viernes, 29 de junio de 2012

Henri-Marie Beyle

BIOGRAFIA:
 Henri-Marie Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783 – París, 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés del siglo XIX.

Valorado por su agudo análisis de la psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, es considerado uno de los primeros y más importantes literatos del Realismo. Es conocido sobre todo por sus novelas Rojo y negro (Le Rouge et le Noir, 1830) y La cartuja de Parma

Con 17 años se alistó en el ejército de Napoleón Bonaparte. En 1802 abandonó el Ejército y vive en París. En el año 1806, sin medios económicos que le permitieran la subsistencia, regresa al Ejército, donde desempeñó misiones diplomáticas y toma parte en la fracasada campaña rusa de 1812.
Fue jacobino y anticlerical. Escribió novela, crítica, biografia y libros de viaje. Cultivó el romanticismo no sólo en sentido literario sino también estilístico y político. En el año 1814, viajó a Italia, donde durante siete años se dedica a escribir la Historia de la pintura en Italia (1817) y además, un libro de recuerdos personales y estudios académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817). Esta última fue la primera obra publicada bajo el seudónimo de Stendhal.
Acusado por el gobierno austriaco, que entonces gobernaba en el norte de Italia, de apoyar al movimiento de independencia italiano, fue expulsado de Italia en 1821. Regresó a Francia y se estableció en París, donde Llevó una vida social e intelectual muy activa, frecuentando salones literarios donde destacó en el arte de la conversación.
Un año después finaliza Sobre el amor (1822), tratado sobre la naturaleza del amor. En la obra trata sobre el matrimonio, la mujer, la moral y la política.
En 1830 fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste.
En 1831 se le destinó a Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales novelas. El rojo y el negro (1830) donde hace un análisis de la sociedad contemporánea a través de un ambicioso joven de provincias. La cartuja de Parma (1839) narra las vicisitudes de un joven noble que se ve envuelto en las intrigas políticas. Permaneció en Civitavecchia hasta que falleció el 23 de marzo de 1842 de un ataque al corazón.
t/8/22918.jpg RESEÑA:
Basada en un suceso criminal publicado en la Gazette des Tribunaux, Rojo y negro tiene, como todas las novelas de Stendhal, un trasfondo histórico y social, la Francia de la Restauración en este caso. En ella se despliega la vida de Julien Sorel, un plebeyo provinciano, inconformista y rebelde, carente de recursos que, gracias a su inteligencia, ha recibido del bondadoso cura de su pueblo una educación privilegiada. Ello, unido a su afán de poder, a su imaginación exaltada y al irresistible poder de seducción que ejerce sobre las mujeres, despierta en él la inquebrantable resolución de encumbrarse y hacer fortuna. El título hace referencia a las únicas posibilidades profesionales que toma en consideración el ambicioso Sorel: la carrera militar, el rojo, y la eclesiástica, el negro. La ascensión y caída de Sorel da pie a una vívida descripción de los defectos de una época que no ha ajustado cuentas con su pasado inmediato.
Aunque apreciada en su época por una minoría, Rojo y negro, obra cumbre de la narrativa del siglo XIX, sitúa a Stendhal como el primer novelista de genio de la era burguesa.

viernes, 15 de junio de 2012

Publio Virgilio Marón


Publio Virgilio Marón (Andes, actual Pietole, cerca de Mantua, en la Región X, Venetia, hoy Lombardía italiana, 15 de octubre de 70 a. C. – Brundisium, actual Brindisi, 21 de septiembre de 19 a. C.), más conocido por su nomen, Virgilio, fue un poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas. En la obra de Dante Alighieri, La Divina Comedia, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio.

Formado en las escuelas de Mantua, Cremona, Milán, Roma y Nápoles, se mantuvo siempre en contacto con los círculos culturales más notables. Estudió filosofía, matemáticas y retórica, y se interesó por la astrología, medicina, zoología y botánica. De una primera etapa influido por el epicureísmo, evolucionó hacia un platonismo místico, por lo que su producción se considera una de las más perfectas síntesis de las corrientes espirituales de Roma.

Fue el creador de una grandiosa obra en la que se muestra como un fiel reflejo del hombre de su época, con sus ilusiones y sus sufrimientos, a través de una forma de gran perfección estilística.

Hijo de campesinos, Virgilio nació en Andes, una aldea próxima a Mantua, en la región italiana de Venetia et Histria. Recibió una esmerada educación y pudo estudiar retórica y poesía gracias a la protección del político Cayo Mecenas (de éste proviene el término `mecenas` aplicado a quienes protegen y estimulan las artes). Sus primeros años los pasó en su ciudad natal, pero al llegar a la adolescencia se trasladó a Cremona, Milán y Roma para completar su formación. En Roma se introdujo en el círculo de los poetae novi. A esta época pertenecen sus primeras composiciones poéticas, recogidas bajo la denominación de Apéndice Virgiliano.

Llegó a Nápoles en el 48 a. C. para estudiar con el maestro epicúreo Sirón. Por entonces estalló la guerra civil tras el asesinato de César, lo que afectó a Virgilio, quien incluso vio peligrar su patrimonio. Pasó gran parte de su vida en Nápoles y Nola. Fue amigo del poeta Horacio y de Octavio, desde antes de que éste se convirtiera en el emperador Augusto.

Entre el año 42 a. C. y el 39 a. C. escribió las Églogas o Bucólicas, que dejan entrever los deseos de pacificación de Virgilio en unos poemas que exaltan la vida pastoril, a imitación de los Idilios del poeta griego Teócrito. Aunque estilizados e idealizadores de los personajes campesinos, incluyen referencias a hechos y personas de su tiempo. En la famosa égloga IV, se canta la llegada de un niño que traerá una nueva edad dorada a Roma. La cultura posterior encontró aquí un vaticinio del nacimiento de Cristo.

Entre el 36 a. C. y el 29 a. C., compuso, a instancia de Mecenas, las Geórgicas, poema que es un tratado de la agricultura, destinado a proclamar la necesidad de restablecer el mundo campesino tradicional en Italia.

