lunes, 18 de julio de 2016

MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA JAN POTOCKI. Literatura de Rescate.


Jan Nepomucen Potocki de Pilawa (Pików, 8 de marzo de 1761 - Uladowka, 2 de diciembre de 1815) fue un noble, científico, historiador y novelista polaco, capitán de zapadores del Ejército Polaco, célebre por su novela El manuscrito encontrado en Zaragoza. El conde Jan (o Jean) Potocki nació el en castillo de Pików, en Podolia (región entonces polaca, posteriormente anexionada por Ucrania), de familia noble, hijo de Józef Potocki y Anna Teresa Ossolinska, perteneciente a una acaudalada familia de la más alta nobleza. Józef Potocki, con orígenes austriacos, polacos y ucranianos, poseía tierras en Ucrania, cuando éstas pertenecían al Imperio Austro-húngaro. Se cree que era judío askenazí, etnia dominante en aquellas tierras, y que se convirtió al catolicismo para poder entablar relaciones personales y familiares con la alta aristocracia polaca, toda de religión católica, la mayoritaria en el país. Ese pudo ser el motivo por el que Jan Potocki no recibió educación en colegios católicos de Polonia, ni formación religiosa cristiana: cuando cumplió doce años su padré lo envió a Suiza junto a su hermano Severin. Sus primeros estudios los hizo en su país, recibiendo una sólida educación, y a los doce años fue enviado a Suiza para continuarlos en Ginebra y Lausana, donde se inició en el conocimiento de las ciencias y en los estudios literarios y lingüísticos, con un pastor presbiteriano. Los años de su educación suiza dieron al joven aristócrata una curiosidad por las ciencias, que fue creciendo, y un sentimiento cosmopolita de la vida. A su regreso a Polonia abrazó la carrera militar, como era costumbre en la nobleza. Ingresó en la Academia Militar de Viena, pero pronto la abandonó para consagrarse a las dos pasiones que iban a dominarle hasta su muerte: los viajes y los estudios. Decidido a saberlo todo, no tardó en poseer una cultura enciclopédica, y un dominio de casi todas las lenguas modernas, además de las clásicas.
Fuente:
N.N.
***
PREFACIO DE ROGER CAILOIS
Cuando emprendí una antología mundial de lo fantástico busqué en las diversas literaturas
aquellos relatos que tenía la intención de reunir en un mismo volumen. Lo concebía como el
museo del espanto universal. Para Polonia me procuré la selección publicada por Julien Tuwim en
1952 y, como ignoro el polaco, se la pasé a un amigo rogándole que le echara una ojeada y
después me resumiera de viva voz aquellos cuentos que, desde su punto de vista, convinieran
mejor a mi propósito. Uno de esos cuentos era la His toria del comendador de Toralva, D ejan
Potocki. Me pareció un plagio desvergonzado de un relato muy conocido de Washington Irving:
El gran prior de Menorca. Bien pronto tuve que cambiar de opinión porque el relato de Irving se
publicó en 1855 y el conde Potocki murió cuarenta años antes, en 1815.
En el relato que precede a El gran prior de Menorca, Washington Irving explica que al
principio oyó contar al caballero... la historia que vendrá a continuación, pero que, habiendo
perdido las notas que tomó mientras aquél hablaba, encontró más adelante un relato análogo en
memorias francesas publicadas bajo la autoridad del gran aventurero Cagliostro. En el campo,
durante un día de nieve -continúa-, se entretuvo en traducirlo aproximativamente al inglés «para
un grupo de jóvenes reunidos en torno al árbol de Navidad».
