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jueves, 16 de junio de 2022

EDICIÓN CONMEMORATIVA IV CENTENARIO CERVANTES.


 

CÁTEDRA EN EL CAFÉ.

GRUPO DE LECTORES TEATRO NACIONAL.
ESTAMOS A POCAS PÁGINAS DE TERMINAR LA PRIMERA PARTE DE EL QUIJOTE. La lectura la hemos realizado simultáneamente con la edición conmemorativa del IV centenario Cervantes y, con otras ediciones de otras editoriales. Hemos encontrado párrafos diferentes y conceptos y frases que no corresponden a la edición conmemorativa del IV centenario. Después de analizar las ediciones y sus lecturas oportunas, creemos que la edición conmemorativa es definitivamente la mejor.
JORGE MÉNDEZ-LIMBRICK

lunes, 13 de junio de 2022

CÁTEDRA EN EL CAFÉ. RITMO Y CADENCIA EN LA PROSA. J. MÉNDEZ LIMBRICK



 Gracias a todas las personas que han tenido la curiosidad de visitar el blog.

***

ANOTACIONES SOBRE LITERATURA

CÁTEDRA EN EL CAFÉ:

Muchas personas creen que solo el ritmo debe ser para la poesía. Equivocados: el buen texto literario debe de tener cierto ritmo. Un ejemplo de lo anterior lo constituye Rulfo en Pedro Páramo. Cada frase posee una cadencia rítmica y que la misma va aparejada y correlacionada con la idea o imagen narrada. Lamentablemente hoy estamos colmados de escritores sordos.


martes, 19 de octubre de 2021

viernes, 30 de marzo de 2012

¿Cuántas horas escribe un escritor?

Disculpe, y usted: ¿cuántas horas escribe al día?

En la soda Guevara: nosotros escritores bisoños nos hacíamos la siguiente pregunta: ¿cuántas horas escribirá Sábato, Carlos Fuentes, Borges y otros grandes escritores? ¿Cuántas horas diarias le dedicaba Juan Rulfo a su "Pedro Páramo" cada noche después de una cruenta labor como periodista?  Yo no sé si alguno de mis amigos escritores y  de mi generación les mortificaba tanto la pregunta como a mi persona. Pero, al final, de muchos años he llegado a la conclusión que: " en el arte no existen fórmulas ni tiempos definidos para la escritura, cada escritor posee su propio ritmo de escritura, de creación". Depende demasiado del temperamento de la persona. Por ejemplo: Ernesto Sábato - cuando vino a Costa Rica y yo le conocí- dijo que él escribía cuando sentía que iba a "explotar". Otro, que no soportaba las horas de oficina, sino que escribía cuando se sentía con humor para hacerlo era: Juan Carlos Onetti, y si nos atenemos a su personalidad y su conversación tan pausada, suponemos que los arranques para su escritura serían bastante lentos.
Es decir, el temple que tuvo Thomas Mann, que día a día escribió tres horas diarias de 9 a.m. a 12 md. con su estilográfica muchos no lo han tenido. Otros  ejemplos de férrea disciplina diaria serían: Vargas Llosa que incluso, en una entrevista manifestó que le encantaba vivir largos períodos en Londres porque así, se podía concentrar mucho más en sus escritos y que, no tenía tantas distracciones como  en los países latinoamericanos o en España en donde abundaban los amigos. 
Por su parte el genio de Barranquilla, García Márquez, se pone unos invariables overoles - o eso lo hacía todavía hace unos años atrás- y procura escribir 6 horas diarias, - eso sí- interrumpidas en varias oportunidades. De Borges no tengo información pero supongo, que de igual manera le ocuparon muchas horas su vasta e intelectualísima obra literaria. Por su parte, conocemos, que Carlos Fuentes es un obsesivo e igual que sus amigos del boom en el período de París, escribió durante muchas horas sus obras más importantes.
   Otros, como José Donoso, abandonó por períodos su novela cumbre "EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE" por problemas de salud pero, para poderla terminar se avocó a la tarea por largas horas diarias en su elaboración.
Los ejemplos son interminables: lo que sí es cierto, es que un escritor para plasmar en cientos de páginas su obra debe de sentarse, ya sea en un café rodeado de muchas personas o en un estudio en solitario y ponerse a teclear o a escribir con su estilográfica períodos de tiempo bastante prolongados.

