lunes, 6 de julio de 2015

PREMIO HAMMETT DE NOVELA 1988. PACO IGNACIO TAIBO II. Novela: La vida misma.


PREMIO HAMMETT DE NOVELA 1988.  PACO IGNACIO TAIBO II. Novela: La vida misma.

Aunque nacido en Gijón, creció en México a partir de los 10 años: su padre, Paco Ignacio Taibo I, de gran tradición socialista, se exilió en ese país latinoamericano en 1959 después de huir de la dictadura franquista. Allí nacieron sus hermanos menores, el poeta Benito Taibo y el cineasta Carlos Taibo Mahojo.

Paco Taibo II comenzó a practicar la actividad política en sus tiempos de estudiante, y sería ella la que motivaría su renuncia, en julio de 2012, a la dirección la de Semana Negra de Gijón para integrarse en el equipo de López Obrador.

El detective Héctor Belascoarán Shayne es el protagonista de sus novelas policiacas. Su pasión por este género lo llevó a fundar en 1986 la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP) junto con el también mexicano Rafael Ramírez Heredia, los cubanos Rodolfo Pérez Valero y Alberto Molina, el uruguayo Daniel Chavarría, el ruso Iulián Semiónov y el checo Jiri Prochazka.

En 1988 creó el festival multicultural Semana Negra de Gijón, por el que han pasado miles de escritores de novelas policíacas, históricas, de fantasía y ciencia ficción. Como su nombre indica, se lleva a cabo en la ciudad natal del escritor.

Taibo II ha desarrollado muchas otras actividades, además de la de escritor. Ha enseñado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ha sido director de las series México, historia de un pueblo y Crónica general de México (1931-1986), del suplemento cultural de la revista Siempre! (1987-1988) y de las revistas Crimen y Castigo y Bronca.

Su obra literaria, distinguida con numerosos premios, no se limita al género policiaco, también ha escrito novelas históricas, cuentos, cómics, reportajes, ensayos y crónicas. Ha publicado una cincuentena de títulos y algunos de sus textos han sido traducidos a diversos idiomas.

Está casado desde 1971 con la activista cultural y fotógrafa Paloma Sáiz Tejero, con quien tiene una hija.

Durante el I Consejo Nacional del Movimiento Regeneración Nacional, celebrado en el Deportivo Plan Sexenal de la Ciudad de México, fue elegido secretario de Arte y Cultura del Comité Ejecutivo Nacional de MORENA para el periodo 2012-2015.

***
José Daniel Fierro, cincuentón escritor de novelas policiacas, se encuentra de repente transmutado en el Jefe Fierro de la policía municipal de Santa Ana, una población norteña con ayuntamiento de izquierda cercado por la ofensiva priista. ¿ Va a poder resolver el asesinato de una fotógrafa gringa con la misma facilidad con la que escribe un libro? ¿Cómo se metió en esa locura?, piensa mientras trata de quitarse de encima a judiciales y pistoleros de los caciques.
En una población en la que no queda una sola barda sin pintar, y cuya estación de radio independiente insiste en programar una y otra vez el `Venceremos`, José Daniel Fierro se encuentra cara a cara con las preguntas que se han estado haciendo estos últimos 20 años muchos mexicanos.

***
Fuente: Editorial Planeta.

(Fragmento de novela).

CAPÍTULO I
Lloviendo en el D.F.



