idea fija desde que abrí los ojos: es el círculo, sí, el círculo, así nomás, el pelado círculo, no el círculo de las monedas o el círculo de las pupilas, ¡no!, mi mente piensa en el círculo, en la figura geométrica.

 Ossorio habla de filosofía yo pienso en la geometría, en líneas y mediciones. Una línea recta es una sucesión de puntos (aunque a mí de verdad no se me parece), pero eso dicen los que saben de geometría, y dicen también que una línea en el espacio se curva, o algo por el estilo, ¡qué bobadas! ¿No? Pero debo de confesar que la geometría tranquiliza mi espíritu- el estar pensando en líneas, curvas, espacios y universos infinitos en el papel me calma los nervios, me atonta y me da sueño y cierro los ojos y me voy quedando así quietecito, quietecito, dormido, dormido... - yo pienso en el círculo y pienso en la calma, en la tranquilidad de dos o tres personas en un gran espacio blanco y vacío... también sé que el círculo es lo recurrente, lo que no tiene final...

 

 

 

 

 

 

 

(2)

San José, cerca del Valle de las Muñecas. Monólogos.

Consorcio Jurídico Data-Ius.

 

 

JC es un hombre de buenos modales, yo diría que de muy buenos modales para ser una persona tan joven. Los jóvenes de mi edad – la otra semana cumplo 25 años- no tienen la educación de épocas pasadas. Lo digo porque ya nadie ni da los buenos días en el Consorcio.

 Decía que JC es una persona educada lo que me complace, parece un caballero de principios del siglo XX con frac y bombín incluidos. Su parsimonia al hablar y las pausas en la conversación o la forma de degustar una simple taza de té lo hace diferente al resto de los muchachos de nuestra generación.

 También a la hora de dialogar sus movimientos no son bruscos, ni sus ademanes hacen pensar en un hombre rústico.

 Su vestimenta es de negro, no es luto porque en la primera reunión refirió no tener vivo familiar y que el negro lo usa no en recordatorio de sus parientes sino por costumbre.

 Es curioso que una persona treintona no tenga ni padres, ni hermanos, ni tíos o primos vivos, abuelos pues ya no, ¿otros familiares? Pues sí debería de tener. Sería lógico pensar que tuviera vivo un pariente lejano.

Esta segunda cita en el Consorcio fue a las 7 p.m. a esa hora la mayoría de los empleados del bufete no estaban. JC solicitó que las reuniones se hagan de noche a la puesta del sol, imagino que las horas de las citas son extravagancias de ricachón. La gente con dinero se comporta en forma extraña.

 

 En el trato de la negociación de hoy fue amable, cortés, fino y enérgico.

 Es interesante cómo con educación hay personas que presionan con altanería y grosería asolapada, es un arte que poseen. Yo he visto en estrados judiciales a colegas insultar y manifestar que un fulano o un zutano son unos perfectos estúpidos y ladrones sin proferir palabras soeces, vulgares. JC no anda tan perdido en estos menesteres de lo enérgico y del sarcasmo. ¡Sin excesos...  elegante y educado hasta para presionar en los negocios!

 

 De la compraventa del penthouse expresó que debía de llevarse sin contratiempos y que estaba realizando en la Bolsa de Londres las operaciones para que el dinero esté pronto en Costa Rica y no tener ningún problema con la inmobiliaria dueña del edificio.

Nota: debo de aclarar que en esta segunda reunión JC manifestó que desea comprar la Torre de 25 pisos. Dice que habló con sus amigos y los convenció de invertir con él.

 Me causa curiosidad el cambio de planes y el giro de los negocios. Mejor para el Consorcio. Lo que es trabajo se traduce en mayores honorarios, esa es la política en Data Ius.

 Yo me pregunto, ¿para qué desea comprar la Torre? ¿Acaso no le era suficiente con el penthouse? A estos ricachos una no los entiende aunque una los trate a diario en el Consorcio. La filosofía de éstos platudos se resume en: “el dinero es para gastar y para invertir”.

 La Torre será terminada dentro de tres meses atendiendo el cronograma y sumando el papeleo y las demás negociaciones que deben hacerse, apenas vamos a salir tablas.

 

 

 

 

 

 

(3)    

LOS ARCHIVOS DEL VAMPIRO.

Investigaciones.

Teorías.

 

Posteriormente, vinieron las acotaciones de una tal Beatriz Muriel Nigroponte que en una ocasión días atrás llegó a inoportunarlo con la teoría que estaba investigando por cuenta propia los asesinatos en la Zona del Vampiro y a un grupo de personas que sospechaba estarían involucradas con los hechos de sangre.