CONSTANCIA VS DISTRIBUCIÓN DE TIEMPO.
Yo pienso, y aquí existe un error de apreciación a todas las anécdotas contadas por la mayoría de los escritores y es: constancia vs distribución de tiempo, y que en muchas ocasiones induce a error. Me explico: "no ser constante en el quehacer literario" como apuntan muchos escritores, no quiere decir, que no se ocupen muchas pero muchas horas luego para la creación literaria.
   Es decir, estamos de acuerdo que quizá la mayoría de escritores no sean "escritores de oficina" que no realicen una labor diaria pero, si se suman los períodos de horas en la labor o en su quehacer literario, son más o menos las mismas horas que escribir en forma fraccionada todos los días. Porque al final, estos escritores "no de oficina" se tienen que sumergir en maratónicos esfuerzos de días o semanas por lo no hecho a cuenta gotas. !Al final: es cuestión de gustos la forma de elaborar una novela!
J.Méndez-Limbrick.
Escritor-abogado.

viernes, 23 de marzo de 2012

Cátedra en el café


CÁTEDRA EN EL CAFÉ.
Algunas personas me han preguntado del por qué no comento sobre el quehacer literario (la creación literaria) y después de mucho pensarlo, creo que me han convencido ustedes. No pretendo ser un teórico ni mucho menos, ni tampoco pretendo persuadir a nadie con mis opiniones acerca de lo que para mí es la literatura: cada uno tendrá su opinión y eso, “está bien y así debe ser”. Simplemente, lo que deseo es externar mis opiniones acerca de la Literatura que por largo tiempo he pensado y he practicado, especialmente sobre la creación literaria y que, a todos los que escribimos nos apasiona este tema.
También deseo advertirles que en ocasiones soy bastante radical en lo que pienso del quehacer literario, en ocasiones son intuiciones que a lo largo de los años la experiencia me ha confirmado que no estaba equivocado. Ya ustedes dirán sobre el anterior punto: ¿cuáles sospechas? Ya lo comento pero antes, deseo continuar explicando sobre mi justificación de esta sección  con el nombre de: CÁTEDRA EN EL CAFÉ y que trataré de presentar cada semana. El nombre se me ocurrió porque así se llama una novela inédita que tengo y que es muy probable nunca publique.  En la citada novela se nombraba una soda: la soda Guevara, - aludida en varios de mis post- donde nosotros, jóvenes escritores en aquella época, íbamos a charlar de lo que pensábamos era o es la literatura. Aclaro, que muchos de nosotros salíamos amargados con las opiniones de unos con los otros. ¡Discusiones! ¡Benditas discusiones! ¡ Feo sería el mundo si todos opináramos igual! Y ese era el mundillo de la soda Guevara y del mundo universitario de los años 80 del siglo pasado. Con la anterior explicación deseo revivir algunas de las discusiones que se dieron por entonces:

Esta semana: deseo hablar sobre los TALLERES DE LITERATURA.

Siempre han existido los talleres de literatura. Recuerdo, que en mi época no era la excepción. Sin embargo, yo siempre fui un rebelde o un escéptico y nunca puse un pie en un taller de literatura. ¿ La razón o razones? Pues, sobran. La más elemental: A NADIE SE LE PUEDE DECIR CÓMO ESCRIBIR PORQUE NO EXISTEN LAS RECETAS. Y creo, este fue el punto principal y más fuerte para que yo nunca fuera a un taller. Por tal decisión, muchos de mis amigos escritores de aquella época, me veían como a un alienígena por no asistir a un taller famosísimo que impartía un escritor argentino. Otros, dirían: mi petulancia no me dejaba poner al descubierto mis escritos. No es del todo cierto lo anterior. Sin embargo, el mayor temor quizá  era un modelaje al gusto del maestro del taller y que,  yo perdiera de alguna manera mi identidad. Pienso: es un razonamiento justo.
Ahora, si ustedes me dicen:  voy a un “taller de literatura” pero,  que allí no se discute el trabajo de novelas o poemas que uno escribe y que, se va como a una especie de reunión a compartir ideas literarias, intercambios de libros y uno que otro consejo para escribir, estamos totalmente de acuerdo. Entonces, sí me apunto a un taller como el anterior. Pero, en la práctica este tipo de talleres no existen.