Por otro lado, una noticia de la selección de Tuwim me informó que la Historia del
comendador de Toralva era un episodio de una obra escrita en francés por Potocki e intitulada
Manuscrito encontrado en Zaragoza. Consta de una serie de cuentos repartidos en «jornadas», a
la manera de los antiguos decamerones y heptamerones, y vinculados entre sí por una intriga
bastante laxa. La obra completa abarca, pues, una advertencia, sesenta y seis de esas «jornadas» y
una conclusión. De la primera parte, publicada en dos secuencias, se tiraron muy pocos
ejemplares, sin indicación de lugar ni de fecha (en realidad, fue impresa en San Petersburgo, en
1804 y 1805: t. I, 158 páginas; t. II, 48 páginas) y corresponde a las Jornadas 1 a 13; su texto se
interrumpe abruptamente en medio de una frase, sin duda a causa de un viaje del autor. Este hizo
publicar la segunda parte en París, en 1813, por Gide hijo, de la calle Colbert n.° 2, junto a la calle
Vivienne, y por H. Nicolle, de la calle de Seine n.° 12; comprende cuatro delgados volúmenes de
formato in-12, bajo el título de Avadoro, Historia española, por M. L. C. J. P., es decir, M. Le
Comte fan Potocki, y refiere, ligadas unas a las otras, las aventuras que le ocurren al jefe de una
tribu de gitanos y las que a éste le cuentan. En lo esencial continúa el texto de San Petersburgo,
del cual, por otra parte, reproduce las dos últimas jornadas. En efecto, como en ellas aparecía ya
el jefe de la tribu, la nueva novela comienza con su entrada en escena, o sea por la Jornada 12. A
continuación reproduce total o parcialmente las Jornadas 15 a 18, 20, 26 a 29, 47 a 56.
Publicadas al año siguiente en tres volúmenes, en el mismo formato y también por Gide hijo,
ahora establecido en la calle Saint-Marc n.° 20, Las diez jornadas de la vida de Alfonso van
Worden reproducen el texto impreso en San Petersburgo, con excepción de algunas enmiendas
sobre las cuales volveré: faltan en la obra, sin embargo, las jornadas 12 y 13, que acababan de ser
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reimpresas en Avadoro, y la jornada 11 que se omitió, sin duda, porque sólo contiene dos historias
conocidas, una de ellas tomada a Filostrato, la otra a Plinio el joven. En cambio, la otra
termina con un episodio hasta entonces inédito, la Historia de Rebeca, que corresponde a la
jornada 14 del texto integral. Este episodio se halla ahora ligado por una corta transición a la
jornada 11. En realidad, continúa el texto de San Petersburgo, en el lugar mismo en que aquél se
interrumpe.
La Biblioteca Nacional posee los tres volúmenes de Van Worden, los cuatro volúmenes de
Avadoro y el primer volumen del Manuscrito encontrado en Zaragoza editado en San
Petersburgo, si es que puede llamarse volumen a lo que parece más bien un juego de pruebas.
Encuadernado en marroquí rojo, lleva en el canto la indicación: Primer decamerón; la anotación
es 4.0 Y 2 3059; el título está escrito con tinta, en la guarda: [Historia de] Alfonso van Worden
[o] [tomada de un] manuscrito encontrado en Zaragoza. Abajo, con lápiz, figura el nombre del
autor: Potocki Jean. A un lado, un sello rojo con la mención: donación n.° 2693. El texto impreso
es de 156 páginas. Las dos últimas están recopiladas con tinta. En el texto abundan las
correcciones a lápiz, casi todas estrictamente tipográficas; unas cuantas proponen verdaderas
mejoras estilísticas.
En la guarda está pegado un fragmento de prueba de imprenta, en el cual se descifra la
siguiente nota manuscrita (las palabras entre corchetes han sido tachadas en el original):
Puede suponerse que [el conde P.] [es Nodier q] que [el] es Nodier quien Klaproth quiso
designar, en 1829, como la persona [en cuyas manos] encargada de rever, antes de que se
imprimiera, el Manuscrito encontrado en Zaragoza y en cuyas manos ha quedado la copia del
manuscrito. Y [no es acaso Nodier que con el consen...] es probable que [como detentor]
teniendo en sus manos [un man...] el trabajo del conde Potocki, haya pensado en aprovecharlo
de la mejor manera posible, literaria y financieramente hablando. Pero no es menos asombroso
que se haya creído en el deber de guardar silencio cuando el escandaloso proceso que se le hizo
al conde de Worchamps, quien [dos palabras tachadas: ilegibles] creyó posible publicar en el...
el diar. La Presse en 1841-1842, al principio con el título de El valle funesto, después con el de
la Hist. de don Benito de Almusenar, pretendidos extractos de las Memorias inéditas de
Cagliostro: éstos no eran sino la reproducción de Avadoro y de las Jornadas de la vida de
Alfonso van Worden. [Era este]
Ese Valle funesto era un robo manifiesto.' Nodier que no m. hasta 1844 [que] habría podido
instruir a la justicia a ese respecto y no dijo una palabra. [Hay cuatro palabras tachadas,
ilegibles.]