 La tarde que Ernesto la atendió en la oficina no le indicó ni que sí ni que no acerca de la teoría que le propuso: de una Cofradía que era la autora de los crímenes. Ernesto pensó que no era conveniente intercambiar información con una desconocida así de golpe y porrazo, en este caso con una abogadita de mierda que jugaba a lo Sherlok Holmes.

 

 

(1)

Pavas. Hospital psiquiátrico- Henry y el profesor Felipe Ossorio en monólogos – diálogos.  230 a.m., 32 días antes del escape.

 

          ¿Adónde quedamos? ¿En el asunto del Ninfeo, o en el asunto de la geometría? Lo olvidé. De todas maneras – creo- lo del Ninfeo está claro y lo de la geometría pienso que quedó sin terminar... explicaba, ¿qué explicaba? Sí, ya preciso, argumentaba que el círculo representa lo infinito, es la representación de la serpiente mordiéndose la cola. La serpiente se muerde la cola y dicen que esas figuras simbolizan el final y el principio de las cosas... ¿y si no es así? ¿Y si lo único que quería dibujar el artista era una cabrona serpiente mordiéndose la cola?

 

Hospital Psiquiátrico. Pavas. Pabellón B.

El profesor Felipe Ossorio Interrumpiendo:                        

 

-Henry, recordá lo que siempre le he comentado a los muchachos, ¿verdad muchachos?

- ¡Sssiiiiii...! (En coro).

- Que los filósofos, los estetas, los antropólogos, los historiadores, quieren interpretar formas, figuras, escrituras, colores, signos, esculturas y toda manifestación del arte de diferentes culturas pero y en este pero está la verdad: en realidad, no tienen interpretación, porque los artistas las hicieron y punto. ¡No existe interpretación muchachos!...

 Ejemplo, dicen que la medición de la gran pirámide de Egipto, si se suma su perímetro y éste se multiplica por (x) número dará como resultado la circunferencia de la Tierra... ¡pendejos de mierda! ¡Lo mismo sería si mido mi pinga por un número (x) daría de resultado la circunferencia de la Tierra y ojo, no es que yo sea muy pichudo! Es cuestión de acomodar números y todo calza.

 

 Hay gente que se quiere hacer la idiota también con el asunto de las causas y de las concausas, ¿alguna vez se han puesto a pensar en eso muchachos? Ahí les voy con el ejemplo: Juanito murió de un balazo de pistola en la cabeza, y Marco Polo es la causa de que Juanito muriera de un tiro, ¿cómo? Pregunta incrédulo el grupo con una risita burlona. La respuesta sería: porque Marco Polo llevó la pólvora hace varios siglos a occidente, ¡mierda! Idéntico razonamiento sería decir que Juanito murió de un tiro por arma de fuego porque de no hablar con Roberto fuera de su casa no se encontraba con su asesino en la calle. Conclusión: estas teorías no sirven, son una mierda, porque la realidad está sujeta a la ley del azar, ¿cómo?  El clinamen. ¿Se acuerdan muchachos lo que es el clinamen cuando estudiábamos filosofía con el Dr. Grimaldi? ¿Sí, no? ¿Se acuerdan de Epicuro? ¿Se acuerdan del azar? ¿No?, pues bien, la teoría es la siguiente: “Maestro,- pregunta el discípulo- ¿los átomos tienen su propio movimiento, su orden establecido, su orden natural? Respuesta: dice el Maestro: por supuesto, los átomos tienen su orden establecido, su propio movimiento, pero algunos se desvían de su trayectoria normal. ¿Por qué? – Pregunta el discípulo- ¡Saber! dice el Maestro, no lo sé, pero se desvían, eso es lo que se llama clinamen (los átomos se desvían sin razón aparente), el azar tiene un factor decisivo, lo contrario sería que creamos en la predestinación, ¡acuérdense de Sófocles con su personaje Edipo que por más que huyó de su destino, el destino lo alcanzó!

 Lo anterior sería pensar que existe un libro de las calamidades del mundo y de lo que nos va a suceder (el Gran Libro de la Vida) y no podamos hacer nada para cambiarlo.

 

 (Una voz a lo lejos): Dr. Redondo les he dicho que se callen pero no hacen caso a ver si usted los mete en cintura, ¡no ve que es más de la una de la mañana y los enfermos no se quieren ir a dormir! Dizque están en una clase de filosofía con don Felipe, ¡ay no, las cosas que tiene una que ver y oír en el sanatorio! ...

Felipe:

 Y vos Henry, ¿has llegado a alguna conclusión? ¿Existe o no la predestinación, podemos huir o no podemos huir de nuestro destino?


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