jueves, 31 de octubre de 2013

Foto presentación del libro de cuentos: Tu nombre será borrado del mundo.

En el orden usual: el poeta Soren Vargas, el novelista J. Méndez-Limbrick, Guillermo Fernández, poeta y narrador, Paul Benavidez Vilchez, poeta; y el editor Leonardo Villegas. Casa Cultural Amón, San José, Costa Rica.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Guillermo Fernández. Título: "Tu nombre será borrado del mundo". Género: cuento. Año: 2013.

 
TU NOMBRE SERÁ BORRADO DEL MUNDO.

Cuando me reunía con mi amigo Paolo Cappelli Gualandi a finales del siglo pasado y principios del presente siglo, teníamos maratónicas conversaciones acerca de la Filosofía y su campo de la Etica y la Moral. Un aspecto y una preocupación que fui trasladando a mi quehacer literario o quizá ya tenía esa preocupación, no lo sé.



Y es que, desde la primera página del libro de cuentos de Guillermo, he observado esa preocupación preponderante de no solo el escribir y hacer de estos textos un buen ejemplo de una literatura bien trabajada sino, al menos para mí, el contexto social y moral en que el autor ubica a los personajes será el escenario más importante. Tan es así, que sus personajes siempre están en conflicto entre el Bien y el Mal. Incluso: podría afirmarse que en el discurso narrativo de la obra de Guillermo Fernández existe una marcada preocupación Deontológica, entendida esta como el conjunto ordenado de deberes y obligaciones morales que tienen los profesionales de una determinada materia y pienso- que Guillermo es un verdadero profesional de la escritura, en el sentido que está consciente de su quehacer como escritor, ahora más que nunca en donde prolifera una cultura ligth, de entretención y que en muchas ocasiones los poetas y los narradores están más preocupados en las poses que en sus temáticas de sus obras.


En los 8 cuentos del libro entonces, existe una marcada preocupación por el hombre contemporáneo y una tendencia y marcada preocupación por la moral o la amoralidad de sus personajes. Algunos personajes serán, ambivalentes ante las historias que nos cuenta el autor, en otras historias los personajes serán marcadamente crueles, en otras historias los personajes evolucionaran del bien al mal. En fin es una fauna de la moralidad o de la amoralidad. Y por supuesto que no faltará como en la buena mesa: simbolismos, paradojas y moralejas.

 


CUENTOS VS RELATOS.

 
 
 

 
Si alguien me pregunta si los textos de Guillermo Fernández son cuentos o relatos, sin lugar a dudas diría que son cuentos y no relatos porque al relato carece del valor literario y ficcional como elementos preponderantes. Es cierto, y se lo comenté a Guillermo, que los cuentos son historias que podrían ser perfectamente las columnas vertebrales de 8 novelas. Son una cantera para el novelista nato como en el caso mío, que nunca he escrito un cuento. Sin embargo, esa flexibilidad y esa capacidad raras veces vista en nuestra Literatura Nacional (de que un novelista sea poeta y autor de cuentos), Guillermo, la ha sabido manejar con buen tino.
De ahí que, Tu nombre será borrado del mundo goza de una gran agilidad y ritmo, son cuentos que se disfrutan desde la primera a la última página.
De los cuentos:

Cactus.
Es el primer texto. En esta historia observamos la preocupación de Fernández por el hombre contemporáneo ahogado, asfixiado en una rutina que cada vez más mancilla su libertad. Él (Rogelio) está consciente que no es feliz en su trabajo, entonces, ¿por qué no escapa de ese estilo de vida? ¿Por qué no renuncia? El lector se tendrá que responder a esa pregunta. Quizá el simbolo que lo redime o los símbolos que lo redimen de esa abulia y ese sufrimiento perpetuo son dos: el cactus que compra en un Centro Comercial y posteriormente su encuentro con la joven en Multiplaza Escazú a quien la ayuda para que obtenga un trabajo de miscelánea en la empresa Banco Amigo. Son los símbolos que se contraponen a lo estático y lo rutinario que representa Banco Amigo. Sin embargo, la realidad y el universo en donde cohabita el personaje principal no es armónico y entonces, el desenlace del cuento es un desenlace inesperado que quizá de cierta manera reafirma el simbolismo del Cactus y lo que representa la joven miscelánea.

Los vengadores de Chapultepec.
Es otro cuento interesante en donde queda planteado hasta dónde un acto inmoral nos puede sacudir la conciencia. ¿Hasta donde los fantasmas del pasado nos pueden perseguir si no actuamos correctamente? Matías, empleado de un periódico tendrá el encuentro más increíble en las afueras del DF en busca de platillos voladores.

Cabe anotar que es uno de los cuentos más cortos (12 páginas), y el que su ambientación nos recuerda algo del paisaje de Rulfo. La atmósfera, los diálogos cortos en interminables sombras nos hacen padecer una especie de suspenso que no acabará hasta la finalización de la historia. Es un cuento de "conciencias", o de malas conciencias, en donde el aire traerá vicios y perversiones del pasado.

Cabe anotar también que las descripciones del lugar están intimamente relacionadas con su propuesta temática.

El cazador.
Es una trama en donde los personajes Nancy y su esposo Stephen se encuentran con un extraterrestre de nombre Héctor en el desierto Australiano. La pareja va de cacería sin saber que Héctor al igual que ellos es otro cazador en su planeta. En el cuento y en un interesante diálogo entre los terrícolas y el extraterrestre, el ser extraño les confiesa que él también es cazador y es a partir de allí que se inician los diálogos y las paradojas como también la moraleja al final de la historia. La diferencia entre el cazador terrícola y el cazador extraterrestre difiere fundamentalmente, el alienígena en su cacería no mata, no enjaula, es una cacería más de tipo mental que física, una cacería y enfrentamiento de intelectos. Sin embargo, el cuento al final nos dará una moraleja y una paradoja de nuestra condición de seres humanos y lo perfectos o imperfectibles que podemos ser en donde el autor ironiza al máximo el encuentro y el diálogo entre los tres personajes.

La confesión.
Es uno de los más representativos de los 8 cuentos que conforman el corpus literario de "Tu nombre será borrado del mundo". La razón es sencilla: en esta historia, se plantea como una verdad granítica, meridiana, el dilema del deber ser.

Ismael que opta después de la Segunda Guerra Mundial por el nombre de Bernardo decide instalarse en Colombia. Allí trabaja como relojero con una vida solitaria y de rutinas pero, a Ismael, lo atormenta "un pecado", una mancha que ha llevado como el peso de todos los muertos de su pueblo judío a causa del exterminio Nazi. Ismael se siente enfermo, Ismael compra un pajarillo, un pajarillo enfermo como él, que pronto suponemos pasará a cadáver de pájaro. Pero, en la historia sucede lo poco probable, el azar, lo une a encontrarse con Manuela, una joven colombiana que asiste al igual que él al parque todas las tardes. No pasa mucho tiempo y se hacen amigos.

Y conforme crece la amistad entre el viejo y la joven, en esos días de verse todos las tardes, es cuando el viejo judío le confiesa su gran pecado, esa mácula, esa enfermedad que no lo deja respirar hasta que no tenga un confidente. Es en ese momento de expiaciones y como si existiera una relación simbiótica entre las confesiones del hombre, su salud y la salud del pájaro, es cuando el Ismael recupera la paz y el pájaro su salud y la libertad.

La última escena de este cuento está lleno de simbolismos y moralejas, un cuento inteligentemente bien trazado haciendo gala Fernández entre los elementos y paralelismo y símbolos de: el deber ser- entiéndase lo moral, el pájaro, la confidente y su confesión del judío, hacen de este cuento a mí en lo personal digno de estar incluído en cualquier antología latinoamericana.

El duro trabajo de la apreciación estética.
Gubert (personaje inolvidable para mí) y Manuel González (que en otro tiempo fue crítico de cine en su país Costa Rica) por amenazas emigra a Nueva York. Ambos personajes, trabajan en una funeraria, ambos se hacen amigos por razones y circunstancias un poco extrañas y más extraño e irónico es el final del cuento. Es un cuento de una gran paradoja, lleno de ironía y de humor negro. En este cuento pienso yo, Fernández lleva la ironía al grado máximo convirtiéndola en una moraleja y paradoja a la vez.

Tu nombre será borrado del mundo.
Es el cuento que le da nombre al libro. Bahaira personaje principal de la historia, es un genetista quien trabaja con otros científicos a una compañía que ofrece servicios de armas biológicas. Acá de nuevo el autor Fernández, le plantea al lector o enfrenta al lector ante el dilema y la escogencia entre el Bien y el Mal. Y si bien es cierto el genetista Bahaira se comporta como un semidios o un dios bajado del Olimpo para castigar a los hombres con sus proyectos e inventos bélicos, Bahaira sigue siendo un simple mortal, un número o quizá menos que un número ante la Compañía Caribdis (y cuyo nombre no es gratuito: acordémonos que Caribdis es en la mitología griega un monstruo marino) que contrata sus servicios. He ahí la paradoja del cuento: al final Bahaira pasa de dios o semidios victimario a ser víctima un empleado de la compañía con algunos derechos que la compañía le podría quitar en cualquier momento si no obedece los mandatos para los que fue contratado.

Recompensas.
Es una historia de la ironía. Ahonda en los bajos fondos del ser humano. Pavarotti (personaje principal), en su condición de hombre inferior, posee una obsesión en su vida: que le cuenten la historia De la Bella Durmiente una y otra vez. El mundo de Pavarotti es un mundo irreal y cíclico, alimentado por el cuento de la Bella Durmiente. Sin embargo, ese mundo se ve perturbado cuando se comete un crimen. Y de nuevo el lector se enfrenta a un dilema: ¿quién es responsable del crimen de la niña? ¿Pavarotti? ¿Sus parientes? En esta historia, Fernández, interpela al lector a tomar partido en una situación en donde las zonas grises de víctima y victimario se traslapan, se confunden.