Dejemos a Roberto Bolaño que nos dé su opinión sobre los talleres de Literatura:

3 de noviembre

No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribí en el taller de poesía de Julio César Álamo, en la Facultad de Filosofía y Letras, y de esa manera conocí a los real visceralistas o viscerrealistas e incluso vicerrealistas como a veces gustan llamarse. Hasta entonces yo había asistido cuatro veces al taller y nunca había ocurrido nada, lo cual es un decir, porque bien mirado siempre ocurrían cosas: leíamos poemas y Álamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leía, Álamo criticaba, otro leía, Álamo criticaba, otro más volvía a leer, Álamo criticaba. A veces Álamo se aburría y nos pedía a nosotros (los que en ese momento no leíamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos y Álamo se ponía a leer el periódico.
El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor.
Por otra parte no puedo decir que Álamo fuera un buen crítico, aunque siempre hablaba de la crítica. Ahora creo que hablaba por hablar. Sabía lo que era una perífrasis, no muy bien, pero lo sabia. No sabía, sin embargo, lo que era una pentapodia (que, como todo el mundo sabe, en la métrica clásica es un sistema de cinco pies), tampoco sabía lo que era un nicárqueo (que es un verso parecido al falecio), ni lo que era un tetrástico (que es una estrofa de cuatro versos). ¿Que cómo sé que no lo sabía? Porque cometí el error, el primer día de taller, de preguntárselo. No sé en qué estaría pensando. El único poeta mexicano que sabe de memoria estas cosas es Octavio Paz (nuestro gran enemigo), el resto no tiene ni idea, al menos eso fue lo que me dijo Ulises Lima minutos después de que yo me sumara y fuera amistosamente aceptado en las filas del realismo visceral. Hacerle esas preguntas a Álamo fue, como no tardé en comprobarlo, una prueba de mi falta de tacto. Al principio pensé que la sonrisa que me dedicó era de admiración. Luego me di cuenta que más bien era de desprecio. Los poetas mexicanos (supongo que los poetas en general) detestan que se les recuerde su ignorancia. Pero yo no me arredré y después de que me destrozara un par de poemas en la segunda sesión a la que asistía, le pregunté si sabía qué era un rispetto. Álamo pensó que yo le exigía respeto para mis poesías y se largó a hablar de la crítica objetiva (para variar), que es un campo de minas por donde debe transitar todo joven poeta, etcétera, pero no lo dejé proseguir y tras aclararle que nunca en mi corta vida había solicitado respeto para mis pobres creaciones volví a formularle la pregunta, esta vez intentando vocalizar con la mayor claridad posible.
—No me vengas con chingaderas, García Madero —dijo Álamo.
—Un rispetto, querido maestro, es un tipo de poesía lírica, amorosa para ser más exactos, semejante al strambotto, que tiene seis u ocho endecasílabos, los cuatro primeros con forma de serventesio y los siguientes construidos en pareados. Por ejemplo... —y ya me disponía a darle uno o dos ejemplos cuando Álamo se levantó de un salto y dio por terminada la discusión. Lo que ocurrió después es brumoso (aunque yo tengo buena memoria): recuerdo la risa de Álamo y las risas de los cuatro o cinco compañeros de taller, posiblemente celebrando un chiste a costa mía.
Otro, en mi lugar, no hubiera vuelto a poner los pies en el taller, pero pese a mis infaustos recuerdos (o a la ausencia de recuerdos, para el caso tan infausta o más que la retención mnemotécnica de éstos) a la semana siguiente estaba allí, puntual como siempre.