El n.° 2693 corresponde a una donación hecha el 6 de agosto de 1889 por la señora Bourgeois,
cuyo apellido de soltera es Barbier. En este caso, es harto probable que el acusador de Nodier sea
Ant.-Alex Barbier, autor del Diccionario de los anónimos, el cual atribuye precisamente a
Potocki Avadoro y Van Worden. Pronunciarse sobre estas insinuaciones corresponderá a los
biógrafos de Nodier. De todos modos, esas pocas líneas tienen la ventaja de permitirnos
comprender el plagio de Washington Irving y el que éste haya podido ampararse en la autoridad,
muy problemática, por lo demás, del famoso Cagliostro. En el diario La Presse, en 1841-1842,
aquél encontró la reproducción que hizo Courchamps del relato de Potocki y que incluyó en su
selección Wolfert's Roost de 1855. Quizá nunca supo, al proceder así, que había plagiado a un
gran señor polaco muerto muchos años antes. Es lícito perdonar a Irving por una traducción que
presenta como tal, aunque deje suponer a sus lectores que se ha valido de un artificio literario que
tiene por objeto acreditar una ficción. La indulgencia se impone tanto más cuanto que él mismo
ha sido víctima de un plagio idéntico. En efecto, uno de sus Cuentos del viajero (1824), Aventura
de un estudiante alemán, fue traducido y adaptado de igual manera por Petrus Borel, en 1843,
con el título de Gottfried Wolgang. Para colmo, también en este caso, el plagio ha sido confesado
a medias, disimulado a medias, por una ingeniosa y equívoca presentación.
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Aquí terminan las vicisitudes del original francés. En 1847, Edmund Chojecki, basándose en
un manuscrito autógrafo en la actualidad perdido, dio de la obra entera, en Lipsk-Leipzig, una
versión polaca en seis volúmenes bajo el título de Rekopis Znaleziony w Saragossie. Su
traducción fue reeditada varias veces (en 1857, 1863, 1917 y 1950). Por último, una edición crítica,
debida a Leszek Kukulski, apareció en Varsovia en 1956. Casi de inmediato se descubrió en
los archivos de la familia Potocki, en Krzeszowice, cerca de Cracovia, dos importantes
fragmentos del texto primitivo francés: a) una copia intitulada Cuarto decamerón, revisada y
corregida por el autor y que incluye las Jornadas 31 a 40; b) un borrador de las Jornadas 40 a 44
y fragmentos de las jornadas 19, 22, 23, 24, 25, 29, 33, 39 y 45.
El señor Kukulski, a cuya gentileza debo estas últimas precisiones, se esfuerza actualmente en
reconstituir el texto francés integral del Manuscrito encontrado en Zaragoza. Ha utilizado las
cinco fuentes precitadas: 1) los dos volúmenes de San Petersburgo para las jornadas 1 a 12 y para
una parte de la jornada 13; 2) Alfonso van Worden (1814) para la Jornada 14 y para la
advertencia general que no aparece en la edición de San Petersburgo; 3) Avadoro (1813) para las
Jornadas 15 a 18, 20, 26 a 29, 47 a 56; 4) la copia corregida de los archivos Potocki para las Jornadas
31 a 40; 5) el borrador de los mismos archivos para las Jornadas 19, 22 a 25, 29 y 41 a 45.
Para el resto de la obra, es decir, para un poco menos de su quinta parte, habrá que retraducir al
francés la versión polaca que hizo Edmund Chojecki en 1847. Le deseo un éxito rápido y
completo. Los historiadores de la literatura francesa deben, en efecto, poder apreciar en su
conjunto, sin tardanza, una obra cuyos fragmentos accesibles prueban desde ahora su importancia
y calidad. Entretanto, tomo la iniciativa de reeditar la parte principal de las páginas publicadas en
francés en vida del autor, reconocidas y ordenadas por él. Como el ejemplar de la Biblioteca
Nacional sólo incluye la primera parte del texto impreso en San Petersburgo, he debido pedir
copia del que se conserva en la Biblioteca de Leningrado. Lleva la anotación 6.11.224, y se
compone de dos series de pliegos encuadernados juntos. En el lomo de la encuadernación, una
sola palabra en dos líneas: Potockiana. Adentro, en el dorso de la cubierta, está pegada una faja
de papel con la siguiente indicación manuscrita:
El conde Jean Potocki ha hecho imprimir estos pliegos en San Petersburgo en 1805, poco
antes de su partida a Mon golia (en una embajada a China de la cual forma parte), sin darles
título ni ponerles fin, reservándose el derecho de continuarlos o no más adelante, cuando su
imaginación, a la cual ha dado rienda suelta en esta obra, lo invite a ello.