La vida plagiada.
De los 8 cuentos es el más ficcional y literario. Un escritor y académico universitario Joaquín Fernández es a su vez objeto y protagonista de una historia, de un cuento por el joven Antonio Olivares. La trama del texto es circular, es como la serpiente mordiéndose la cola. En ese sentido, tanto narrador-escritor como personaje-escritor son la misma persona viendo reflejadas sus imágenes ante un espjejo que son la narración principal. Existe en el cuento un juego ficcional que Fernández logra amalgamar inteligentemente con una sola frase al final de la historia.

Tu nombre será borrado del mundo, es un libro que nos lleva a la reflexión, que nos hace cuestionar nuestra condición humana. Y como dije al principio, es un libro que sacude e interpela al lector en cada página en la búsqueda del deber ser moral. Pude haber hablado de la estructura del libro, de la caracterización de sus personajes, de su estilo pero, preferí sacrificar la forma por el fondo, hablar de sus contenidos éticos y morales que a todo buen escritor como a Guillermo, le preocupan.

J.MÉNDEZ - LIMBRICK.
 

Carlos Fuentes. Cuerpos y ofrendas.






Considerado unánimemente uno de los principales escritores latinoamericanos de nuestro tiempo, CARLOS FUENTES ejerce su magisterio narrativo no sólo en el campo de la novela y el género periodístico, sino asimismo en el del relato. Como observa Octavio Paz en el prólogo a CUERPOS Y OFRENDAS, «aunque el cuento es un gé nero privilegiado en Hispanoamérica desde la época ³modernista², los de Fuentes constituyen un dominio propio, una región aparte y regida por leyes de una extraordinaria economía poética». Los seis relatos breves que abren el volumen ­«Chac Mool», «La línea de la vida», «Último amor», «La muñeca reina», «Vieja moralidad», «Un alma pura»­ muestran la capacidad de variación temática y expresiva del gran escritor mexicano, a la vez que la persistencia de sus propósitos y obsesiones. «Aura» y «Cumpleaños» son dos novelas cortas macabras y perfectas, penetradas por un erotismo fantástico y fúnebre que desemboca imperceptiblemente en el horror. «Nowhere» es una exploración anticipadora de las posibilidades que ofrece la reelaboración de antiguos temas.

martes, 29 de octubre de 2013

WERNER JAEGER: LA FE ARISTOCRÁTICA DE PÍNDARO.


LA FE ARISTOCRÁTICA DE PÍNDARO
Werner Jaeger. LA PAIDEIA.
 
 
Píndaro nos lleva de la ruda lucha de los nobles por mantener su posición social, sostenida más allá de los límites de Megara, a la heroica culminación de la antigua vida aristocrática. Hemos de olvidar los problemas de aquella cultura, tal como se manifiestan en Teognis, para traspasar los umbrales de un mundo más alto. Píndaro es la revelación de una grandeza y una belleza distantes, pero dignas de veneración y de honor. Nos muestra el ideal de la nobleza helénica en el momento de su más alta gloria, cuando todavía poseía la fuerza necesaria para hacer prevalecer el prestigio de los tiempos míticos sobre la vulgar y grave actualidad del siglo V y era todavía (197) capaz de atraer la mirada de la Grecia entera sobre las luchas de Olimpia y Delfos, de Nemea y el istmo de Corinto, y de hacer olvidar todas las oposiciones de linaje y de estado mediante el alto y unánime sentimiento de sus triunfos. Es preciso considerar la esencia de la antigua aristocracia griega desde este punto de vista para comprender que su importancia en la formación del hombre griego no se limitó al afán de conservar las antiguas prerrogativas y prejuicios heredados ni a la reelaboración de una ética fundada en la propiedad. El noble es el creador del alto ideal del hombre que se manifiesta todavía hoy ante los admiradores de la escultura de los periodos arcaico y clásico, con frecuencia más admirada que íntimamente comprendida. La esencia de este hombre agonal que el arte nos revela en la vigorosa armonía de sus nobles formas, adquiere vida y habla en la poesía de Píndaro e influye todavía hoy, por su fuerza espiritual y su gravedad religiosa, con la misteriosa atracción de su poderío, como sólo es dado hacerlo a las creaciones únicas e inmutables del espíritu humano. Era el momento único e inimitable en que la fe de la antigua Grecia vio en este mundo, transfigurado y henchido de divinidad, y dentro de los límites de lo terrenal, la posibilidad de llegar a la "perfección" y de elevar la figura humana a la cumbre de la divinidad, y en que fue posible concebir la propia santificación mediante la lucha de nuestra naturaleza mortal para acercarnos a aquel modelo de dioses en forma humana que los artistas ponían ante nuestros ojos, de acuerdo con las leyes de aquella perfección.

La poesía de Píndaro es arcaica. Pero lo es en un sentido muy distinto de las obras de sus contemporáneos y aun de los poetas preclásicos más antiguos. Los yambos de Solón aparecen al lado de él como modernos en el lenguaje y el sentimiento. La variedad, la abundancia, la lógica y la severa amplitud de la poesía de Píndaro es sólo la vestimenta exterior y "acomodada a los tiempos" de una profunda, íntima antigüedad, fundada en la rigurosa sujeción de su actitud espiritual y en la peculiaridad de su forma histórica de vida. Cuando a partir de la "antigua" cultura de Jonia nos acercamos a Píndaro, tenemos la impresión de que se desploma la unidad de la evolución espiritual que, a partir de la epopeya de Homero, irradia en línea recta hacia la lírica individual y la filosofía natural de los jonios, y entramos en otro mundo. Aunque Hesíodo fue discípulo de Homero y del pensamiento jónico, al leerlo tenemos la impresión de que se abre súbitamente ante nuestra mirada una antigüedad enterrada en el suelo materno, bajo los fundamentos de la epopeya. Lo mismo, y aún más, nos hallamos ante Píndaro en un mundo del cual nada sabían los jonios del tiempo de Hecateo y Heráclito, mundo que es, en muchos respectos, más antiguo que Homero y su cultura humana, en el cual aparecen ya los primeros resplandores de la primitiva constelación del pensamiento jonio. Pues por mucho que la fe aristocrática de Píndaro tenga de común con la epopeya, lo que en (198) Homero aparece ya casi sólo como un juego jovial, tiene para Píndaro la más grave seriedad. Ello depende, naturalmente, en parte, de la diferencia entre la poesía épica y los himnos pindáricos. Se trata, en la segunda, de mandamientos religiosos; en la primera, de una narración coloreada de la vida. Pero esta diferencia en la actitud poética no se origina sólo en la forma y en el propósito externo del poema, sino de la íntima y profunda vinculación de Píndaro a la aristocracia que describe. Sólo porque pertenecía esencialmente a ella pudo ofrecernos la poderosa imagen de su ideal que hallamos en sus poemas.


La obra de Píndaro tuvo en la Antigüedad un volumen mucho mayor que la que ha llegado hasta nosotros. En los tiempos modernos un afortunado hallazgo realizado en Egipto nos ha dado una idea de su poesía religiosa hasta entonces perdida. Sobrepasa con mucho la masa de los himnos triunfales o epinicios, como después se los ha llamado, pero no es esencialmente distinta de ellos. También en los himnos a los vencedores en las luchas de Olimpia, Delfos, el istmo y Nemea, se revela el sentimiento religioso de los agones y la emulación sin ejemplo que se desarrolla en ellos constituye la culminación de la vida religiosa del mundo aristocrático.

El espíritu propio de la antigua gimnasia helénica, en el más amplio sentido de la palabra, se halla, desde los siglos más primitivos a que alcanza nuestra tradición, íntimamente vinculado a las fiestas de los dioses. Las fiestas olímpicas y posteriores tuvieron acaso su origen en los juegos funerarios celebrados en honor de Pelops en Olimpia, análogos a los que nos describe la Ilíada en honor de Patroclo. Sabido es que los juegos funerarios podían ser también celebrados periódicamente, como los de Adrastro en Sicyon, aunque éstos tuvieran otro carácter. Semejantes fiestas pudieron haber sido celebradas tempranamente en honor del Zeus olímpico. Y el hallazgo de ofrendas con figuras de caballos en los más antiguos santuarios, permite colegir la existencia de carreras de carros en los más primitivos cultos de aquellos lugares, mucho tiempo antes de lo que la tradición relativa a los juegos olímpicos nos dice sobre el primer triunfo de Coroibos en las carreras a pie. En el curso de los siglos arcaicos se celebraban periódicamente otras tres fiestas agonales según el modelo de la que en tiempo de Píndaro se celebrara en Olimpia, pero ninguna de ellas alcanzó jamás la importancia de ésta. El desarrollo de las agonales, desde las simples carreras hasta los complicados programas que se reflejan en los himnos triunfales de Píndaro, fue dividido por la tradición posterior en etapas perfectamente establecidas. Pero el valor de estos datos no es indiscutible.
Pero no nos hemos de ocupar aquí de la historia de los juegos agonales ni del aspecto técnico de la gimnasia. Que las primitivas luchas eran originariamente propias de la aristocracia se desprende de la naturaleza de las cosas y es confirmado por la poesía. Ello es (199) una presuposición esencial de la concepción de Píndaro. Aunque en su tiempo las luchas gimnásticas habían dejado de ser un privilegio de clase, las antiguas estirpes tomaban una parte directiva en ellas. Tenían la ventaja que da la posesión de tiempo y medios para consagrarse a un largo entrenamiento. Entre los nobles no sólo era tradicional la más alta estimación de los juegos agonales, sino que habían heredado las cualidades corporales y anímicas necesarias para ellos. Sin embargo, con el tiempo los miembros de la burguesía fueron adquiriendo las mismas cualidades y llegaron a ser vencedores en las luchas. Sólo más tarde fue vencida por el atletismo profesional aquella raza de luchadores de alto rango formada en el esfuerzo perseverante y en una tradición inquebrantable, y sólo entonces hallaron un eco tardío, pero persistente, las lamentaciones de Jenófanes sobre la sobrestimación de la "fuerza corporal" bruta y ajena al espíritu. En el momento en que el espíritu se consideró como algo opuesto o aun enemigo del cuerpo, el ideal de la antigua agonística fue degradado sin esperanza de salvación y perdió su lugar predominante en la vida griega, aunque persistió como simple deporte durante largos siglos. Originariamente nada era más ajeno a él que el concepto puramente intelectual de la fuerza o eficiencia "corporal". La unidad de lo espiritual y lo corporal, irreparablemente perdida para nosotros, que admiramos en las obras maestras de la escultura griega, nos muestra el camino para llegar a la comprensión de la grandeza humana del ideal agonal, aunque la realidad no haya correspondido nunca a ella. No es fácil determinar hasta qué punto tenía razón Jenófanes. Pero el arte nos enseña lo bastante para comprender que no era un intérprete adecuado de aquel alto ideal, cuya incorporación a la imagen de la divinidad fue la tarea preeminente del arte religioso de la época.