A partir del año 29 a. C., inicia la composición de su obra más ambiciosa, la Eneida, cuya redacción lo ocupó once años, un poema en doce libros que relata las peripecias del troyano Eneas desde su fuga de Troya hasta su victoria militar en Italia. La intención evidente de la obra era la de dotar de una épica a su patria, y vincular su cultura con la tradición griega. Eneas lleva a su padre Anquises sobre sus hombros y su hijo Ascanio de la mano. En Cartago, en la costa de África, se enamora de él la reina Dido, quien se suicida tras la partida del héroe. En Italia, Eneas vence a Turno, rey de rútulos. El hijo de Eneas, Ascanio, funda Alba Longa, ciudad que más tarde se convertiría en Roma. Según Virgilio, los romanos eran descendientes de Ascanio, y por lo tanto del propio Eneas. El estilo de la obra es más refinado que el de los cantos griegos en los que se inspiró.

Había ya escrito la Eneida, cuando realizó un viaje por Asia Menor y Grecia, con el fin de constatar la información que había volcado en su poema más famoso. En Atenas se encontró con Augusto y regresó con él a Italia, ya enfermo. A su llegada a Brindisi, pidió al emperador antes de morir que destruyera la Eneida. Augusto se opuso rotundamente y no cumplió la petición, para gloria de la literatura latina.

La Eneida es un poema épico escrito en latín por Publio Virgilio Marón, más conocido como Virgilio, en el Siglo I adC. La obra fue escrita por encargo del emperador Augusto, con el fin de glorificar, atribuyéndole un origen mítico, el Imperio que con él se iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una continuación, de la Ilíada, tomando como punto de partida la guerra de Troya y su destrucción, y colocando la fundación de Roma como un acontecimiento ocurrido a la manera de los legendarios mitos griegos.
Se suele decir que Virgilio, en su lecho de muerte, encargó quemar `La Eneida`, ya fuera porque deseaba desvincularse de la propaganda política de Augusto, o bien porque no consideraba que la obra hubiera alcanzado la perfección que el poeta quería.
La obra consta de casi diez mil hexámetros divididos en doce cantos en los que se relatan la caída de Troya, los viajes de Eneas y el establecimiento definitivo de una colonia troyana en el Lacio.

Resumen de los seis primeros cantos
Eneas, príncipe troyano, huyó de la ciudad tras haber sido quemada por los aqueos. Se llevó a su padre y a su hijo a rastras, y su mujer le seguía a pocos pasos. Pero ella pereció en la oscuridad, y Eneas, desesperado, embarcó con otros supervivientes en busca de una nueva tierra. Su enemistad con Hera le llevó a navegar errante durante mucho tiempo, hasta que fue arrojado a las costas del norte de África, en Cartago. Allí habitaba la reina Dido, que se enamoró de él ,por obra de cupido que le flecho su corazón para que olvidara su difunto marido, y lo retuvo largo tiempo. El reino era hospitalario y todos los troyanos querían quedarse en Cartago, pero Eneas sabía que era en Italia donde debía fundar su imperio. Tras su marcha, Dido se suicidó en una pira con la espada de Eneas. En su camino hasta Italia descenderá a los infiernos, donde su padre, ya muerto, le revela que fundará un imperio floreciente, Roma, hasta la época de Augusto.

Resumen de los seis últimos cantos
Eneas llega al Lacio, donde gobernaba el rey Latino. La hija de Latino, Lavinia, estaba prometida con Turno, el caudillo de los rútulos, pero el oráculo había revelado a Latino que un hombre llegado del mar se desposaría con su hija y crearía un gran imperio en nombre de los latinos. Entonces Turno y Eneas se declararon la guerra y empezaron a batallar durante un buen tiempo. Un día venían aliados de uno y otro día de otro, y la batalla nunca terminaba. Mientras, en el cielo, Venus y Juno ayudaban a unos y a otros sin que Zeus le otorgara la victoria a ninguna. Al final, Eneas mata a Turno en un combate y consigue la mano de Lavinia. Entonces fundarán un reino que algún día se convertirá en Roma..