Creo que fue el destino el que me hizo volver. Era mi quinta sesión en el taller de Álamo (pero bien pudo ser la octava o la novena, últimamente he notado que el tiempo se pliega o se estira a su arbitrio) y la tensión, la corriente alterna de la tragedia se mascaba en el aire sin que nadie acertara a explicar a qué era debido. Para empezar, estábamos todos, los siete aprendices de poetas inscritos inicialmente, algo que no había sucedido en las sesiones precedentes. También: estábamos nerviosos. El mismo Álamo, de común tan tranquilo, no las tenía todas consigo. Por un momento pensé que tal vez había ocurrido algo en la universidad, una balacera en el campus de la que yo no me hubiera enterado, una huelga sorpresa, el asesinato del decano de la facultad, el secuestro de algún profesor de Filosofía o algo por el estilo. Pero nada de esto había sucedido y la verdad era que nadie tenía motivos para estar nervioso. Al menos, objetivamente nadie tenía motivos. Pero la poesía (la verdadera poesía) es así: se deja presentir, se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten algunos animales especialmente aptos para tal propósito. (Estos animales son las serpientes, los gusanos, las ratas y algunos pájaros.) Lo que sucedió a continuación fue atropellado pero dotado de algo que a riesgo de ser cursi me atrevería a llamar maravilloso. Llegaron dos poetas real visceralistas y Álamo, a regañadientes, nos los presentó aunque sólo a uno de ellos conocía personalmente, al otro lo conocía de oídas o le sonaba su nombre o alguien le había hablado de él, pero igual nos lo presentó.

No sé qué buscaban ellos allí. La visita parecía de naturaleza claramente beligerante, aunque no exenta de un matiz propagandístico y proselitista. Al principio los real visceralistas se mantuvieron callados o discretos. Álamo, a su vez, adoptó una postura diplomática, levemente irónica, de esperar los acontecimientos, pero poco a poco, ante la timidez de los extraños, se fue envalentonando y al cabo de media hora el taller ya era el mismo de siempre. Entonces comenzó la batalla. Los real visceralistas pusieron en entredicho el sistema crítico que manejaba Álamo; éste, a su vez, trató a los real visceralistas de surrealistas de pacotilla y de falsos marxistas, siendo apoyado en el embate por cinco miembros del taller, es decir todos menos un chavo muy delgado que siempre iba con un libro de Lewis Carroll y que casi nunca hablaba, y yo, actitud que con toda franqueza me dejó sorprendido, pues los que apoyaban con tanto ardimiento a Álamo eran los mismos que recibían en actitud estoica sus críticas implacables y que ahora se revelaban (algo que me pareció sorprendente) como sus más fieles defensores. En ese momento decidí poner mi grano de arena y acusé a Álamo de no tener idea de lo que era un rispetto; paladinamente los real visceralistas reconocieron que ellos tampoco sabían lo que era pero mi observación les pareció pertinente y así lo expresaron; uno de ellos me preguntó qué edad tenía, yo dije que diecisiete años e intenté explicar una vez más lo que era un rispetto; Álamo estaba rojo de rabia; los miembros del taller me acusaron de pedante (uno dijo que yo era un academicista); los real visceralistas me defendieron; ya lanzado, le pregunté a Álamo y al taller en general si por lo menos se acordaban de lo que era un nicárqueo o un tetrástico. Y nadie supo responderme.
La discusión no acabó, contra lo que yo esperaba, en una madriza general. Tengo que reconocer que me hubiera encantado. Y aunque uno de los miembros del taller le prometió a Ulises Lima que algún día le iba a romper la cara, al final no pasó nada, quiero decir nada violento, aunque yo reaccioné a la amenaza (que, repito, no iba dirigida contra mí) asegurándole al amenazador que me tenía a su entera disposición en cualquier rincón del campus, en el día y a la hora que quisiera.