Los himnos de Píndaro se hallan vinculados al más alto momento de la vida del hombre agonal, a las victorias de Olimpia o de las otras grandes luchas de la época. El poema presupone la victoria y se consagra a festejarla y es de ordinario cantado por un coro de jóvenes en el momento o poco después del retorno del vencedor. Esta vinculación de los cantos de victoria a su ocasión externa tiene un sentido religioso como en los himnos de los dioses. Esto no es algo obvio. Luego que en conexión con la epopeya ajena al culto se formó una poesía individual, mediante la cual trataba el hombre de dar expresión a sus sentimientos e ideas, apareció también en los himnos consagrados desde los tiempos más lejanos a la alabanza de los dioses y cantados en el culto, y paralelamente en los cantos de los héroes, un espíritu más libre. Esto introdujo múltiples cambios en su antigua forma convencional: o el poeta acogía sus propias ideas religiosas y convertía así el canto en expresión de sus sentimientos personales o, como en la lírica jónica y eólica, empleaba los himnos y las plegarias como meras formas para manifestar libremente los más profundos (200) sentimientos del yo humano frente a un "tú" sobrehumano. Un paso ulterior, que muestra el progreso del sentimiento individual, aun en la metrópoli, fue la transformación de los himnos al servicio de los dioses en cantos consagrados a la glorificación del hombre, que se realiza hacia el final del siglo VI. El hombre mismo se convierte en objeto de los himnos. Esto no era naturalmente posible más que con la divinización de los hombres que se realizó en los vencedores olímpicos. Pero la secularización de los himnos es indubitable y llega a su plenitud con la "musa que proporciona dinero" del gran poeta contemporáneo Simónides de Julis en Ceos, que consagró su especialidad a los himnos a los vencedores, así como a otras clases de poesía profana de ocasión, y con su sobrino Baquílides, inferior en importancia, pero competidor suyo y de Píndaro.


Por primera vez en Píndaro, los himnos a los vencedores se convierten en una especie de poesía religiosa. Al aceptar su concepción aristocrática de los agones que luchan para llegar a la perfección de su humanidad, desde el punto de vista de una interpretación religiosa y ética de la vida, se convierte en el creador de una nueva lírica que penetra de un modo inaudito en lo más profundo de la existencia humana y parece elevarse hasta los más altos y misteriosos problemas de su destino. Y no hay poeta alguno que se mueva con la libertad soberana de este grave maestro consagrado a un nuevo arte religioso que se ha dado a sí mismo la ley de su libre sujeción. Sólo en esta forma tiene para él derecho a la existencia un himno consagrado a los vencedores humanos. Una vez que lo hubo arrebatado a sus inventores y se lo hubo apropiado mediante estas transformaciones esenciales, puede atreverse a sostener su convicción de que era el único que comprendía la verdadera significación del noble objeto a que se consagraba. Esta transformación de los himnos triunfales le permite dar nueva validez a aquellos ideales en una época completamente distinta, y la nueva forma de canto alcanza su "verdadera naturaleza" al ser animada por la verdadera fe aristocrática. En su relación con el vencedor, lejos de sentir una dependencia, indigna de un poeta, o de ponerse al servicio de sus deseos como un artesano, desconoce el orgullo espiritual de la condescendencia y se sitúa a la misma altura que el vencedor, sea éste rey, noble o simple ciudadano. El poeta y el vencedor se hallan, para Píndaro, íntimamente unidos, y renueva así, mediante esta relación inusitada en su tiempo, el sentido originario de los más antiguos cantores, consagrados a la glorificación de los grandes hechos.
Así, Píndaro devuelve a la poesía el espíritu heroico, del cual brotó en los tiempos primitivos, y la exalta, por encima de la mera narración de los acaecimientos o de la bella expresión de los propios sentimientos, hasta el elogio de lo ejemplar. La vinculación a la ocasión cambiante, y en apariencia exterior y fortuita, es la mayor fuerza de su poesía. El vencedor reclama el canto. Esta idea normativa es (201) el fundamento de la poesía de Píndaro. Constantemente vuelve a ella "cuando descuelga la lira doria" y hace resonar sus cuerdas. Toda cosa tiene sed de otras; pero la victoria prefiere el canto, el compañero más adecuado de las coronas y las virtudes varoniles. Afirma que alabar al noble es "la flor de la justicia". Es más, con frecuencia el canto es considerado como la "deuda que tiene el poeta para con el vencedor". La aretá —debemos escribir esta palabra en la severa forma y con la resonancia dórica del lenguaje pindárico—, la areté que triunfa en la victoria, no quiere "esconderse silenciosa bajo la tierra", demanda hacerse eterna en las palabras del poeta. Píndaro es el verdadero poeta, a cuyo contacto todas las cosas de este mundo corriente y banal recobran como por arte de encantamiento el frescor y el sentido de su fuente originaria. "La palabra —dice en su canto al egineta Timasarco, vencedor en la lucha de muchachos— sobrevive a los hechos, cuando la lengua, con el éxito que otorgan las Carites, bebe de lo más profundo del corazón."


Conocemos poco de la antigua lírica coral para determinar con seguridad el lugar de Píndaro en el curso de su historia, pero parece que creó algo nuevo y no es posible "derivar" su poesía de ella. La elaboración de la epopeya y su conversión en lírica por la antigua poesía coral, que tomó la materia mítica de la poesía épica y la traspuso en forma lírica, se mueve en un sentido opuesto al de Píndaro, aunque el lenguaje de éste le deba mucho. Podríamos hablar, más bien, de un renacimiento del espíritu heroico de la épica y de su auténtica glorificación de los héroes en su lírica. No podía darse mayor contraste entre la libre expresión de lo individual en la poesía jónica y eólica, desde Arquíloco hasta Safo, que esta subordinación del poeta a un ideal social y religioso y la consagración casi sacerdotal del poeta, con el alma entera, al servicio de este heroísmo de la Antigüedad aún perviviente.
Esta concepción de Píndaro sobre la esencia de su poesía arroja también nueva luz sobre su forma. La explicación filológica de los himnos ha puesto mucha atención sobre este problema. Por primera Vez August Boeckh, en su gran edición de Píndaro, ha tratado de comprender al poeta mediante el pleno conocimiento de su situación histórica y de las íntimas intuiciones de su espíritu. Trató de hallar su idea rectora en la unidad oculta en el curso ideológico difícilmente abarcable de los cantos a los vencedores. Ello le llevó a la adopción de construcciones insostenibles. Wilamowitz y su generación abandonaron este camino y se consagraron con mayor acierto a comprobar la múltiple variedad que ofrecen los himnos a la consideración inmediata. El progreso en la explicación del detalle de Píndaro ha sido debido, en parte, a esta resignación. Pero la obra de arte, considerada como un todo, sigue siendo un problema insoluble. Y en un poeta como Píndaro, cuyo arte se halla tan íntimamente vinculado con una tarea ideal única, es doblemente justificado preguntar si en (202) sus poemas hay una unidad de forma que sobrepase a la unidad de estilo. No existe, evidentemente, en el sentido de una rígida construcción esquemática. Pero el problema adquiere precisamente su más alto interés más allá de esta simple evidencia. Nadie puede creer hoy ya en una entrega genial y espontánea a los dictados de la fantasía, como se pensó en los tiempos del Sturm und Drang, atribuyendo a Píndaro lo que era propio de sus peculiares convicciones. Y cuando, todavía hoy, ante la forma total de los himnos pindáricos, se da inconscientemente cabida a semejante interpretación, ello no está de acuerdo con la tendencia de las últimas generaciones a no fijarse sólo en la originalidad de su arte, sino cada vez más en su elemento técnico y profesional.