VIRGILIO

ENEIDA



INTRODUCCIÓN

Virgilio

Quizá desde comienzos del milenio, el territorio que bordea el lento fluir de las aguas del Po se vio habitado por grupos celtas que acudían en sucesivas oleadas de allende los Alpes. Junto al Mincio, uno de sus afluentes, en Andes, una aldea cerca de Man­tua, nació Publio Virgilio Marón (Vergilius) el 15 de octubre del año 70 a. C. A lo largo de esos mil años que preceden a su naci­miento, los pueblos celtas de la ribera habrían recibido diversas influencias civilizadoras, y, si en su momento el elemento etrusco tuvo sin duda la fuerza que destaca Virgilio en su descripción de Mantua (Eneida, X, 198-203), desde los tiempos de la Segunda Guerra Púnica habían brotado ya en el territorio numerosas co­lonias de latinos que hicieron de la Galia Cisalpina una región de avanzada cultura y saneada economía agrícola, tal como era du­rante el siglo 1 a. C.
Vergilius es un nombre gentilicio latino bien implantado en el norte y en otras regiones de Italia, y nos hace pensar que nació el poeta en una de esas familias latinas instaladas en la campiña del Po ya tiempo atrás, quizá desde la época de aquellas coloni­zaciones. Andando el tiempo y ya tan tarde como en los últimos años del imperio, sus lectores habrían corrompido el nombre en Virgilius -de donde procede el que aún hoy utilizamos para el autor de la Eneida- por una doble vía: de virgo (dado el tímido carácter que le valió el apodo griego de Parthenias), o de virga (por la varita característica de los magos, que esa fama tendría ya entonces nuestro poeta).
Su padre, aunque la tradición lo describe como de humilde origen, un alfarero o un bracero -o las dos cosas- que se habría casado con la hija de su patrón, Magia Pola, fue probablemente un eques, un terrateniente lo bastante rico como para preocupar­se de que recibiera su hijo la mejor educación posible y prepa­rarlo así para la carrera forense, camino seguro en la Roma de entonces hacia la lucha política.
Sus primeros años debieron de transcurrir, por tanto, en la finca de Andes, entre las labores del campo que tanto habrán de aparecer en sus obras, confiado tal vez a un paedagogus que cui­dase de su instrucción primera. En Roma, Pompeyo y Craso de­sempeñaban el año 70 su primer consulado compartido en astu­ta jugada política que, bajo la apariencia de liquidar la obra de Sila, trataba de asentar el poder en las manos del partido senato­rial. Diez años después formarían el primer triunvirato con Cé­sar, primer movimiento de una larga partida que habría de liqui­dar el régimen republicano. Así, la vida de Virgilio sigue paso a paso los últimos cuarenta años de esta agonía, hasta el triunfo definitivo del principado en la persona de Augusto.
Con diez o doce años se trasladó a Cremona para comenzar sus estudios. César iniciaba por esas fechas su conquista de la Galia, y hay quien afirma que leyó Virgilio sus Comentarios con mayor interés por haber tenido quizá ocasión de verle personal­mente cuando andaba reclutando sus tropas por las ciudades de la Galia Cisalpina. Aunque era primaria la educación que recibió en Cremona (es decir, una enseñanza elemental de lectura, escri­tura y aritmética), no hay que perder de vista que era éste el te­rritorio donde habían nacido y comenzado a escribir parte de los poetae novia; temprano habría empezado Virgilio a entrar en con­tacto con el mundo de la literatura más refinada de su tiempo.
Parece que recibió la toga viril el año 55, y quiere la tradición que también fuera éste el año de la muerte de Lucrecio. Siguien­do el camino que le alejaba de su tierra natal imperceptiblemen­te, marcha Virgilio a Milán a continuar los estudios de gramática y literatura que ya habría comenzado en Cremona. Era Mediola­num una importante ciudad donde cabe suponer que sería fácil recibir una adecuada educación para intentar el salto final hacia Roma, donde debió de instalarse Virgilio el año 54, más o menos.
Su intención era, como la de todo romano cultivado, estudiar retórica, y parece que su padre le obligaba a prepararse para una carrera forense y política, aunque puede que este dato de su bio­grafía no sea otra vez sino el tópico que hace con frecuencia trabajar a los poetas contra las buenas intenciones de la familia. Según alguno de sus biógrafos, frecuentó las lecciones de Epidio, quien fuera también maestro por entonces de Antonio y Octa­viano, el futuro Augusto. Pero era la retórica árida especialidad para un poeta y, por otra parte, los tiempos en Roma (en el 52 Pompeyo se convirtió ya en consul sine collega) eran ya más de dinero y espada que de discursos. Por ello no es raro que Virgilio prefiriera dedicarse a frecuentar los restos de lo que había sido el círculo de Catulo, como muestran las amistades que por enton­ces habría empezado a hacer con Asinio Polión, Alfeno Varo, Cornelio Galo, Helvio Cinna y otros. A ello habría contribuido decisivamente lo que sus biógrafos describen como un fracaso en su primera intervención como abogado.
Debía Virgilio de estar en Roma el año 49, cuando estalló la guerra entre César y Pompeyo, y éste hubo de cruzar precipita­damente el Adriático con buena parte del Senado. No es seguro si militó en las armas de César ni si hubo de dejarlo ya por pro­blemas de salud. Sea como fuere, su salud, sin duda, no era buena y los acontecimientos políticos de estos años debieron marcarle profundamente; por todo ello, poco después de Farsalia se mar­cha a Nápoles (año 48 a. C.) para estudiar filosofía con el epicú­reo Sirón, director entonces del «jardín», un hermoso círculo de filósofos y artistas que habrían frecuentado nombres importantes de la Roma de entonces, como Julio César, Manlio Torcuato, Hircio, Pansa, Dolabela, Casio, Ático y Cornelio Galo. De Cre­mona a Nápoles, por tanto, parece que Virgilio no dejó de estar en estrecho contacto con los círculos intelectuales más notables.
No podemos saber con seguridad si Virgilio escribía ya por es­tos años. De ser suyos -cosa que parece dudosa a la moderna crí­tica- algunos de los poemas de la Appendix Vergiliana, los habría escrito por entonces y pueden seguirse en ellos las influencias de aquellos poetae novi que pretendían poner la poesía romana tras los pasos de Teócrito y Calímaco; de esa escuela, por tanto, que se conoce como alejandrinista. Virgilio se instaló definitivamente en Nápoles, quizá recibió en herencia la pequeña finca de Sirón (antes del 41 a. C.) y, pese a que con el tiempo llegó a tener algu­nas posesiones en la propia Roma gracias a la generosidad de sus amigos, se hicieron cada vez más raros sus viajes a la capital del imperio.
Así pues, he aquí a Virgilio tranquilamente instalado en Cam­pania mientras se desarrollaban los graves acontecimientos de la guerra civil que, primero, pusieron todo el poder en las manos de C. Julio César, y fueron al cabo la causa de su muerte, el 15 de marzo del 44. Sin embargo, cuando, tras las primeras disputas, Marco Antonio y Octaviano forman con Lépido el llamado Se­gundo Triunvirato a finales del 43, el poeta ve cómo su vida es arrastrada en el remolino de las guerras de Roma. Y es que no podía ser de otra forma: la proscripción y el subsiguiente asesi­nato de Cicerón por orden directa de los triúnviros constituían todo un síntoma de que ni los más hábiles podían quedar al mar­gen de los terribles acontecimientos. Octaviano tenía que insta­lar a 100.000 soldados que debían ser licenciados urgentemente, en evitación de males mayores. Toda Italia se vio afectada por las confiscaciones de tierras: la propia Campania donde vivía Virgi­lio, y también los campos de Cremona, su tierra natal (Mantua uae miserae nimium uicina Cremonae). Sus propias posesiones fueron confiscadas y hasta su padre debió instalarse en la finca de Nápoles. Puesto que sus amigos (Asinio Polión, Cornelio Galo y Alfeno Varo) pertenecían al círculo de los triúnviros, quiere la tradición que Virgilio habría logrado de Octaviano la devolución de su propiedad: no son, sin embargo, definitivos los datos que avalar pueden una afirmación como ésta.