La primera serie de los pliegos termina en la página 158, al pie de la cual se lee: Fin del primer
decamerón, y abajo: Copiado en 100 ejemplares. El texto de la segunda parte termina
bruscamente en medio de una frase, al final de la página 48. La frase debía continuar en la página
49, en la cual comenzaba el pliego decimotercero, que sin duda no fue nunca impreso, ni
tampoco los siguientes. He reproducido escrupulosamente ese texto, y lo completo con la especie
de conclusión provisional que da fin a las Diez jornadas. Por lo contrario, sólo reimprimo
extractos de Avadoro.
Para no publicar por entero lo que el autor mismo ha dado a publicidad, tengo dos razones
principales. En primer lugar, el texto de Avadoro es fragmentario y poco seguro. Más vale
esperar a que el señor Kukulski haya podido procurarse una versión menos discutible, basándose
en los manuscritos de Krzeszowice y ayudándose con la traducción de Chojecki. En segundo
lugar, deseo destacar sobre todo el aporte de la obra de Potocki a la literatura fantástica. Ahora
bien, es en las primeras jornadas del Manuscrito encontrado en Zaragoza donde lo sobrenatural
desempeña precisamente un papel de gran importancia. De ahí mi decisión.
La obra ha permanecido desconocida en Francia. Y como estaba escrita en francés, parece no
haber alcanzado sino muy lentamente un mejor destino en la patria del autor, aunque éste
perteneciera a una de las más ilustres familias de Polonia. Sus compatriotas, a lo menos,
consideraron siempre a Potocki como a uno de los fundadores de la arqueología eslava. El
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personaje, por lo demás, merecería ser estudiado a fondo.' Nace en 1761; adquiere primero en
Polonia, después en Ginebra y Lausana, una sólida educación. Muy joven aún, visita Italia,
Sicilia, Malta, Túnez, Constantinopla, Egipto. En 1788 nos da cuenta de su recorrido en un libro
publicado en París con el título de Viaje a Turquía y a Egipto hecho en el año 1784,2 que
reeditará en su imprenta privada en 1789. Entretanto, de vuelta a su país, se hace de golpe célebre
subiendo en globo con François Blanchard. En 1789, después de querellarse con los Estados de
Polonia a propósito de la libertad de prensa, instala en su casa una imprenta libre (Wolny
Drukarnia) en la que edita los dos volúmenes de su Ensayo sobre la historia universal e
indagaciones sobre Sarmacia. En 1791 viaja por Inglaterra, España y Marruecos. Participa en la
campaña de 1792 como capitán ingeniero. En adelante se consagra a la prehistoria y a la
arqueología. En 1795 publica en Hamburgo el Viaje por algunas partes de la Baja Sajonia para
la busca de antigüedades eslavas o vendas, hecho en 1794 por el conde Jean Potocki. En Viena,
en 1796, nos da una Memoria sobre un nuevo periplo del Ponto Euxino, así como sobre la más
antigua historia de los pueblos del Taunus, del Cáucaso y de Escitia. Ese mismo año, en
Brunswick, edita en cuatro volúmenes los Fragmentos históricos y geográficos sobre Escitia,
Sarmacia y los eslavos. Arqueólogo y etnólogo ilustre, consejero privado del zar Alejandro
Primero, viaja al Cáucaso en 1798. En 1802 hace editar en San Petersburgo, en la Academia
Nacional de Ciencias, una Historia primitiva de los pueblos de Rusia, con una exposición
completa de todas las nociones locales, nacionales y tradicionales necesarias para comprender
el cuarto Libro de Heródoto; después, en 1805, una Cronología de los dos primeros libros de
Manetón. Al mismo tiempo, hace tirar discretamente las cien copias del Manuscrito encontrado
en Zaragoza. El zar lo designa jefe de la misión científica adjunta a la embajada del conde
Golovkin. Esta no logra llegar a Pekín, a donde se dirigía, y es reenviada desdeñosamente al
campamento del virrey de Mongolia. Decepcionado, Potocki vuelve a San Petersburgo, donde
publica, en 1810, los Principios de cronología para los tiempos anteriores a las olimpíadas;
después un Atlas arqueológico de la Rusia europea; por último, en 1811, una Descripción de la
nueva máquina para batir moneda. En 1812 se retira a sus tierras. Deprimido, neurasténico, se
suicida el 2 de diciembre de 1815.