Si partimos de la conexión inseparable entre el vencedor y el poema, tal como la hemos establecido antes, se nos ofrecen diversas posibilidades, mediante las cuales la fantasía del poeta podía apoderarse de su objeto. Podía descubrir las impresiones reales de la lucha o de las carreras de carros, la emoción de los espectadores, los remolinos de polvo, el crujir de las ruedas, tal como lo hace Sófocles en la dramática descripción de las carreras de carros de Delfos, en Electra. Píndaro no parece haber prestado mucha atención a este aspecto de la lucha. Sólo la menciona en alusiones típicas y marginales. Piensa, sobre todo, en el esfuerzo de la lucha más que en la descripción de los fenómenos sensibles. La mirada del poeta se dirige sobre todo al hombre que ha alcanzado la victoria. La victoria es para él la manifestación de la más alta aretá humana. Y este convencimiento es lo que determina la forma de sus poemas. Lo que más importa es, por tanto, tener plena conciencia de esta convicción, puesto que aun para el poeta griego, y a pesar de su estricta sujeción a las reglas del género, la forma de su íntima intuición es, en último término, la raíz de su peculiar forma de exposición.
La propia conciencia poética de Píndaro ha de ser nuestro mejor guía. Se siente competidor de los escultores y de los arquitectos, y toma con frecuencia sus metáforas de su esfera. Recordando los ricos tesoros de las ciudades griegas depositados en el recinto sagrado de Delfos, sus poemas le aparecen como un tesoro de himnos. Considera el grandioso proemio de sus cantos como una fachada adornada con columnatas. Y al comienzo del quinto canto nemeo, compara su posición ante el vencedor que glorifica con la del escultor ante su obra. "No soy un escultor que crea sus obras inmóviles sobre su zócalo." Verdad que este "no soy" expresa el sentimiento de ser algo distinto. Pero lo que a continuación sigue muestra que se halla (203) convencido de que lo que crea no es algo menor, sino mayor. "Camina, dulce canción, desde Egina, sobre todos los navíos y pequeños botes, y anuncia que Piteas, el poderoso hijo de Lampón, ha conquistado en Nemea la corona del pancracio." La comparación era evidente, porque en tiempo de Píndaro sólo se hacían estatuas a los dioses o a los vencedores en las luchas atléticas. Pero la semejanza va más allá. Las esculturas de los vencedores en la plástica coetánea muestran la misma relación con la persona glorificada. No nos dan sus rasgos personales, sino el ideal de la forma humana tal como la ha conformado el entrenamiento para la lucha. No podía hallar Píndaro una mejor comparación para su arte. Tampoco tiene ante la vista al hombre individual. Celebra al portador de la más alta aretá. La actitud de ambos surge inmediatamente de la esencia de las Olimpiadas y de la concepción del hombre en que se funda. La misma comparación hallamos de nuevo, no sabemos si apoyándose conscientemente en Píndaro, en la República de Platón, cuando compara a Sócrates con un escultor, una vez que ha formado la imagen ideal de la areté del futuro filósofo gobernante. Y en otro lugar de la República, donde explica fundamentalmente el carácter del modelo ajeno a la realidad, compara la destreza idealizadora del filósofo con el arte del pintor, que no crea hombres reales, sino un ideal de la belleza. Aquí se revela la profunda conexión, consciente ya para los griegos, entre el arte helénico, especialmente la escultura con sus estatuas de dioses y vencedores, y la acuñación de un altísimo ideal humano en la poesía pindárica y, más tarde, en la filosofía de Platón. Uno y otros se aliaban impregnados del mismo espíritu. Píndaro es el escultor en su más alta potencia. Forma, con sus vencedores, los auténticos modelos de la aretá.

La perfecta compenetración de Píndaro con su vocación sólo puede ser comprendida mediante su comparación con sus contemporáneos, los poetas Simónides y Baquílides. La glorificación de la virtud humana era en ambos un accesorio convencional de los cantos al vencedor. Fuera de eso, Simónides se halla lleno de consideraciones personales que demuestran que, independientemente de esta ocasión, al comienzo del siglo V, la areté empezaba a convertirse en un problema. Habla con bellas palabras de su extraordinaria rareza en esta tierra. Habita en las cumbres escarpadas e inaccesibles rodeada de un coro de ágiles ninfas. No todo mortal puede contemplarla sin que el sudor corra por su alma y penetre hasta lo más íntimo. Por primera vez encontramos la palabra a)ndrei/a para expresar esta virtud humana, evidentemente todavía con una significación muy amplia. Es explicada en el célebre escolio de Simónides al noble Escopas de Tesalia. En él aparece un concepto de la areté que comprende a la (204) vez el cuerpo y el alma. "Difícil es llegar a ser hombre de auténtica areté, recto y sin falta, en las manos y en los pies y en el espíritu." El alto y consciente arte sobre el cual descansa su rigurosa y severa norma debió revelarse en estas palabras a los contemporáneos del poeta, que debían tener ya un nuevo y especial sentimiento acerca de él. Con esto podemos comprender ya el problema que suscita Simónides en sus escolios. El destino hunde a menudo al hombre en una desventura sin salida que no le permite alcanzar su perfección. Sólo la divinidad es perfecta. El hombre no puede serlo cuando los dedos del destino lo tocan. Sólo alcanzan la areté aquellos a quienes aman los dioses y les envían buena fortuna. De ahí que ensalce el poeta a todos aquellos que no se entregan voluntariamente a lo abyecto. "Cuando hallo, entre aquellos que alimenta la tierra, un hombre totalmente irreprensible, me creo en el deber de proclamarlo entre vosotros."


Simónides de Ceos es un testimonio de la más alta importancia para explicar un proceso espiritual, que se desarrolla de un modo creciente y persistente en la lírica jónica a partir de Arquíloco y que penetra en el corazón mismo de la ética aristocrática: la conciencia creciente y persistente de la dependencia del hombre, en todas sus acciones, en relación con el destino. Se halla de un modo explícito en los cantos a los vencedores de Simónides lo mismo que en los de Píndaro. En Simónides se cruzan múltiples y distintas corrientes de tradición: esto es lo que lo hace particularmente interesante. Se halla en la línea de las culturas jónica, eólica y dórica, y es el típico representante de la cultura panhelénica que se desarrolla al final del siglo VI. Pero por lo mismo, y a pesar de ser insustituible para la historia del problema de la idea griega de la areté —en la interpretación que Sócrates en el Protágoras de Platón disputa con los sofistas acerca de sus escolios—, no es el pleno representante de la ética aristocrática, en el sentido de Píndaro. No es posible omitirlo en una historia de la concepción de la areté en el tiempo de Píndaro y Esquilo. Sin embargo, no es posible decir que fuera para este gran artista otra cosa que el objeto inagotable de interesantes consideraciones. Es el primer sofista. Para Píndaro, en cambio, es la areté no sólo la raíz de su fe, sino el principio creador de su forma poética. Los elementos conceptuales que acepta o rechaza se hallan determinados por su consagración a la gran tarea de cantar a los vencedores, como portadores de la areté. Más que en cualquier otra parte de la poesía griega, la comprensión de la forma artística de la intuición depende en Píndaro de las normas humanas que encarna. No es posible mostrar esto en detalle porque no entra en nuestros propósitos el análisis de la forma artística por sí misma. Sin embargo, para (205) proseguir el análisis de la idea pindárica del hombre noble es preciso considerar con algún mayor detalle el problema de la forma de su poesía.

La noble percepción de la aretá se halla, para Píndaro, en íntima conexión con los hechos de los antepasados famosos. Considera siempre al vencedor a la luz de las orgullosas tradiciones de su estirpe. Hace honor a los antepasados de cuyo resplandor participa. No hay en esta referencia disminución alguna del servicio debido a los portadores actuales de tal herencia. Sólo es divina la aretá porque un dios o un héroe ha sido el antepasado de la familia que la posee. Su fuerza procede de él y se renueva constantemente en los individuos que constituyen la serie de las generaciones. No es posible considerarla, por tanto, desde un punto de vista puramente individual, pues la sangre divina es la que realiza todo lo grande. Así, toda glorificación de un héroe desemboca rápidamente en Píndaro en el elogio de su sangre, de sus antepasados. El elogio tiene su lugar fijo en los epinicios. Mediante la entrada en este coro se sitúa al vencedor al lado de los dioses y de los héroes. "¿A qué dios, a qué héroe, a qué hombre ensalzaré?", así comienza el segundo poema olímpico. Al lado de Zeus, por el cual es sagrada Olimpia, al lado de Heracles, fundador de las Olimpíadas, sitúa a Terón, señor de Agrigento, vencedor en la carrera de carros de cuatro caballos, "mantenedor de la prez de la raza de su padre y de la noble resonancia de su nombre". Naturalmente no es posible proclamar siempre los bienes y la fortuna de la estirpe del héroe. La libertad humana y la profundidad religiosa del poeta se ofrecen en todo su esplendor allí donde cae sobre las altas virtudes de los hombres la sombra de las miserias enviadas por los dioses. Quien vive y actúa, debe sufrir. Tal es la fe de Píndaro en un todo de acuerdo con las creencias griegas. La acción, en este sentido, se halla reservada a los grandes. Sólo de ellos es posible decir, con pleno sentido, que verdaderamente sufren. Así el Aión ha otorgado a la familia de Terón y de su padre, Pluto y Caris en premio a su auténtica virtud. Pero los ha envuelto también en culpas y pesadumbres. "El tiempo no puede deshacer lo hecho. Pero puede, en parte, sobrevenir al olvido, Latha, cuando un demonio bueno interviene en su destino. La pesadumbre muere, a pesar de su tenaz repugnancia, dominada por la noble alegría, cuando la moira de Dios otorga la rica prosperidad de una felicidad más alta."
No sólo la felicidad y la fortuna de un linaje, sino también su aretá, es otorgada por los dioses. De ahí que sea un grave problema para Píndaro explicar cómo es posible que, tras una larga sucesión (206) de hombres famosos, desaparezca de pronto. Esto aparece como una inexplicable ruptura en la cadena de testimonios de la fuerza divina de una estirpe que une la actualidad del poeta con los tiempos heroicos. Los nuevos tiempos, que no conocen ya la aretá de la sangre, han de haber reparado en estos representantes indignos de su linaje. En el sexto himno nemeo habla Píndaro de esta interrupción de la aretá humana. La raza de los hombres y la raza de los dioses se hallan profundamente separadas. Sin embargo, palpita en ambas la misma vida, pues ambas proceden de la misma madre tierra. Pero nuestra fuerza es muy diferente de la suya. La raza mortal es nada. El cielo, donde los dioses reinan, es un lugar imperturbable. Sin embargo, nos asemejamos a los dioses por nuestro espíritu y nuestra naturaleza, a pesar de la inseguridad de nuestro destino. Así demuestra hoy Alcimidas, vencedor en la lucha de muchachos, que en su sangre palpita una fuerza análoga a la de los dioses. Parece desaparecer en su padre. Pero reaparece en el padre de su padre, Praxídamas, gran vencedor en Olimpia, en el istmo y en Nemea. Terminó con sus victorias el oscuro olvido de su padre Socleides, hijo sin gloria de un padre con gloria. Ocurre como en los campos, que ora dan a los hombres su pan cotidiano, ora se lo rehúsan. Verdad es que el orden aristocrático descansa en la descendencia de representantes prominentes. Que en el crecimiento de las generaciones de una casa pueda darse una mala cosecha, una aforía, es para el pensamiento griego algo evidente. Es una idea que hallamos de nuevo en la Antigüedad tardía, cuando el autor de De lo sublime trata de investigar las causas de la desaparición de los grandes espíritus creadores en época de los epígonos.