Asinio Polión fue precisamente quien animó a Virgilio a que compusiera unos poemas según los Idilios de Teócrito, al modo que ya había intentado M. Valerio Mesala. Las Bucólicas fueron publicadas poco después del 39, y su éxito superó con creces los límites de los círculos alejandrinistas, siendo adaptadas con éxi­to como mimo para la escena. Virgilio, según sus biógrafos, las había comenzado a los veintiocho años, y parece que con ellas se vio de repente lanzado a una fama y una popularidad que no iban bien con su carácter retraído. Fue a raíz de este éxito cuando Mecenas puso a Virgilio en contacto con Octaviano, su antiguo compañero de estudios, arrebatándoselo al círculo de Polión, amigo y aliado de Marco Antonio.
C. Mecenas era un eques de ascendencia etrusca, que aparece ya en los días de Módena (43 a. C.) al lado de Octaviano. Persona de gran tacto y visión política, su influencia fue decisiva en la Roma que Octaviano quería modelar y especialmente en lo que se refiere al terreno de la literatura. Supo rodearse de un círculo de poetas que, a cambio de su amistad y protección, realizaron toda una campaña en favor de los intereses del futuro princeps. Virgilio, pues, fue admitido en este círculo y él mismo con Vario Rufo logró que Mecenas aceptase a Horacio. Sabemos por una satira (I, 5) de este último de un famoso viaje a Brindis que reali­zó Mecenas con lo mejor de su grupo, con Virgilio, Horacio, Va­rio Rufo y Plocio Turca. Por aquellos días (37 a. C.) debía cele­brarse una entrevista en Tarento para reconciliar a Octaviano con Marco Antonio, y sin duda Mecenas se había propuesto im­presionar al futuro enemigo con toda una corte de artistas.
Podemos pensar que fue durante el trayecto cuando conven­ció Mecenas a Virgilio para que compusiera sus Geórgicas, cua­tro libros de poesía didáctica relacionada con la vida del campo. El poema de Lucrecio aún estaba reciente en todos los lectores del momento, el argumento campesino (siguiendo los pasos de Hesíodo) no podía disgustar a un autor que se había criado entre los agricultores de la campiña del Po y, por lo demás, el momento requería que los poetas cantasen sus mejores versos a la recons­trucción de Italia, la madre Italia arrasada por las guerras civi­les. El empeño, por tanto, era noble, y Virgilio no se resistió a la invitación de Mecenas, a quien luego dedicó ardorosamente su poema. Se dice que debió emplear siete años en su composición y que, en una lectura ininterrumpida de cuatro días, pudo leérselo a Octaviano a su regreso de Oriente en el 29 a.C.
No es extraño que el propio Mecenas intentase a continuación un salto cualitativo en su programa literario. Había que cantar ahora la figura de quien pronto ya se llamaría Augusto. Y había precedentes: Furio Bibáculo y Terencio Varrón habían puesto antes en verso las gestas de César en su conquista de las Galias, y los antecedentes de una épica nacional se remontaban hasta En­nio, y más atrás. La idea ronda ya en los primeros versos del libro tercero de las Geórgicas; Mecenas, sin embargo, no tenía prisa y esperaba el momento oportuno y la inspiración adecuada.
Por Macrobio sabemos de una famosa correspondencia episto­lar entre Virgilio y el propio Augusto. Era el año 26, Augusto esta­ba en Hispania dirigiendo las operaciones contra los cántabros y desde allí reclamaba ansioso al poeta el resumen o algún fragmen­to de su obra. Éste entonces le responde pidiéndole tiempo, que se sentía enajenado por el trabajo emprendido y «su Eneas» (Aenea quidem meo, dice el poeta, según su biógrafo nos lo ha transmiti­do) precisa aún de estudios más profundos. Podemos afirmar, por tanto, que era entonces cuando el poeta estaba empezando el tra­bajo que habría de ocuparle hasta su muerte, el arma uirumque que se disponía a cantar para mayor gloria de Roma y su príncipe. No sólo Augusto, sino toda la ciudad aguardaba el poema con im­paciencia, y Propercio pudo escribir en el 26 que se estaba gestan­do «algo mayor aún que la Ilíada».
Más tarde, sin embargo, Virgilio pudo satisfacer la curiosidad de Augusto, presentándole en pública lectura los libros II, IV y VI, quizá los más impresionantes. Es famosa la anécdota que nos cuenta cómo Octavia perdió el conocimiento al escuchar el pane­gírico de su hijo Marcelo contenido en el libro VI. El propio prín­cipe debió de estremecerse ante la mención de su sobrino, el jo­ven que ya había escogido como heredero y que acababa de fallecer (23 a. C.).
En el año 19 Virgilio había provisionalmente terminado su trabajo en doce libros. Él mismo se había trazado aún un progra­ma de tres años durante los que habría de visitar los lugares de Grecia y Asia en los que tantas veces aparecían sus personajes. A nuestro poeta le gustaba pulir amoroso sus versos -como lame la osa a sus crías, en comparación ya antigua- y quería una tregua para terminar definitivamente el poema. Embarcó, por tanto, y en Atenas se encontró con Augusto que volvía de Asia. Sabemos que estuvieron juntos, sabemos que el sol abrasador del verano de Mégara hizo que la salud del poeta se resintiera y sabemos que regresó precipitadamente a Brindis. Murió el 20 de septiembre y su cuerpo fue trasladado a las proximidades de Nápoles, donde recibió sepultura. Algún amigo piadoso puso en su tumba el fa­moso epitafio: Mantua me genuit...
Antes de partir para Grecia, y alarmado sin duda por una sa­lud precaria, Virgilio había confiado su Eneida a dos buenos amigos, Vario Rufo y Plocio Tuca: si algo le ocurría, debían entre­gar ese manuscrito inacabado a las llamas. Que aún no estaba terminado el poema. Augusto, sin embargo, evitó que se cum­pliera ese último deseo, y, muy al contrario, encargó a esos mis­mos amigos que lo publicasen sin añadir ni una sola letra, aun­que podían suprimir lo que, en su opinión, no sería del gusto del poeta ya desaparecido. Y así, con sus contradicciones y sus her­mosos versos incompletos, ha llegado la Eneida hasta nosotros.
Del físico y la personalidad de Virgilio no es mucho lo que sa­bemos. Era, según cuenta Donato, alto y moreno, de aspecto campesino, y así nos lo confirman los retratos antiguos que de él nos han llegado, el del mosaico de Hadrumeto y algún busto en mármol quizá de la época de Augusto. Tenía fama de tímido entre sus amigos, y es seguro que no le gustaba mostrarse en públi­co y que prefería su retiro en Campania al ajetreo de la gran ciu­dad. Quizá también esto se debió a esa misteriosa enfermedad crónica que el propio Donato menciona (tuberculosis o no); al fin y a la postre, y en palabras de García Calvo, «tan sólo la enfer­medad es lo que hace al hombre un hombre».