Ignoro si atribuía mucha importancia a la única obra novelesca que escribió. Sin embargo, la
publicación en sus tres cuartas partes clandestina de San Petersburgo en 1804-1805, la
publicación semiconfesada de París en 1813-1814, me persuaden de que no la consideraba un
mero entretenimiento.
En 1892 una selección de sus obras doctas fue publicada en París, en dos volúmenes, al
cuidado y con notas de Klaproth, «Miembro de las sociedades asiáticas de París, Londres y
Bombay», el mismo a quien se nombra en la nota manuscrita agregada al juego de pruebas de la
Biblioteca Nacional. Esta publicación contiene una bibliografía de los trabajos eruditos de
Potocki. Klaproth menciona al final el Manuscrito encontrado en Zaragoza, Avadoro y Alfonso
van Worden, haciendo sobre ellos la siguiente apreciación:
«Además de sus obras doctas, el conde Jean Potocki ha escrito una novela muy interesante, de
la cual sólo algunas partes han sido publicadas; su tema son las aventuras de un gentilhombre
español descendiente de la casa de Gomélez, y por consecuencia de extracción morisca. El autor
describe perfectamente en esta obra las costumbres de los españoles, de los musulmanes y de los
sicilianos, y los caracteres están trazados en ella con gran verdad; en suma, es uno de los libros
más atractivos que se hayan escrito. Por desgracia, sólo existen de él algunas copias manuscritas.
La que fue enviada a París, para ser allí publicada, ha quedado en manos de la persona encargada
de reverla antes de la impresión. Esperemos que una de las cinco copias, que hay en Rusia y en
Polonia, saldrá a luz tarde o temprano porque, a semejanza de Don Quijote y de Gil Blas, es un
libro que no envejecerá jamás.»
Aquí no habremos de ocuparnos de los descubrimientos del viajero y del arqueólogo, sino de
aquella curiosa y casi secreta parte de su obra que prolonga las hechicerías de Cazotte y anuncia
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los espectros de Hoffmann. Por muchos de sus rasgos, el Manuscrito encontrado en Zaragoza
pertenece aún al siglo XVIII: las escenas galantes, l a afición al ocultismo, la inmoralidad
sonriente e inteligente, el estilo, en fin, de una elegante sequedad, fácil, sobrio y preciso, sin
resalto ni excesos. Por otros de sus caracteres, anticipa el romanticismo: nos da un pregusto de
los estremecimientos inéditos que una nueva sensibilidad pedirá bien pronto a la fascinación de
lo horrible y de lo macabro. Esta obra marca, pues, una etapa decisiva en la evolución del género.
Su originalidad, sin embargo, le confiere títulos más notables aún. Para ello me atengo casi
exclusivamente a los relatos publicados en San Petersburgo durante los años 1804 y 1805.
¿Cómo no sentir la extremada singularidad de una estructura novelesca fundada en la repetición
de una misma peripecia? Porque siempre se cuenta la misma historia en los diferentes relatos
encajados unos en los otros que se hacen mutuamente los personajes del nuevo Decamerón, a
medida que sus aventuras les permiten conocerse. La misma situación se reproduce y multiplica
sin cesar, como si espejos maléficos la reflejaran incansablemente. La historia, muy variada en la
anécdota, relata siempre los encuentros y los amores de un viajero con dos hermanas que lo
arrastran al lecho común, a veces solo, a veces en compañía de la propia madre de las muchachas.
Después sobrevienen las apariciones, los esqueletos, los castigos sobrenaturales. El
carácter harto singular de estos episodios sucesivos está muy edulcorado en la edición de 1814,
pero surge con gran nitidez en la versión confidencial de San Petersburgo. Se trata, por lo demás,
de relatos perfectamente discretos, como sabían escribirse en el siglo XVIII: los gestos más
turbios están velados, pero no disimulados. Las dos muchachas son musulmanas, lo que permite
atribuir a la costumbre del harén el que les parezca tan natural compartir al mismo hombre, a la
vez que gozan entre sí. Su naturaleza verdadera se revela poco a poco y entonces aparece lo que
son, es decir, criaturas demoníacas, súcubos o entidades astrológicas ligadas a la constelación de
Géminis.