Al celebrar la memoria de los antepasados, cuya acción sobre los vivientes no se limitaba en la metrópoli a ser un recuerdo personal, sino que mantenía con piadosa veneración al lado de las tumbas, nos ofrece toda una filosofía, llena de profundas reflexiones acerca de los servicios, las dichas y las penas de una humanidad bendecida, a través de las generaciones, con los más altos bienes de la tierra, provista de las más altas tradiciones. La historia de las familias nobles de su tiempo le proporcionaba abundante material para ello. Pero lo que le importaba de los pasados era el poderoso estímulo educador del ejemplo. La glorificación del pasado y su nobleza era desde Homero el rasgo fundamental de la educación aristocrática. Si el elogio de la aretá es la tarea preeminente del poeta, es evidente que éste es el educador, en el sentido más noble de la palabra. Píndaro realiza esta misión con la más alta conciencia religiosa. En esto se distingue de los cantos impersonales de Homero. Sus héroes son hombres que viven y luchan en su tiempo. Pero los sitúa en el mundo de los mitos. Esto significa para Píndaro colocarlos en un mundo de modelos ideales, cuyo esplendor irradia sobre ellos y cuyo elogio debe moverlos a elevarse a semejante altura y despertar sus mejores fuerzas. (207) Esto da al empleo de los mitos su peculiar sentido y valor. La censura, tal como la ha practicado el gran Arquíloco en sus poemas, le parece innoble. Se dice que sus detractores hicieron saber a Hierón, rey de Siracusa, que el poeta lo había denigrado. En la dedicatoria de su segundo canto pítico. Píndaro, consciente de sus deberes de gratitud, rechaza esta acusación. Pero aunque persiste en el elogio, muestra también al rey, que desde lo alto de su dignidad no ha de prestar oído a sus sugestiones, un modelo a imitar. Evita al señor la necesidad de ver algo más alto sobre sí, pero, como poeta. debe decirle cuál es su verdadero yo, ante el cual no debe nunca quedarse atrás. En este punto alcanza la idea del modelo de Píndaro su mayor profundidad. La sentencia "deviene lo que eres", ofrece la suma de su educación entera. Éste es el sentido de todos los modelos míticos que propone a los hombres. En ellos se muestra la imagen más alta de su propio ser. Una vez más se muestra patente cuan profunda es la conexión social, espiritual e histórica de esta paideia de los nobles con el espíritu educador de la filosofía de las ideas de Platón. En ella se halla enraizada y es, por otra parte, ajena a la filosofía natural de los jonios, con la cual la ha puesto en conexión, de un modo unilateral y casi exclusivo, la historia de la filosofía. En las introducciones a nuestras ediciones de Platón no se dice una palabra de Píndaro. En cambio, aparecen siempre en ellas, como una enfermedad eterna y en forma de incrustaciones extrañas, las materias primeras de los hilozoístas.

El elogio pindárico, tal como lo ejerce ante el rey Hierón, no requiere menos libertad de espíritu que la crítica, y obliga mucho más. Para aclarar lo dicho no hay más que tomar el ejemplo más sencillo del elogio educador de Píndaro: la sexta oda pítica. Está consagrada a Trasíbulo, hijo de Jenócrates, hermano del tirano Terón de Agrigento; es un joven venido a Delfos, para conducir el tiro de su padre en las carreras. Píndaro celebra su triunfo en un corto himno en el cual elogia el amor filial de Trasíbulo. Para la antigua ética caballeresca es el deber más preeminente, después de la veneración a Zeus, el señor de los cielos. Quirón, el sabio centauro, prototipo de un educador de los tiempos heroicos, lo imprimió ya en la mente del pélida Aquiles, cuando lo tuvo a su cuidado. A la invocación de esta venerable autoridad sigue la mención de Antíloco, hijo de Néstor, que en la guerra de Troya dio su vida por su anciano padre en lucha con Memnón, caudillo de los etíopes. "Entre los contemporáneos, Trasíbulo es el que se ha acercado más a la norma de su padre." Aquí se pone en contacto el elogio de la virtud del hijo con el modelo mítico de Antíloco, cuyos hechos relata brevemente. De este modo, cada caso individual es referido al mito mediante el rico tesoro de paradigmas que posee la sabiduría del poeta. La compenetración de lo actual con lo mítico se muestra como una fuerza idealizadora (208) y transfiguradora de primer orden. El poeta vive y se mueve enteramente en un mundo en el cual el mito es tan real como la realidad; y lo mismo si celebra el triunfo de un antiguo noble que el de algún tirano rápidamente encumbrado o el del hijo de un burgués sin ascendencia, los eleva al honor casi divino a que se han hecho acreedores mediante el contacto con la varita mágica de su sabiduría sobre el alto sentido de estas cosas.


La conciencia educadora de Píndaro halla su modelo mítico en el filirida Quirón, el sabio centauro, maestro de los héroes. Lo hallamos también en el tercer poema nemeo, rico en ejemplos míticos. También en él son ejemplo los antepasados del vencedor, Peleo, Telamón y Aquiles. El espíritu del poeta evoca al último en la cueva de Quirón, donde fue educado. ¿Pero es posible la educación en la creencia de que la aretá se halle en la sangre? Píndaro ha tomado repetidamente posición ante este problema. En realidad, el problema fue ya suscitado por Homero en el canto de la Ilíada en que Aquiles es enfrentado con el educador Fénix en el momento decisivo, y la admonición de éste se muestra ineficaz ante el endurecido corazón del héroe. Sin embargo, allí se trata del problema de la posibilidad de torcer el carácter innato, mientras que en Píndaro aparece la moderna cuestión de si la verdadera virtud se puede enseñar o se halla en la sangre. No olvidemos que en Platón reaparece constantemente una cuestión análoga. Por primera vez se formula en la lucha entre la antigua concepción de la nobleza y el nuevo espíritu racional. Píndaro rompe el secreto y da su respuesta en el tercer canto nemeo:



La gloria sólo tiene su pleno valor
cuando es innata. Quien sólo posee
lo que ha aprendido, es hombre oscuro e indeciso,
jamás avanza con pie certero.
Sólo cata
con inmaturo espíritu
mil cosas altas.

Aquiles asombra a Quirón al mostrarle, ya de muchacho, su espíritu noble, sin haber tenido jamás maestro alguno. Así lo anuncia el poema. El que, según Píndaro, lo sabe todo, dio también a aquella pregunta su justa respuesta. La educación sólo puede dar algo cuando existe la aretá, como en los esclarecidos discípulos de Quirón, Aquiles, Jasón y Asclepio, a los cuales el buen centauro "cuidó de dar todo lo útil y provechoso". En la plenitud de cada una de estas palabras se halla el fruto de un largo conocimiento sobre el problema. En ellas se muestra la actitud consciente y cerrada con que la nobleza defendía su posición en aquel tiempo de crisis.

El arte del poeta, como la aretá de las Olimpiadas, no puede enseñarse. Es, por su naturaleza, "sabiduría". Píndaro designa constantemente el espíritu poético con la palabra σοφία. No es posible (209) traducirla con propiedad. Cada cual la siente como la sustancia misma del espíritu y de la acción pindárica. Y ello varía con las interpretaciones. Quien lo considere como la pura inteligencia artística capaz de producir bellos poemas, lo interpretará en sentido estético. Homero denomina σοφός al carpintero, y todavía en el siglo ν la palabra podía significar la destreza técnica. Nadie puede dejar de sentir que cuando Píndaro la usa tiene un grave peso. En aquellos tiempos se había empleado ampliamente para designar un conocimiento, una comprensión de algo no habitual para el hombre del pueblo y ante lo cual éste se hallaba dispuesto a inclinarse. De este tipo era el saber poético de Jenófanes, que orgullosamente denomina "mi sabiduría" a su revolucionaria crítica de las concepciones corrientes del mundo. Aquí se siente la imposibilidad de separar la forma de la idea. Ambas forman en su unidad la σοφία. Υ no podía ser de otro modo el arte de Píndaro, profundamente reflexivo. El "profeta de las musas" es el conocedor de la "verdad". La "saca del fondo del corazón". Juzga sobre el valor de los hombres y distingue los "verdaderos discursos" de las tradiciones míticas de aquellas que ornamenta la mentira. El portador de los divinos mensajes de las musas se sienta al lado de los reyes y de los grandes como entre sus iguales, en lo alto de la humanidad. No apetece el aplauso de la masa. "Séame permitido estar en trato con los nobles y agradarles." Así termina el segundo poema pítico al rey Hierón de Siracusa.