La Eneida

El centro de la vida de Virgilio, de los veinte a los cuarenta años, está enmarcado por el Rubicón y por los ecos de la batalla de Ac­cio; vivió, como hemos comentado, en el torbellino de constantes enfrentamientos civiles que no llegaron a su final, sino con la muerte de Antonio, el año 30 a. C. Agripa el militar en una mano, y Mecenas el amigo de las letras en otras, Octaviano decide en­tonces comenzar toda una obra de reconstrucción nacional (la «restauración de la república», decían ellos) que debía contar con una adecuada campaña de propaganda. Mecenas estaba empeña­do en que alguno de sus poetas cantase las gestas de Octaviano, y parece que probó sin fortuna con Horacio y Propercio, quienes habrían renunciado de antemano a tan ingente tarea.
También Virgilio recibió esta propuesta, y parece que se dejó llevar por el entusiasmo de la victoria y de la paz, y puso manos a la obra. Si tenemos en cuenta el sangriento pasado que estos poe­tas habían conocido, no podemos sorprendernos si dejaron esca­par un profundo suspiro cuando se cerraron en Roma las puertas del templo de Jano, las puertas de la guerra: era el año 29, y casi durante doscientos años habían estado abiertas, ensangrentadas.
Tenemos noticias, sin embargo, que nos aseguran que era ya antigua la intención de Virgilio de componer un poema épico. Afirman sus biógrafos (Servio, Donato) que ya antes de terminar las Bucólicas trató de cantar reges et proelia, y discuten si pensaba ya en Eneas o se trataría de una epopeya basada en la historia de los reyes de Alba. En todo caso, nuestro poeta abandonó pronto este proyecto, bien abrumado por la tarea, bien simplemente que los tiempos de los neotéricos no animaban precisamente a los po­sibles autores de poemas épicos de altos vuelos. Un segundo dato sostiene esta vieja pretensión: parece que, cuando -en el 45- Ju­lio César inaugura el templo dedicado a su antepasada Venus Gé­netrix, Virgilio habría asociado definitivamente los nombres de César y de Eneas; según Servio, a este César haría referencia el poeta en el libro I de su Eneida (254-296) y, por tanto, estos ver­sos habrían sido compuestos, quizá con algún otro fragmento, mucho antes que el resto del poema.
Es indiscutible, por último, que en el proemio del libro III de las Geórgicas Virgilio anuncia una futura obra, comparada en sus versos con un templo, que tendrá a César en el centro y al fon­do las gestas troyanas. Y este César al que se refiere con el entu­siasmo de los días de Accio, es ya Octaviano. Cuando termina su poema campesino, Virgilio se decide al fin a recoger la propuesta de Mecenas. Era, pues, el año 29, y hemos visto, sin embargo, cómo tres años después nada puede aún ofrecer a Augusto. ¿Qué obstaculizaba el trabajo del poeta? Quizá su intención primera estaba experimentando un cambio y su fina intuición poética le llevaba a desplazar la cámara, colocando al líder en un segundo plano, para que más destacase la tarea colectiva del pueblo roma­no, «el pueblo latino y los padres de Alba y de la alta Roma las murallas». Ahora bien, los días no eran fáciles, y no es raro pen­sar que en Virgilio se fuera enfriando el entusiasmo inicial; si a esto añadimos el que su amigo Cornelio Galo se quitó la vida el año 27, acusado de traición hacia la persona de Augusto, ¿no se­ría posible pensar en un cierto desengaño político del poeta?

Fuentes:
 
CAMPS, W A.: An Introduction to Virgil's Aeneid, Oxford,1979 (=1969).
ECHAVE-SUSTAETA, J. DE: Virgilio y nosotros, Barcelona, 1964. EsPINOSA PÓLIT, A.: Virgilio en verso castellano, Méjico, 1961. GARCIA CALVO, A.: Virgilio, Madrid, 1976 (con abundante bi­bliografía).
GRIMAL, P.: Virgile ou la seconde naissance de Rome, París, 1985. GUILLEMIN, A. M.: Virgilio. Poeta, artista y pensador, Buenos A¡­res, 1968.
JACKSON KNIGHT, W F.: Roman Vergil, Harmondsworth, 1966 (= Londres, 1944, revisada).
MOYA DEL BAÑO, F. (ed.): Simposio virgiliano, Murcia, 1984. SYME, R.: The Roman Revolution, Oxford,1974 (=1939, revisada).