El autor ha variado el tema con admirable ingeniosidad. La obsesión producida en los
personajes mismos, después en el lector, por la repetición de aventuras análogas distribuidas en
el tiempo y en el espacio, es un efecto literario de una eficacia tanto más sostenida cuanto que
agrega la angustia de una duplicación infinita a la que se deduce normalmente de una súbita
intervención de lo sobrenatural en la existencia hasta entonces opaca de un héroe intercambiable.
El idéntico regreso de un mismo acontecer en el irreversible tiempo humano representa por sí
solo un recurso empleado con frecuencia en la literatura fantástica. Pero no se han empleado, que
yo sepa, combinaciones tan osadas, deliberadas y sistemáticas de los dos polos de lo Inadmisible
-la irrupción de lo insólito absoluto y la repetición de lo único por antonomasia- para llegar al
colmo del espanto: el prodigio implacable, cíclico, que se encarniza con la estabilidad del mundo
utilizando sus propias armas, y que bien pronto no es ya un milagro escandaloso sino l a amenaza
de una ley imposible de la cual conviene temer en adelante sus efectos recurrentes, a la vez
inconcebibles y monótonos. Lo que no puede ocurrir se produce; lo que sólo puede ocurrir una
vez, se repite. Ambos se conciertan e inauguran una especie terrible de regularidad.
Si hubiera seguido el principio de que para establecer un texto debemos elegir la última
edición publicada en vida del autor, habría escogido en este caso las Diez jornadas de la vida de
Alfonso van Worden (1814). Sin embargo, muy serios motivos me disuadieron de ello. El texto
de San Petersburgo es superior desde todo punto de vista: es más correcto y más completo.
Muchos descuidos desacreditan la edición parisiense, en la cual, por otra parte, los intermedios
sensuales, tan característicos de la obra, desaparecen casi completamente. Por eso he reproducido
la edición de 1804-1805, completada por la Historia de Rebeca, que termina el texto publicado
por Gide hijo, en 1814. De tal manera creo procurar, en su versión integral y auténtica, toda la
primera parte de la obra.
Esta parte corresponde, como ya tuve ocasión de indicarlo, a la inspiración más fantástica del
conjunto. Avadoro es más picaresco que sobrenatural, y la Historia de Giulio Romati y de la
princesa de Monte Salerno sólo figura allí por un artificio de distribución, si no de
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compaginación. Este relato se emparienta por el tema y la atmósfera al ciclo de las hermanas
diabólicas, y estaba perfectamente en su sitio en la versión primitiva de San Petersburgo, que
después, por necesidades de puro éxito, se repartió en dos obras presentadas como distintas. El
equívoco constantemente mantenido entre la princesa y su dama de honor, gracias al cual nunca
podemos saber si se trata de una o dos personas, las espléndidas criadas que esta criatura, a la vez
simple y duple, acoge en sus lechos simétricos, nos fuerzan a ver en la aventura una variante de
los episodios precedentes en que los principales papeles estaban reservados a Emina y a Zebedea,
primas del héroe.
Llevado por el mismo espíritu he creído que debía extraer de Avadoro la Historia del terrible
peregrino Hervás, incluye la Historia del comendador de Toralva y es el único relato fantástico
de Avadoro (junto con el de la princesa de Monte Salerno); por añadidura, las dos hermanas que
acogen tan amablemente al héroe son avatares evidentes de los mismos súcubos; también
señalaremos que en esta ocasión se definen más nítidamente las relaciones escabrosas de las dos
muchachas, «más inspiradas por la emulación que por los celos», de su madre «más sabia pero
no menos apasionada» y de un héroe colmado y condenado a la vez, a quien comparten en un
mismo lecho voluptuosidades concertadas.
No hay ningún elemento sobrenatural en la Historia de Leonor y de la duquesa de Ávila•, por
su asunto, sin embargo, pertenece sin lugar a dudas a la serie precedente. Una mujer se inventa
una hermana de la cual se disfraza y con la cual casa a su pretendiente, de modo que éste la
conoce bajo dos apariencias entre las cuales se extravía su pasión. Hay aquí como un desquite
inesperado de los episodios habituales en que las dos hermanas son una y otra bien reales y
tienen dos cuerpos bien distintos. Esta vez, dos encarnaciones alternadas de una personalidad
única terminan por confundirse para la dicha de un amante dividido hasta entonces. Me ha
parecido que la serie de variantes en que Potocki ha multiplicado obstinadamente una situación
análoga habría quedado in completa si no hubiera incluido esta última e inversa posibilidad.