Pero aunque los "nobles" sean los grandes de la tierra, no por ello es el poeta cortesano. Sigue siendo "el hombre esencial, que se conduce del mejor modo bajo todos los regímenes, bajo la tiranía o cuando domina la horda insolente lo mismo que cuando defienden a la ciudad las personas de espíritu superior". Sólo entre los nobles existe la sabiduría. Así su poesía es esotérica en el sentido más profundo de la palabra. "Traigo bajo mis brazos las más veloces flechas, en su carcaj. Hablan sólo a los que entienden y necesitan siempre de intérprete. Sabio es aquel que sabe mucho en virtud de su propia sangre. Y ya pueden los doctos agitar desvergonzadamente, en coro, sus lenguas, para graznar en balde, como cuervos, al ave divina de Zeus." Los "intérpretes" que necesitan sus cantos —las "flechas"— son las almas grandes capaces de participar en la esencia de la más alta intelección. No sólo en este lugar hallamos en Píndaro la imagen del águila. El tercer canto nemeo termina así: "Pero el águila es pronta entre todas las aves. Aprehende de pronto a lo lejos y agarra presa ensangrentada. Los cuervos graznan y se alimentan en lo bajo." El águila se convierte en el símbolo de su propia conciencia artística. No es una simple imagen, sino una cualidad metafísica del espíritu. Su esencia es vivir en lo alto, en las alturas inaccesibles, y Se mueve libre y sin freno en el reino del éter, mientras que los (210) graznantes cuervos buscan su sustento en lo bajo. El símbolo tiene su historia desde el contemporáneo Baquílides hasta el magnífico verso de Eurípides: "El éter todo se abre libre al vuelo del águila." En ella halla expresión la noble conciencia espiritual del poeta. Este título de nobleza es para nosotros, en verdad, imperecedero. Tampoco aquí le abandona la fe en la aretá de la sangre. Así explica el abismo que siente entre la fuerza poética que lleva en la sangre, y el saber de "los que han aprendido" (μαθόντες). Sea cual fuere nuestra opinión sobre la doctrina de la nobleza de sangre, no es posible desconocer el abismo trazado por Píndaro entre la nobleza innata y todo saber y poder aprendido, porque la diferencia entre lo uno y lo otro se funda en la verdad y la razón. Ha pronunciado esta palabra a la entrada de la puerta que conduce a la época de la cultura griega en que habían de adquirir la enseñanza y el saber una extensión insospechada y la razón su mayor importancia.


Salimos con ello del mundo aristocrático que parece perderse gradualmente en el silencio y nos confiamos de nuevo al torrente de la historia que pasa sobre él cuando parecía detenerse. También Píndaro se yergue sobre ese mundo —no por su opinión, pero sí por su acción— en los grandes poemas en que, ya reconocido como poeta de importancia panhelénica, celebra las victorias obtenidas en las carreras de carros por los poderosos tiranos de Sicilia, Terón y Hierón. Ennoblece en él los nuevos estados que han creado, adornándolos con la gloriosa magnificencia de sus ideales aristocráticos, y así ensalza su valor. Veremos acaso en ello un contrasentido histórico, aunque toda fuerza usurpada y sin ascendencia quiere adornarse con los prominentes arreos de la grandeza pasada. Píndaro mismo supera enormemente en estos poemas los convencionalismos aristocráticos, y su voz personal no resuena en parte alguna de un modo tan inconfundible como aquí. Ve en la educación de los reyes la última y más alta tarea de los poetas nobles en los nuevos tiempos. Como más tarde Platón, esperaba poder influir en ellos, inducirlos a realizar en el mundo que empieza los anhelos políticos que le animaban y a poner un dique a la osadía de la masa. Así los hallamos como huésped en la brillante corte del vencedor de los cartagineses, Hierón de Siracusa, al lado de Simónides y Baquílides, los grandes entre "los que han aprendido", como más tarde a Platón en la corte de Dionisio, al lado de los sofistas Polixeno y Aristipo.
Sería interesante saber si los pasos de Píndaro se cruzaron con los de otro grande: Esquilo de Atenas, que visitó también a Hierón, cuando por segunda vez representó Los persas en Siracusa. Mientras tanto, el ejército del estado popular de Atenas, a los veinte años de su fundación, derrotó a los persas en Maratón y decidió en Salamina, mediante su flota, sus generales y el aliento de su espíritu político, el triunfo de la libertad de todos los griegos de Europa y del Asia Menor. La patria de Píndaro permaneció ausente de esta lucha nacional, (211) en una neutralidad ignominiosa. Si buscamos en sus cantos un eco del destino heroico que despertaba en la Hélade entera nuevas energías para el futuro, percibiremos sólo en el último poema ístmico la angustiosa expectación de un corazón profundamente escindido. Habla sólo de la "piedra de Tántalo" que ha gravitado sobre la cabeza de Tebas y ha sido removida por un Dios clemente: pero no sabemos si se refiere al peligro persa o al odio de los vencedores griegos, cuya causa ha traicionado Tebas y cuya venganza amenazó destruirla. No Píndaro, sino su gran rival, el polifacético Simónides, griego de las islas, se convirtió en el lírico clásico de las guerras persas. Con todo el esplendor y la flexibilidad de su estilo, capaz de adaptarse con maestría a todos los temas, aunque sin el calor de Píndaro. se consagró a escribir por encargo de las ciudades griegas los epitafios que habían de servir de inscripción en las tumbas de los héroes caídos. Nos parece ahora una desventura trágica que Píndaro haya sido relegado a segundo término, en este tiempo. Sin embargo, era la consecuencia necesaria de su actitud, puesto que persistía en el empleo de ponerse al servicio de otro tipo de heroicidad. Con todo, la Grecia victoriosa sintió en sus versos algo del espíritu de Salamina, y Atenas amó al poeta que exclamó con ditirámbico entusiasmo: "Oh, resplandeciente, coronada de violetas y famosa en los cantos, fundamento de Helias, magnífica Atenas, ciudad divina." Sintió, sin duda, asegurada su pervivencia nacional en un mundo que le era íntimamente ajeno. Sin embargo, llevaba profundamente en el corazón a la enemiga de Atenas, su hermana en estirpe Egina, la rica ciudad de los grandes navegantes, armadores y mercaderes. Pero el mundo a que pertenecía su corazón y al cual había glorificado se hallaba en franca decadencia. Parece ser una ley en la vida del espíritu que, cuando un tipo de vida llega a su término, halla fuerza necesaria para formular de un modo definitivo su ideal y alcanzar su conocimiento más profundo; como si de la muerte se destacara su aspecto inmortal. Así, la decadencia de la cultura noble griega produce a Píndaro; la del estado ciudadano a Platón y Demóstenes, y la jerarquía de la Iglesia medieval, en el momento en que va a sobrepasar su culminación más alta, al Dante.

lunes, 28 de octubre de 2013

Eduardo Lalo. Premio Rómulo Gallegos 2013.

 
Periódico La Jornada
Viernes 7 de junio de 2013, p. 6
Caracas, 6 de junio.
Con su obra Simone, Eduardo Lalo es el primer puertorriqueño en ganar el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, anunció hoy el jurado.
El veredicto unánime destacó que la obra combina experiencias históricas, sociales, culturales y estéticas de la situación contemporánea a partir de encuentros y desencuentros azarosos del personaje, que resalta como mágico y que recuerda a la Maga de Julio Cortázar en Rayuela.
El jurado, integrado por el puertorriqueño Juan Duchesne Winter, el venezolano Luis Duno y el argentino Ricardo Piglia, ganador de la edición anterior, eligió a Simone entre 11 finalistas.
Con el galardón, se está premiando la literatura de un país invisible por nuestra situación colonial, un país que está en una región que el mundo ve con gran grado de marginalidad, manifestó Eduardo Lalo, recibir la noticia.
http://www.jornada.unam.mx/2013/06/07/cultura/a06n2cul

domingo, 27 de octubre de 2013

Ricardo Piglia. Premio Rómulo Gallegos 2011. Novela: Blanco nocturno.

 
Periódico La Jornada
Jueves 4 de agosto de 2011, p. 5
Caracas, 3 de agosto. El escritor argentino Ricardo Piglia recibió la noche del martes en Caracas el premio de novela Rómulo Gallegos por su obra Blanco nocturno, y destacó en su discurso la importancia de los mecanismos que permiten asegurar la persistencia de la cultura latinoamericana.
“Estoy muy honrado y emocionado. Recibir un premio es una situación ambivalente en la que uno se siente reconocido por su trabajo y al mismo tiempo se dice ‘no lo merezco”’, dijo Piglia tras recibir el galardón.
Es muy importante que la cultura latinoamericana tenga modos de reconocer el trabajo y de asegurar la persistencia de nuestra cultura, continuó.
Me parece muy importante que un galardón que se entrega en América Latina tenga la tradición, la continuidad y el prestigio que tiene el premio Rómulo Gallegos, destacó el escritor al referirse al que se considera el Nobel latinoamericano de las letras.
Según el jurado, que anunció en junio que Piglia era el ganador de la edición 17 del premio Rómulo Gallegos, el escritor argentino se impuso por su gran talento para situar la trama en un mundo preciso, su rigurosa observación de hechos y personajes, la nitidez de su lengua, la sabiduría literaria que le permite cautivar al lector y mantener la tensión del relato.
La obra de Piglia resultó ganadora de esta edición del premio entre un total de 194 novelas publicadas entre 2009 y 2010 y escritas por autores de 16 países.
Blanco nocturno, que ya recibió en abril el Premio nacional de la crítica en España, muestra una vez más el gusto de Piglia por las tramas policiacas. La historia tiene su origen en la muerte de un inmigrante de Puerto Rico, en un pueblo de la provincia de Buenos Aires y se transforma poco a poco en una historia familiar que mezcla la ficción y la realidad de los años 70 en Argentina.
Piglia también es autor de novelas como Respiración artificial o Plata quemada, que ganó en 1997 el premio Planeta Argentina, y ha escrito numerosos ensayos.
Hay siempre en las narraciones la pasión de encontrarle un sentido a la vida y a la experiencia, dijo el escritor argentino durante su discurso, en el que también destacó que un buen narrador es aquel que es capaz de transmitir a otros emociones.
Piglia recibió el premio de manos del ministro de Cultura venezolano, Pedro Calzadilla, y del presidente del Centro Rómulo Gallegos, Roberto Hernández, durante una ceremonia a la que también asistió la embajadora de Argentina en Venezuela, Alicia Castro.
¡Qué bello ese evento argentino-venezolano! Felicitaciones, compatriota Ricardo Piglia, por ese merecido premio, el Rómulo Gallegos. Gracias!, escribió en Twitter el presidente venezolano Hugo Chávez, mientras se desarrollaba la ceremonia.
Aquí estamos acompañando al compañero Ricardo Piglia, al hermano Ricardo Piglia, que se suma a esta lista de maravillosas plumas que han disfrutado de este reconocimiento que los pueblos latinoamericanos le dan a sus escritores, declaró por su parte Calzadilla.
El Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, que se creó en 1967 y desde los años 90 se otorga de manera bianual en Caracas, ha sido recibido por Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Arturo Uslar Pietri y Javier Marías.
El galardón se entrega el 2 de agosto para honrar el natalicio del mayor escritor venezolano del siglo XX, Rómulo Gallegos, quien fue presidente del país. El estímulo económico es de 430 mil bolívares (100 mil dólares).
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/04/cultura/a05n1cul

sábado, 26 de octubre de 2013

William Ospina. Premio Rómulo Gallegos 2009. Novela: El país de la canela.