miércoles, 13 de junio de 2012

SALVADOR GARMENDIA: ICONO EN LA LITERATURA LATINOAMERICANA

Salvador Garmendia
(Venezuela, 1928-2001)
Narrador venezolano que ejerció la docencia universitaria y el periodismo y escribió guiones radiofónicos y televisivos. Nació en Barquisimeto, ciudad del estado de Lara. Su iniciación literaria estuvo ligada al grupo de la revista Sardio y al conocido como El Techo de la Ballena. Con Los pequeños seres (1958), su primera novela, mostró sus notables dotes de observación y su interés por la existencia gris y rutinaria de los habitantes de los centros urbanos, de la alienación que sufren en su trabajo y en su medio familiar. En 1959 obtuvo el Premio Municipal de Prosa por esta novela. Sus finas exploraciones en la inadaptación y el fracaso se extendieron después a nuevos ámbitos en las novelas Los habitantes (1961), Día de ceniza (1963), La mala vida (1968), Los pies de barro (1973) y Memorias de Altagracia (1973), mientras progresivamente enriquecía el realismo con el aporte del género fantástico en los cuentos de Doble fondo (1966), Difuntos, extraños y volátiles (1970), Los escondites (1972, Premio Nacional de Literatura), El único lugar posible (1981), La gata y la señora (1987) y Cuentos cómicos (1991). Una creciente dosis de ironía impregna también la presentación minuciosa de los ambientes y personajes. Entre otras obras dignas de mención se encuentran El inquieto Anacobero y otros cuentos (1976), El brujo hípico y otros relatos (1979), Hace mal tiempo afuera (1986) y El capitán Kid (1989). Salvador Garmendia obtuvo en 1989 el Premio Juan Rulfo por el cuento Tan desnuda como una piedra. Falleció el 13 de mayo de 2001 en Caracas.


De este escritor venezolano transcribimos: COSAS DE LA MUERTE.



Dossier
Cosas de la muerte*
SI LES DIGO QUE NO ME GUSTAN los entierros, no faltará quien me
interrumpa para afirmar que eso le pasa a todo el mundo; sin embargo
sé por experiencia que esa no es toda la verdad y que por el contrario,
hay personas -y hasta creo que abundan- verdaderos fanáticos de las
pompas fúnebres, a quienes atrae especialmente el olor saturado de las
flores, que en los entierros huelen de una manera inconfundible, como
si al cortarlas con ese propósito, sus líquidos y sus esencias se descompusieran
rápidamente; lo mismo que el rumor flotante de las conversaciones
en voz baja y creo que hasta el ruido ronco de las paletadas les
infunde algún reflexivo deleite. Eludo, pues, en lo posible estas citas
mortuorias y sólo en ocasiones como en las de mi amigo Tobías, debo
resignarme a la obligación del compromiso.
Vivió Tobías, y murió -cayó fulminado por un infarto- en una casa
de aspecto agradable, rodeada de árboles, una capa de hiedra en la fachada
y un balconcito cargado de tiestos. Resultaba, si, demasiado pequeña
para contener la gran cantidad de visitantes, -Tobías fue hombre
de numerosos amigos- mucho más cuando el salón principal se hallaba
ocupado por el féretro, las coronas, los candelabros, los parientes más
cercanos y demás aparejos mortuorios.
Escurriéndome entre tantas corbatas negras, conseguí introducirme
en el grupo que rodeaba a la viuda, donde todo era humedad y
sollozos. Ella no debió reconocerme, pues recibió mi abrazo y me dijo,
con una voz mojada y temblorosa: ya no volverán a jugar póker los
domingos, cosa que no recuerdo haber hecho jamás. Por encima del
hombro de la viuda, unos ojos redondos y salientes brillaron un momento.
Al separarnos habían desaparecido entre los trapos negros. Un
poco aturdido en aquella sorda multitud, estuve tratando de localizar
nuevamente la singular aparición. Entonces, unos torsos siameses se
abrieron y en el claro asomaron de nuevo esos ojos dotados de un brillo
agudo y malicioso, que parecía acrecentarse aun más entre tantos lentes
oscuros y los ojos enrojecidos de las mujeres. La muchacha desapareció
al momento, dejando el rastro de un talle flexible y un cuello blanco,
delgado y también luminoso.
- ¿Quién es esta muchacha? – pregunté a un conocido -.
- Es la hermanita menor de Tobías. Una preciosidad.
La salida del féretro estaba convenida para las cinco. Eran las cuatro
y media. En procura de un poco de aire, me aventuré al interior de la
casa. Encontré a un grupo de hombres en el comedor, todas personas de
edad madura, pulcros, recién afeitados, rociados de agua de colonia.
-Venga, amigo; procure no llamar la atención. Uno de aquellos
desconocidos, me había agarrado por el brazo.
Pasamos a una habitación pequeña, cargada de olores y nos distribuimos
en el poco espacio libre que dejaban una cama de hierro enteramente
revuelta, dos cestas de ropa abarrotadas y otros objetos dañados y
viejos, todo lo cual identificaba aquel lugar, desnudo y sin ventanas,
como el cuarto de desechos de la casa.
Encima de la cama, los pies descalzos y el cabello deliberadamente
revuelto, se encontraba la hermana menor de Tobías cubierta por un
viejo abrigo de pieles. Echó la cabeza hacia atrás, abrió un poco los
brazos y tras una sacudida de hombros, el abrigo resbaló hasta los pies.
Debajo de esos ojos chispeantes estalló un grito de piel blanca, un poco
oscurecida en el espacio de los senos y las caderas, las piernas delgadas y
ágiles, el apunte de las costillas que se inflamaban presionando la piel a
cada contorsión del torso. Se vuelve. La hendidura sedosa de las nalgas
se prolonga y sube ahondándose entre la doble moldura de la espalda. Los
presentes, caras desconocidas para mí, permanecen callados, cada uno
embebido en su contemplación.
El resto de la ceremonia, transcurrió dentro de la lentitud un tanto
mecánica que le es habitual. Un pariente de Tobías me pasó una pala.
Concluida esa parte ritual de la operación, los empleados del cementerio
empuñaron las herramientas y arremetieron velozmente contra el montón
de tierra.
Con la última luz de la tarde, regresamos hacia los automóviles. Al
vadear una fosa recién abierta, di con un individuo que reconocí al primer
momento como uno de mis compañeros de aventura en casa de Tobías.
Le puse una mano en el hombro y el tipo me miró sorprendido.
-¿Qué le pareció todo, amigo? La muchacha estaba estupenda.
-¿Qué dice?
-Me refiero a lo de esta tarde en casa de Tobías.
-Yo no sé de qué me habla.
-De Tobías, por supuesto. ¿Usted no viene del entierro de Tobías?
-No señor, vengo de enterrar a mi tía abuela; era la persona que
más quería en este mundo.
Tenía los ojos inyectados.
-Perdone, pero. . .
-Si no le molesta, siga su camino. No quiero hablar con nadie; he
pasado un momento terrible.
* Salvador Garmendia. Los escondites Caracas. Monte Ávila. 1983.

viernes, 8 de junio de 2012

PAUL VERLAINE.