Además, por los disfraces que saca a relucir, por lo «sobrenatural explicado» de que se vale,
ofrece una fiel ilustración de la atmósfera de Avadoro, donde, como ya dije, lo fantástico cede su
lugar a lo pintoresco y el espanto a la malicia.
El texto. Diré por último algunas palabras acerca del texto escogido. La Advertencia no figura
en la edición de San Petersburgo. Lo extraigo de la edición parisiense de 1814. Para lo esencial,
reproduzco el texto impreso en San Petersburgo en 1804-1805. No he tenido en cuenta las
correcciones manuscritas del ejemplar de la Biblioteca Nacional, con excepción de aquellos
errores manifiestos, tipográficos o de otra índole. He señalado estos últimos con una nota al pie
de página. He mantenido, en lo esencial, la grafía de 1804, salvo haber modernizado la ortografía
y la puntuación cada vez que una simple enmienda automática bastaba para ello.
He conservado, desde luego, la distribución de los relatos entre las Jornadas como aparece en
la versión de 1804. Difiere ligeramente de la de 1814. En su casi totalidad, el texto presentado
puede considerarse auténtico y definitivo. Hay que exceptuar, por desgracia, aquellas partes
tomadas de las ediciones parisienses: son la Historia de Rebeca y los relatos extraídos de
Avadoro.
La Historia de Rebeca ocupa el final del tomo III de las Diez jornadas (págs. 72 a 122).
Los relatos de Avadoro ocupan en la edición parisiense de 1813 las páginas siguientes:
Historia del terrible peregrino Hervás (seguida de la del Comendador de Toralva): tomo III,
desde la página
207 hasta el fin; tomo IV, desde la página 3 hasta la página 120 (salvo algunas líneas en las
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páginas 69-70 que marcan un corte en el relato).
Historia de Leonor y de la duquesa de Ávila: tomo IV, desde la página 165 hasta el fin.
El texto de 1813 se ha reproducido sin ninguna modificación, aunque su autoridad no sea
absoluta pues ha podido sufrir por parte del editor la misma clase de retoques que sufrieron, al
año siguiente, las Diez jornadas. No deja de ser por ello el único texto actualmente disponible en
el original francés. Me creo en el deber de darlo a la espera de uno mejor, a los fines de presentar
desde ahora una imagen más completa de lo fantástico en Potocki. Habrá de perdonárseme,
supongo, esta anticipación: me parece que el interés de la obra la merece ampliamente.
Sólo me queda agradecer muy calurosamente al señor St. Wedkiewicz, director del Centro
Polaco de Investigaciones Científicas de París, que tuvo la gentileza de escribir de mi parte al
señor Lescek Kukulski, y al mismo señor Kukulski, que me ha instruido muy amablemente
acerca del presente estado de sus trabajos que se proponen la reconstitución integral del texto
original francés de Potocki.
También expreso mi muy viva gratitud a la señora Tatiana Beliaeva, encargada de la Biblioteca
de la Unesco en París, y al señor Barasenkov, director de la Gosudarstvennaja Publicnaja
Biblioteca imeni Saltukova-Scedrina de Leningrado. Gracias a su comprensión he podido
conocer el juego completo de los cuadernos impresos en 1804-1805 en San Petersburgo. Sin ese
texto la presente edición habría resultado aproximativa hasta en la parte que hoy propone al
público.
En 1814, las Diez jornadas, última publicación del autor que habría de morir al año siguiente,
terminaban con el anhelo de que el lector conociera las nuevas aventuras del héroe. Hoy formulo
el mismo deseo para la próxima y primera publicación completa de una obra que ha
permanecido, a causa de una rara conjura de azares excepcionales, inédita en sus tres cuartas
partes y casi totalmente desconocida en la lengua en que fue escrita. Ya es hora de que esta obra,
después de esperar un siglo y medio, encuentre en la literatura francesa, así como en la literatura
fantástica europea, el lugar envidiable que le corresponde ocupar.
ROGER CAILLOIS.

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