Fernando Camacho Servín
Periódico La Jornada
Viernes 5 de junio de 2009, p. 5
El escritor colombiano William Ospina es el ganador del decimosexto Premio Rómulo Gallegos, por su novela El país de la canela, en la que narra la historia de los primeros exploradores españoles que llegaron al continente americano, informó este miércoles el comité organizador del galardón.
Aunque el anuncio oficial se produjo ayer, desde el mediodía del miércoles llegó a la redacción de La Jornada un correo electrónico de la página web de literatura colectivoadversus.blogspot.com, en el que se filtraba que el elegido era Ospina.
Ética de respeto al otro
La obra de Ospina, calificada como una lectura interpretativa de los primeros viajes de los europeos en el continente, fue premiada en reconocimiento a la sólida estructuración de sus capítulos, su fluido lenguaje, su vuelo poético y su ajustada eficacia narrativa, así como su capacidad de atraer al lector, explicó la escritora argentina Graciela Maturo, presidenta del jurado.
El país de la canela es la segunda parte de una trilogía sobre la invasión española, y a lo largo de sus 368 páginas el autor no escatima crudezas en los aspectos más brutales de la gesta hispánica, sin caer en burdas simplificaciones, abundó Maturo.
El mensaje de Ospina, dijo, supera dicotomías como la del hispanismo-indigenismo y alienta una ética de respeto al otro, tomando como inspiración los relatos del siglo XVI del cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo.
Hace algunos días, el escritor galardonado describió su novela como un texto en el que se reflejan la codicia y las leyendas fantásticas que guiaron a los españoles en la conquista militar de América, lugar que confundieron con India –región donde abunda la especia de la canela– y donde pensaban encontrar riquezas y monstruos fabulosos.
Sólo se premia a buenos escritores
William Ospina, quien también es ensayista y poeta, nació el 2 de marzo de 1954 en la localidad colombiana de Padua, y se dedicó a la literatura y el periodismo luego de truncar sus estudios en derecho y ciencias políticas en la Universidad de Santiago de Cali

Es autor de los libros de ensayos Aurelio Arturo, Esos extraños prófugos de Occidente y ¿Dónde está la franja amarilla?, además de los poemarios Hilo de arena, La luna del dragón y El país del viento.
La escritora Elena Poniatowska, integrante del jurado, al lado de los venezolanos Humberto Mata y Enrique Hernández, y el cubano Miguel Barnet, destacó en charla telefónica con La Jornada que la obra premiada forma parte de una gran saga sobre los viajes al nuevo continente, escrita con oficio y belleza.
El lenguaje es buenísimo y todos los capítulos enlazan muy bien uno con el otro. El vocabulario jamás decae, lo cual es muy difícil, y se ve que (Ospina) conoce muy bien la época de la que está hablando. No es sólo un novelista, es un poeta, señaló la escritora, quien ganó el Rómulo Gallegos en 2007 gracias a su novela El tren pasa primero.
Poniatowska, quien no asistió a Venezuela con el resto del jurado por problemas de salud, aseveró que el reconocimiento fue entregado sin tomar en cuenta consideración política alguna.
“No creo en premiar a escritores de izquierda o de derecha, sino a buenos escritores. También tuvo una buena posibilidad de ganar el libro del ecuatoriano Javier Vásconez, con Jardín capello, o Federico Vega, un venezolano buenísimo” que decidió de última hora no participar en el concurso.
La novela Casi nunca, del mexicano Daniel Sada, también hubiera sido aspirante a ganar el premio, pero nunca lo recibí como parte de los libros finalistas, dijo. Fue un trabajo enorme, y estuve en eso desde febrero pasado. Son tantos los libros que leí que hasta pensé en ya no volver a escribir uno yo. Ya tenemos demasiados, ironizó Poniatowska

viernes, 25 de octubre de 2013

Elena Poniatowska. Premio Rómulo Gallegos 2007. Novela: "El Tren pasa primero".

 
 
Periódico La Jornada
Gabriela Romero.
Miércoles 20 de junio de 2012, p. 43
Hablar del Metro es hacerlo del tiempo y de la alegría, porque es anaranjado y por sus viajeros, sintetizó la escritora Elena Poniatowska minutos antes de retirar –junto con el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubon– el papel que cubría el frente del convoy número 06 de la línea 12 del Metro, que desde ayer lleva su nombre.
En un video de no más de tres minutos se resume la vida de la escritora mexicana, entre cuyas obras están La noche de Tlatelco, Leonora, El tren pasa primero, Tinísima, Fuerte es el silencio, De noche vienes y Hasta no verte, Jesús mío.
Al terminar tomó el micrófono. Esto es una sorpresa muy alegre, porque es un homenaje sumamente original. Nunca pensé, ni siquiera en sueños, que esto podría suceder.
Afirmó que es muy importante hablar del Metro, porque es hacerlo del tiempo, y citó algunas frases de un poema de Renato Leduc: Sabía virtud de conocer el tiempo, al tiempo amad y desatarse a tiempo..., se detuvo y con una gran sonrisa aclaró que no lo dirá todo para que ustedes lo busquen.
Comparó el Metro con el de otras ciudades. El de México, que he tomado muchísimo, siempre me ha dado una sensación de alegría, porque es anaranjado y no es como the Tube de Londres, que es más oscuro, o el de París, que es también más oscuro. Pero el mexicano tiene mucha alegría, sobre todo también por sus viajeros. Hay un cuento de (Julio) Cortázar dedicado al Metro que les aconsejo lean, porque es muy bello de todas las personas que ahí viajan.
La también fundadora de La Jornada felicitó a los trabajadores, que andan con su casco y se juegan la vida; a los grandes ingenieros, a Marcelo Ebrard, que han hecho posible esta obra amplia, maravillosa, donde todos caben. No es estrecha, no son corredorcitos, son corredorsotes.
El jefe de Gobierno del Distrito Federal abundó que esta línea está diseñada para los próximos 40 o 50 años. Si lo hubiésemos hecho sólo para los usuarios de hoy podríamos haber hecho, por ejemplo, esta estación como 30 por ciento de lo que es, pero dentro de algunos años ya no funcionaría.
Refirió que fueron los habitantes de la ciudad de México quienes no sólo propusieron que uno de los 38 trenes de la línea 12 del Metro llevara el nombre de Elena Poniatowska, sino que también escribieron muchas cosas bonitas sobre ella.
Para el mandatario, una forma de que los ciudadanos se apropien de su Metro es que los trenes dejen de ser impersonales. Una vez me dijeron: Son como las (trajineras) que usamos en Xochimilco, que tienen nombre, por el cariño y porque te apropias de ello.
–Creo que tú nunca has manejado un tren, ¿verdad? –preguntó Ebrard a Poniatowska. Ahorita lo vas a manejar. No se preocupen, es automático, agregó.
Rodeada por el mandatario y su esposa, Rosalinda Bueso, así como de los directores del Metro, Francisco Bojórquez, y del Proyecto Línea 12, Enrique Horcasitas, Elena Poniatowska se sentó en el lugar del conductor. Empezó el recorrido de la estación Eje Central a Culhuacán, y de regreso.
Al salir de la estación, una señora invitó a Rosalinda Bueso que se tomara un pulquito en La paloma azul, de su propiedad. El jefe de Gobierno despidió a su invitada y entró junto con su esposa a la fonda La Fortaleza, donde aceptaron una gordita de chicharrón y él un vaso de curado de guanábana.
Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2012/06/20/capital/043n1cap