Paul Marie Verlaine, más comúnmente llamado Paul Verlaine. Poeta francés nacido en Metz el 30 marzo de 1844 y muerto en París el 8 de enero de 1896.
De familia perteneciente a la pequeña burguesía: su padre, como el de Rimbaud, era capitán de la armada. Hizo sus estudios en París, trabajó en el ayuntamiento. Frecuentó los cafés y salñ+ones literarios parisinos, y en 1866 colaboró en el primer Parnaso contemporáneo publicando los Poemas saturnianos, influenciados por Baudelaire, aunque ya anunciaban el «esfuerzo hacia la Expresión, hacia la Sensación devuelta» (Carta a Mallarmé del 22 noviembre de 1866) que caracterizaría su mejor poesía, en 1869 las Fiestas galantes, fantasías evocadoras del siglo XVIII de Watteau, confirmaban esta orientación. En 1870, se casó con Mathilde Mauté, a la que dedicó La Buena Canción.
Al año siguiente, Verlaine toma partido por la Comuna de París, reprimida en un baño de sangre por el gobierno de Adolphe Thiers. Verlaine deja París con su mujer por miedo a represalias, y poco tiempo después, tras su vuelta, viviendo la joven pareja con los padres de Mathilde, Arthur Rimbaud aparece en su vida y la cambia completamente. Verlaine deja a su mujer y se va con el joven poeta a Londres y a Bélgica. Durante estos viajes, escribe una gran parte de la colección Romanzas sin palabras. En 1873, en una riña en plena calle, en Bruselas, hiere de un tiro a Rimbaud y es condenado a dos años de prisión, que cumple en Bruselas y en Mons. Durante su estancia en la prisión elabora la base de un libro que no verá nunca la luz (Carcelariamente), su esposa obtiene la separación, del proceso iniciado en 1871. En prisión se convirtió al catolicismo, en la madrugada de una «mística noche». De esta conversión data probablemente el abandono de Carcelariamente y la idea de recopilar Sabiduría, que formará parte, con Antaño y hogaño (1884) y Paralelamente (1888), de una gran antología.
Al salir vuelve nuevamente a Inglaterra y después a Rethel, donde ejerce como profesor. En 1883, publica en la revista Lutèce la primera serie de los «poetas malditos» (Stéphane Mallarmé, Tristan Corbière, Arthur Rimbaud), que contribuye a darlo a conocer. Junto con Mallarmé, es tratado como maestro y precursor por los poetas simbolistas y decadentistas. En 1884, publica Antaño y hogaño, que marca su vuelta a la vanguardia literaria, aunque el libro estuviera compuesto fundamentalmente por poemas anteriores a 1874. A partir de 1887, a medida que su fama crece, cae en la más negra de las miserias. Las producciones literarias de esos años son puramente alimentarias. En esta época pasa el tiempo entre el café y el hospital. En sus últimos años fue elegido «Príncipe de los Poetas» (en 1894) y se le otorga una pensión. Prematuramente envejecido, muere en 1896 en París, a los 52 años. Al día siguiente de su entierro, varios paseantes cuentan un hecho curioso: la estatua de la Poesía, de la Ópera, perdió un brazo, que se rompió con la lira que sujetaba, cuando el coche fúnebre de Verlaine acababa de pasar.
La influencia de Verlaine tanto tras su muerte como incluso sobre sus coetáneos son innegables, no sólo poetas en lengua francesa, sino en todo el mundo. En castellano, el modernismo no puede entenderse sin la figura de Verlaine. Muchos grandes poetas como Rubén Darío o Manuel Machado habrían recorrido otros caminos sin Verlaine y con ellos la historia

He aquì una selecciòn de poemas de este extraordinario poeta francès-
 


POEMAS
PAUL VERLAINE
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PAUL VERLAINE

Poemas



SERENATA

Como la voz de un muerto que cantara
Desde el fondo de su fosa,
Amante, escucha subir hasta tu retiro
Mi voz agria y falsa.

Abre tu alma y tu oído al son
De mi mandolina:
Para ti he hecho, para ti, esta canción
Cruel y zalamera.

Cantaré tus ojos de oro y de ónix
Puros de toda sombra,
Cantaré el Leteo de tu seno, luego el Styx
De tus cabellos oscuros.

Como la voz de un muerto que cantara
Desde el fondo de su fosa,
Amante, escucha subir hasta tu retiro
Mi voz agria y falsa.

Después loare mucho, como conviene,
A esta carne bendita
Cuyo perfume opulento evoco
Las noches de insomnio.

Y para acabar cantaré el beso
De tu labio rojo
Y tu dulzura al martirizarme,
¡Mi ángel, mi gubia!

Abre tu alma y tu oído al son
De mi mandolina:
Para ti he hecho, para ti, esta canción
Cruel y zalamera.



MI SUEÑO FAMILIAR


Tengo a veces un sueño penetrante
De una mujer desconocida a la que amo y que me ama
Y que no es, cada vez, en absoluto la misma
Ni es otra, y me ama y me comprende.

Porque ella me comprende, y mi corazón transparente
Para ella sola, ¡ay!, cesa de ser un problema
Para ella sola, y los sudores de mi frente pálida
Ella sola los sabe refrescar, llorando.