El cierre de la velada fue sorprendente. Álamo desafió a Ulises Lima a que leyera uno de sus poemas. Éste no se hizo de rogar y sacó de un bolsillo de la chamarra unos papeles sucios y arrugados. Qué horror, pensé, este pendejo se ha metido él solo en la boca del lobo. Creo que cerré los ojos de pura vergüenza ajena. Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear. Para mí aquél era uno de estos últimos. Cerré los ojos, como ya dije, y oí carraspear a Lima. Oí el silencio (si eso es posible, aunque lo dudo) algo incómodo que se fue haciendo a su alrededor. Y finalmente oí su voz que leía el mejor poema que yo jamás había escuchado. Después Arturo Belano se levantó y dijo que andaban buscando poetas que quisieran participar en la revista que los real visceralistas pensaban sacar. A todos les hubiera gustado apuntarse, pero después de la discusión se sentían algo corridos y nadie abrió la boca. Cuando el taller terminó (más tarde de lo usual) me fui con ellos hasta la parada de camiones. Era demasiado tarde. Ya no pasaba ninguno, así que decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de allí nos fuimos caminando hasta un bar de la calle Bucareli en donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poesía.

En claro no saqué muchas cosas. El nombre del grupo de alguna manera es una broma y de alguna manera es algo completamente en serio. Creo que hace muchos años hubo un grupo vanguardista mexicano llamado los real visceralistas, pero no sé si fueron escritores o pintores o periodistas o revolucionarios. Estuvieron activos, tampoco lo tengo muy claro, en la década de los veinte o de los treinta. Por descontado, nunca había oído hablar de ese grupo, pero esto es achacable a mi ignorancia en asuntos literarios (todos los libros del mundo están esperando a que los lea). Según Arturo Belano, los real visceralistas se perdieron en el desierto de Sonora. Después mencionaron a una tal Cesárea Tinajero o Tinaja, no lo recuerdo, creo que por entonces yo discutía a gritos con un mesero por unas botellas de cerveza, y hablaron de las Poesías del Conde de Lautréamont, algo en las Poesías relacionado con la tal Tinajero, y después Lima hizo una aseveración misteriosa. Según él, los actuales real visceralistas caminaban hacia atrás. ¿Cómo hacia atrás?, pregunté.
—De espaldas, mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo desconocido.
Dije que me parecía perfecto caminar de esa manera, aunque en realidad no entendí nada. Bien pensado, es la peor forma de caminar.
Más tarde llegaron otros poetas, algunos real visceralistas, otros no, y la barahúnda se hizo imposible. Por un momento pensé que Belano y Lima se habían olvidado de mí, ocupados en platicar con cuanto personaje estrafalario se acercaba a nuestra mesa, pero cuando empezaba a amanecer me dijeron si quería pertenecer a la pandilla. No dijeron «grupo» o «movimiento», dijeron pandilla y eso me gustó. Por supuesto, dije que sí. Fue muy sencillo. Uno de ellos, Belano, me estrechó la mano, dijo que ya era uno de los suyos y después cantamos una canción ranchera. Eso fue todo. La letra de la canción hablaba de los pueblos perdidos del norte y de los ojos de una mujer. Antes de ponerme a vomitar en la calle les pregunté si ésos eran los ojos de Cesárea Tinajero. Belano y Lima me miraron y dijeron que sin duda yo ya era un real visceralista y que juntos íbamos a cambiar la poesía latinoamericana. A las seis de la mañana tomé otro pesero, esta vez solo, que me trajo hasta la colonia Lindavista, donde vivo. Hoy no fui a la universidad. He pasado todo el día encerrado en mi habitación escribiendo poemas".

Tomado de:
Liberduplex, S.L., Constitució, 19,08014,BarceÍona
© Roberto Bolaño, 1998

© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1998
   Pedro de la Creu, 58
   08034 Barcelona

Edición Digital: G.M.O.
México, 2006.                                                  
 





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 CAPÍTULO I La primera poesía La literatura latina comenzó con la poesía, que debutó al mismo tiempo que la epopeya y el teatro. Hay múltipl...

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