«Si en esta ciudad no lloviera, hacía mucho que la habría abandonado», pensaba José Daniel Fierro pensando en que pensaba; porque había ideas que eran trabajo, reutilizables pensamientos que formaban frases y luego se iban por el camino de las teclas. La sensación era suya, pero podría ser del viejo villista que trabajaba en una tlapalería hacia la mi-tad del capítulo tres de la novela que estaba escribiendo. «Si no lloviera» . . . escribía en la cabeza mirando las gotas de agua estrellándose en el doble vidrio ante su mesa blanca e imaginando sin oír el splash, los pequeños plop. Había que ponerle a la frase un poco del sonido del viento que empujaba la lluvia contra la ventana y que se hacía imagen literaria sacudiendo el laurel solitario del camellón, hacién-dolo bailar. «Si no hubiera laurel», también se habría ido, él, no el viejo del capítulo tres. Cada vez escribía más de irse y, sin embargo, se quedaba. Encendió un Mapleton con la colilla del otro. Ana, sentada a sus espaldas en un sillón blanco, levantó la vista del libro que estaba leyendo y estiró la mano para robarle un cigarrillo.
—¿Sabes cuánto nos cuesta fumar?
José Daniel se atusó el bigotazo negro mirando la lluvia.
—Cuarenta y dos mil pesos al mes, ¿cómo lo ves? El en-fisema pulmonar es la enfermedad más cara de adquirir del mundo —dijo Ana sin esperar respuesta.
—Alguna vez oí de -una sífilis que le costó a un tipo 200 mil pesos.
—Nada. Menor el asunto —dijo Ana—. ¿Un café?
—Un coñac doble.
—Pensándolo bien, el alcoholismo es más caro todavía —dijo ella caminando hacia la cocina. A la mitad del cami-no el timbre de la puerta la hizo cambiar de rumbo.
José Daniel Fierro se tocó el codo, la lluvia le traía un dolor artrítico.
Los principios de capítulo deberían ser contundentes, sólo un escritor de segunda empezaría un capítulo con «Si en es-ta ciudad no lloviera . . .» Trató de que la conversación en la puerta no le rompiera el hilo. Casi lo tenía. Tecleó qui-tándole la infecta blancura a la hoja de papel: "Un buen detective sólo vive en ciudades en las que llueve así".
—Daniel, tienes visita —dijo Ana casi soplándole las pa-labras en la pelusa de la nuca,
José Daniel se volteó y contempló a los tres recién llega-dos: un joven despeinado con chamarra y botas, lentes muy gruesos; un barbudo de unos 40 años con mirada fiera; un hombre de unos 35, muy moreno y de ojos verdes, al que había visto muchas veces en fotografías.
—Pasen, siéntense —les dijo a los tres personajes que tra-taban de que las botas no enlodaran la alfombra blanca. Se acercaron extendiendo las manos. El escritor giró su si-lla para enfrentarla a los recién llegados, cediéndoles los dos sillones; Ana se mantuvo vigilante cerca de la puerta en su actitud de anfitriona-propietaria.
—Somos de la comisión —dijo el joven de los lentes.
—Está lloviendo a mares —dijo José Daniel por decir algo.
—Le hablaron, ¿verdad? —preguntó el hombre de los ojos verdes.
—Tú eres Benjamín Correa —afirmó el escritor, el jo-ven asintió.
—Macario, el dirigente de la sección 23 y Fritz, el direc-tor de nuestra estación de radio —contestó señalando con el dedo a sus dos compañeros.
—No, nadie me habló, pero no hay bronca —dijo el es-critor—, ¿Para qué soy bueno? ¿Lo de la semana de la cultura en Santa Ana? Ya les dije que sí, que iría, y firmé el manifiesto. ¿Salió hoy, no?
—Queremos que nos firme otro papelito —dijo el diri-gente de los mineros.
—¿Un cheque?
Los tres personajes se rieron.
—No, compañero Fierro, está peor —dijo Fritz Glockner.
José Daniel sonrió.
—Queremos que sea el jefe de policía de Santa Ana —di-jo el presidente municipal rojo. Los tres personajes rieron.
José Daniel Fierro emitió una risita de hurón, dudosa.
—¿Quieren que escriba una novela policiaca sobre San-ta Ana?
—No. Queremos que sea el jefe de policía de Santa Ana.
—Bueno, qué cosa —exclamó Ana.
—¿En serio? —preguntó el escritor,
—Claro —dijo Benjamín Correa, encendiendo un Deli-cado sin filtro. Macario, el minero, asintió con una sonrisa ladina.
José Daniel Fierro los observó fijamente tratando de no cruzar su mirada con la de su mujer.
—Esperen un minuto, déjenme ponerlo claro. ¿Quieren que yo vaya a Santa Ana y me haga cargo de la policía?; ¿será la municipal, no?