miércoles, 23 de octubre de 2013

Duelos desiguales. Por Guillermo Fernández.*


Por Guillermo Fernández.*
“DUELOS DESIGUALES”: UN LIBRO DESIGUAL


Con el poemario “Duelos desiguales” (Euned, 2012), Paúl Benavides, un autor de cuarenta y siete años y totalmente desconocido hasta la publicación de su libro, consigue despertar no solo el mero interés, el acertado asombro, sino que introduce en el medio literario costarricense una obra que consideramos totalmente oportuna, sólida, severa lingüísticamente, afinada en una amplia cultura y decantada con un esmero que evade cualquier improvisación y oportunismo temático.
El poemario consta de tres partes: “Memorial de la ciudad y la casa”, “El ciudadano cero” y “Poetas”. Está integrado por veintiséis poemas, muchos de los cuales jamás pasarán inadvertidos al lector exigente, conocedor del modo de escribir poesía más allá de la simple pose de gueto. 
Benavides es un poeta que obliga a ser releído. Impone una lección de estilo para las nuevas generaciones que pueden haber creído que la poesía es una ocurrencia. El poeta le devuelve el valor al verbo en una etapa donde muchos tienden a rumiar, impenitentes, las mismas banalidades de los talleristas de “marca”. Estamos frente a un creador que ha encontrado que el camino hacia la verdadera poesía es estudiar a los mayores, pulir, repulir sin tregua. 
Poeta del presente, Benavides vuelve a interesarnos en los temas humanos con un estilo cuyas influencias rastreamos en autores tan disímiles como, T. S. Eliot, M.S. Merwin, Bukowski –maestro reconocido como precursor inimitable–, y de los poetas españoles como Luis Cernuda, y representantes de la generación española del cincuenta tales como J. Gil de Biedma, José Manuel Caballero, Francisco Brines, los cubanos Virgilio Piñera, J. Lezama Lima, Heberto Padilla, entre otros.  
Advertimos en este poemario, en apariencia breve, pero denso en ideas y situaciones, una poesía sin mascaradas, donde no hay juego inútil. La voz de Benavides viene de la caverna humana, en la que se han conocido los gigantes adversos y las pequeñas glorias. Su mirada se posa en la política, en los inmigrantes, en la soledad crónica del creador fracasado, en el acaecer momentáneo de un mundo que nos turba por su fragmentación, en los recuerdos fantasmagóricos, en la patria como un mal viejo y quemante, en los encuentros amorosos que solo dejan la gota ácida de la poesía, en el ciudadano cero que somos todos…
El mayor logro del poeta es conseguir una cópula con su propio idioma, aunque diga, como Darío, que es dichosa la piedra porque esta ya no siente. En este caso, Benavides puede emitir un enunciado tan sencillo al estilo de T. S. Eliot: “No recuerda el momento en que perdió su cepillo de puntas metálicas”, o tomar mano del coloquialismo confesional: “No llegué a Bukowski, me agarró tarde”, o recurrir a imágenes cuya elaboración parece más compleja: “Detrás del amor una mujer me rescató con la lluvia. / Quizá un pájaro al final del día, / el goce parecido a una tarde limpia, / una mano puesta sobre la espalda como el mar.” Para Benavides todo recurso es válido en cuanto se engarce en una representación precisa y franca de su intencionalidad poética. Benavides puede pasar del aparente coloquialismo al tono elegíaco, de la descripción sincopada a la evocación.
Nos remitimos, ineludiblemente, a poemas como “La casa paterna”, quizás uno de los mejores, donde se hace el inventario de la infancia: “El sol revienta, / y la casa paterna sale del silencio / como un barco iluminado”; al viaje del “maldito” que no pudo serlo en “No puedo morir en una madrugada cualquiera”, parodia de la singladura vertiginosa del “barco
ebrio” que han querido ser todos los poetas: “Ahora cuando apenas ladro y ya no muerdo, / perro viejo / me da miedo morir en una madrugada cualquiera…” No podemos dejar de señalar los bellos poemas “Gato sobre el tejado”, “Gringos”, “No llegué a Bukowski”, nueva parodia del maldito y remate a una generación de cuarentones que lo han querido imitar hasta la caricatura; “Circus Place”, pasarela política; “Soy el polvo”, de los que más llegan al hueso: “Me llamaron, / pero los muertos no tenemos memoria, / estamos rajados de por vida.”
“Duelos desiguales” es una aventura poética desigual. Pertenece al grupo de esos libros que aportan nuevas corrientes sanas a la literatura de un país, que abren boquetes y dejan pasar rayos de un sol vidente. Su tono es vigoroso y amargamente triunfal en ese combate anticipadamente perdido contra la vida. 

*Luis Guillermo Fernández Álvarez nace el 14 de diciembre de 1962. Realiza estudios de Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Se dedica a escribir y se desempeña como asesor editorial de varias editoriales. Ha sido representante de Costa Rica en el Festival Internacional de Poesía en Medellín, Colombia, 1998, y en el Festival Internacional de Poesía en Oaxaca, México, 1998. Es co-editor de la revista de cultura Matérika

martes, 22 de octubre de 2013

Guillermo Fernández.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: "Tu nombre será borrado del mundo".

Mesa redonda a cargo de:

Guillermo Fernández publica un nuevo libro de cuentos llamado "Tu nombre será borrado del mundo"

Cuentos y vidas. La recopilación confirma el oficio narrativo del también poeta costarricense.

     Más
Guillermo Fernández Álvarez es un autor cada vez más presente en la literatura nacional, y su trabajo suscita merecida atención. Su reciente libro es Tu nombre será borrado del mundo (Editorial Arboleda), que reúne siete cuentos de distintos temas. Hacemos hoy públicos algunos secretos de este narrador.
–¿Cómo surgieron los temas de su libro: de un modo súbito o premeditado?
–El libro incluye siete cuentos que quedaron de una selección de relatos. Son historias un poco largas sobre los temas más diversos. No quería para nada un libro monótono, sobrecargado en un solo asunto, sino que traté de abordar el problema humano, que es lo que me interesa en la literatura, desde distintos ángulos.
–¿Qué diferencia aporta este libro frente a sus obras anteriores?
Tu nombre será borrado del mundo es un libro muy diferente de lo que he escrito. El lector se enfrenta aquí a relatos muy realistas, como en “Cactus”, donde hay un desenlace que solo él puede resolver, un crimen planeado, o un desdoblamiento. Como excusa existe el tema de los extraterrestres (el lector reconocerá un cuento de ciencia ficción que al fin solo era un drama), o el tema del crítico de cine que decide ayudar a un necrófilo, trama entre fantasiosa y macabra.
–¿Cómo se distribuyó el tiempo de redacción: diaria, eventual...?
–Escribí este libro en varias etapas. Se puede decir que hay cuentos que he trabajado a lo largo de varios años. Muchos de ellos los creí perdidos hasta que volví sobre sus argumentos, una y otra vez, de manera que la historia adquiría un relieve más maduro y sólido. Sinceramente, es el libro en el que he invertido más tiempo y el que más he disfrutado, luego de mucha confrontación con eso que algunos llaman “voces internas”.
–¿Cómo evitó la distracción?
–Lamento decir que soy “escritor” de temporada, como las modas de verano. De pronto no puedo creer que yo sirva para escribir ni una sola línea, nada imaginativo. La vida es absorbente y miserable para escribir y pensar en posibles historias. Tengo una gran consideración por quienes escriben con sinceridad: realmente es una batalla, a veces sin ningún “impacto”.
–¿Pensó en algún lector cuando escribió este libro?
–Yo siempre escribo para un tipo de lector: el lector que busca contenidos y no solo entretenimiento.
–¿Rehízo algunas partes?
–Todos los cuentos pasaron por drásticas modificaciones. Los primeros trabajos ya no tienen ninguna relación con los actuales. Igual que con mis novelas, lo primero que escribo es un borrador. Luego destruyo y reconstruyo.
–¿Cuándo y cómo corrige?
–La corrección es un acto doloroso: es como pasarle un bisturí a una imagen narcisista, pero incluso en el desaliento hay que hacerlo. La diferencia que hay entre un escritor y un diletante es que el escritor se atreve a corregirse con implacabilidad y tesón. No digo que yo sea un escritor profesional, pero me gustaría ir por ese camino.
 La tercera    novela de Guillermo Fernández Álvarez.
La tercera novela de Guillermo Fernández Álvarez. ampliar

–En el caso de un libro de cuentos, ¿qué le cuesta más crear: ambientes, personajes, diálogos...?
–Lo más difícil de un cuento es convencer al lector de que no es un cuento, de que es un mundo verosímil. El lector sabe que es un engaño, pero juega a no saber que es una ficción: espera que el escritor le revele una realidad inexplorada. Para esto debe morder el anzuelo, pero no todos muerden la carnada.
”Hace unos años, durante la presentación de una novela en una feria del libro, un hombre se me acercó para preguntarme si el personaje del cuento “Camino de estelas” era verdadero. Le respondí que sí, y me dijo que eso era lo que pensaba. Compró la novela y se fue: solo quería saber ese dato. Es lo más mágico que me ha sucedido.
”En otra ocasión, alguien me preguntó maliciosamente si el narrador del cuento “De suicidios y fraternidades” era realmente yo y me pidió que le revelara cuál había sido mi suerte. Por alguna razón, estas situaciones me conmueven".
–¿Qué cambiaría en el libro si debiera escribirlo otra vez?
–Me cansó mucho escribirlo. No podría ni pensar en alterar sus defectos: ya sería inimaginable.
–¿Le interesan las críticas?
–No se hace crítica cuando se enaltecen los temas del libro antes que el estilo del autor; esto no lo tomo en serio. Cuando se ataca al autor por los temas que desarrolla, también. Alguien dijo una vez que no me leía porque trataba temas muy violentos. Es cierto: mis temas son muy violentos y oscuros. La realidad es horrible; algunos de mis temas también son horribles.
–Indique los títulos de sus libros (todos o algunos) con sus respectivos géneros.
–Poesía (entre otros): Danzas (EUNED, 2002). Cuento: Efecto invernadero (Editorial Costa Rica. 2001), Hagamos un ángel (EUNA, 2002). Novela : Babelia (Editorial de la UCR, 2006), Nebulosa.com (Editorial Costa Rica, 2007), Ojos de muertos (Uruk, Editores, 2012). 

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El libro puede pedirse mediante el teléfono  85292451   

o mediante el correo electrónico   sorenvargas@gmail.com

La dirección electrónica del autor es   g_fernandez62@yahoo.com
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Tu nombre será borrado del mundo ha sido publicado por la Editorial Arboleda:
http://www.editorialarboleda.com/
Dirección electrónica:  libros@editorialarboleda.com

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LOS PLACERES DE LA LITERATURA LATINA PIERRE GRIMAL FRAGMENTO

 CAPÍTULO I La primera poesía La literatura latina comenzó con la poesía, que debutó al mismo tiempo que la epopeya y el teatro. Hay múltipl...

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