Los tres personajes asintieron.
—A mí me parece muy importante lo que están hacien-do. En medio de tanta mierda la experiencia de ustedes es fundamental. Hasta ahí. Que quede claro. Firmo manifies-tos, voy a manifestaciones, escribo sobre ustedes donde pue-do si tengo algo que decir, apoyo económicamente, voy a Santa Ana y participo de una semana de la cultura; son co-sas que sé hacer, que puedo hacer. Hasta ahí de nuevo . . . Pero ser jefe de policía es una locura. Tengo 50 años . . .
—Cincuenta y dos —dijo Ana desde su esquina.
—Cincuenta y uno y cumplo en un mes . . . —le contestó rápido José Daniel—. No he disparado una pistola en mi vida.
—¿A poco? —preguntó Macario, al que no le cabía en la cabeza que todavía quedara alguien en México que no hubiera disparado una fusca.
—Pero en Muerte al atardecer se cuenta todo sobre una 45, el impacto, el retroceso, la precisión, la limpieza . . . —dijo Fritz Glockner sonriendo.
—Lo saqué de un manual de armas italiano —contestó el escritor disculpándose—. Pero además, ¿qué importa? No tengo ninguna experiencia policiaca real. Sólo ficción, sólo literatura.
—En La cabeza de Pancho Villa cuenta la historia del fraude del banco, así supimos como lo andaban haciendo en Santa Ana.
—Bueno, es que así pasa. ¡Chingaos! ¿Tengo que con-tarles la diferencia entre escribir y vivir?
—No hay diferencia —dijo el alcalde rojo—. Nomás es cuestión de kilómetros. ¿Quién sabe de policía en México? Nadie. Nomás usted, escritor. ¿Quién lleva 11 novelas? Por cierto, me falta una, la de los, braceros . . .
—La raya —dijo José Daniel—. Tengo ejemplares por ahí . . .
—A lo mejor lo que pasa es que no se lo estamos propo-niendo bien —dijo Fritz—. A ver así: en año y medio han asesinado a dos jefes de policía municipal en Santa Ana. Los judiciales del estado nos traen jodidos, necesitamos una buena policía municipal, alguien a quien no puedan matar sin que se arme un pedote nacional, hasta internacional; por ejemplo, un escritor que acaba de ganar el Gran Premio de Literatura Policiaca en Grenoble, o al que entrevista el New York Times. Un escritor que aunque es de izquierda sale en el programa de Rocha cuando publica un libro. Uno que no puedan matar, y que además tenga coco, ideas, mente de investigador, uno que le sirva al pueblo y que además saque de onda a los priístas y al gobierno del estado, alguien que ponga su nombre en Santa Ana.
—Entiendo eso, pero tiene que tomar algo en cuenta. Yo soy un culero. Tengo miedo. Este país cada vez me da más miedo. Si sigo hablando y escribiendo es porque me da más miedo callarme.
—Por valientes no paramos, eso es cosa nuestra —dijo el presidente municipal—. Tenemos como diez que se me-ten a la jaula de los leones, esposados, y le dan patadas en los huevos a las fieras . . . Queremos a uno como usted. No-más imagínese: «José Daniel Fierro, jefe de policía de San-ta Ana».
—No, si me lo imagino. —Me divorcio, ¡eh! —dijo Ana. —¿Quién fue el de la idea? —preguntó el escritor. —Nosotros andábamos buscando por ahí, y lo comen-tamos con algunos, y Carlos Monsiváis fue el que nos dio la idea.
—Maldita sea, vaya broma más cabrona. —Piénselo, maestro. No sólo nos hace un servicio en Santa Ana, sino la cantidad de novelas policiacas que salen de ahí. Tenemos unos crímenes de lo más lucidores —dijo Fritz,
—Nos traen jodidos —dijo el presidente municipal, y ahí José Daniel se dio cuenta cómo había llegado hasta el pues-to. Ponía tal intensidad en las palabras, que tomaba el hí-gado del oyente y no lo soltaba—. Nos cercan, cortan pre-supuestos, los caciques hostigan, no entregan los dineros del municipio, nos provocan, nos rodean con una de las cam-pañas de publicidad más negras que se ha hecho en la his-toria de México. Tenemos elecciones en ocho meses: si las ganamos nos van a meter el ejército, si las perdemos nos van a desmontar toda la organización popular que se ha creado. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Necesitamos un jefe de policía . . . ¿Qué pues?
-¿Llueve mucho en Santa Ana?
-Todos los días —contestó Macario.
-Nunca —dijo Fritz Gíockner.
-Usted dirá —contestó el presidente municipal.
-Me divorcio —dijo Ana—. Te juro que me divorcio.



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