¿Es morena, rubia o pelirroja? Lo ignoro
¿Su nombre? Recuerdo que es dulce y sonoro
Como los de los amados que la vida exilia.

Su mirada es parecida a la mirada de las estatuas
Y, en su voz, lejana, calma y grave, tiene
La inflexión de las voces queridas que se han matado.


A UNA MUJER


A usted, estos versos, por la consoladora gracia
De sus ojos grandes donde se ríe y llora un dulce sueño;
A su alma pura y buena, a usted
Estos versos desde el fondo de mi violenta miseria.

Y es que, ¡ay!, la horrible pesadilla que me visita
No me da tregua y, va, furiosa, loca, celosa,
Multiplicándose como un cortejo de lobos
Y se cuelga tras mi sino, que ensangrienta.

Oh, sufro, sufro espantosamente, de tal modo
Que el primer gemido del hombre
Arrojado del Edén es una égloga al lado del mío.

Y las penas que usted pueda tener son como
Las golondrinas que un cielo al mediodía,
Querida, en un bello día de septiembre tibio.



GROTESCOS

Sus piernas por toda montura,
Por todo bien el oro de sus miradas,
Por el camino de las aventuras
Marchan harapientos y huraños.

El prudente, indignado, los arenga;
El tonto compadece a esos locos aventurados;
Los niños les sacan la lengua
Y las chicas se burlan de ellos.

Sin más que odiosos y ridículos,
Y maléficos, en efecto,
Y tienen el aire, en el crepúsculo,
De un mal sueño.

Y con sus agrias guitarras,
Crispando  la mano de los liberados,
Canturrean  unos aires extraños,
Nostálgicos y rebeldes.

Y es, en fin, que sus pupilas
Ríe y llora – fastidioso-
El amor de las cosas eternas,
¡Viejos muertos y antiguos dioses!

Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos.

La naturaleza del mundo se aísla
Para castigar como es preciso
La orgullosa melancolía
Que te hace marchar con la frente alta,

Y, vengando en ti la blasfemia
De inmensas esperanzas vehementes,
Hiere tu frente de anatema


EL RUDO GOLPE DE LOS ELEMENTOS


Los junios y los diciembres
Hielan tu carne hasta los huesos,
Y la fiebre invade tus miembros
Que se desgarran en los cañaverales.

¡Todo te rechaza y te aflige,
y cuando la muerte venga a ti,
flaco y frío, tu cadáver
Será desdeñado por los lobos!


RESIGNACIÓN


¡Muy niño iba soñando en Ko-Hinnor,
Suntuosidad persa y papal,
Heliogábalo Y Sardanápalo!

¡Mi deseo creaba bajo los techos de oro,
entre los perfumes, al son de las músicas,
Uno harenes sin fin, paraísos físicos!

Hoy, más sosegado y no menos ardiente,
Pero conociendo la vida y la necesidad de doblegarse
He debido refrenar mi bella locura,
Sin resignarme demasiado, sin embargo,

¡Sea! lo grandioso escapa a mis dientes,
pero, ¡quita allá lo amable y quita las heces!
Siempre he odiado a la  mujer bonita,
A la rima asonante y al amigo prudente.


DESEO


¡Ah, las bucólicas, las primeras queridas!
El oro de los cabellos, el azul de los ojos, la flor de las carnes,
Y luego, entre el olor de los cuerpos jóvenes y amados,
¡La temerosa espontaneidad de las caricias!

Se han ido lejos todas aquellas alegrías
Y todos aquellos candores. ¡Ay! Todos, hacia
La Primavera de los pesares, han huido los negros inviernos
De mis enojos, de mis ascos, de mis angustias.

Heme aquí solo ahora, mustio y solo,
Mustio y desesperado, más yerto que un antepasado,
Igual que un huérfano pobre sin su hermana mayor.

¡Oh la mujer de amor mimoso y cálido,
dulce, meditabunda y morena, jamás asombrada,
y que a veces os besa en la frente, como a un niño!



CANSANCIO


Despacio, despacio, despacio,
Calma un poco esos transportes febriles, encanto.
Aún en lo más fuerte del placer, a veces, ya ves, la amante
Debe tener el abandono tranquilo de la hermana.

Sé lánguida, haz tu caricia adormecedora,
Idénticos tus suspiros y acunadora tu mirada.
Mira, el abrazo celoso y el espasmo obsedente
No valen lo que un largo beso, siquiera embustero.

Pero en tu querido corazón de oro, me dices, niña,
La fiera pasión va soplando el olifante...
¡Déjala trompetear a gusto, a la tunanta!

Pon tu frente sobre mi frente y tu mano en mi mano
Y hazme los juramentos que romperás mañana
Y lloraremos juntos hasta el alba, ¡Oh, fogosilla!



EFECTO NOCTURNO


La noche. La lluvia. Un cielo incoloro que desgarra
De flechas y de torres a plena luz la silueta
De una ciudad gótica apagada en la gris lejanía.
La llanura. Un patíbulo lleno de flacos ahorcados
Sacudidos por el pico ávido de las cornejas
Guiñotean en el aire danzas desiguales
Mientras que sus pies son pastos de los lobos.
Algunos matorrales espinos os dispersos y algunos acebos
Alzan el horror de su follaje a derecha, a izquierda
Sobre el tiznado barullo de un fondo de boceto.
Y luego, alrededor de tres lívidos prisioneros
Que andan descalzos, el grueso de los altivos guardianes,
Camina, erguida sus armas, como rejas de rastrillo,
Brillando a contra luz las lanzas del aguacero.




SOLES PONIENTES


Un alba debilitada
Derramada por los campos
La melancolía
De los soles ponientes.
La melancolía
Acuna con dulces cantos
Mi corazón que se olvida
De los soles ponientes.
Y los extraños sueños,
Como unos soles
Ponientes sobre las playas,
Fantasmas encarnados,
Desfilan sin tregua,
Desfilan, semejantes,
A los grandes soles,
Ponientes sobre las playas.



NOCHE DEL WALPURGIS CLÁSICO


Era más bien el sabbat del segundo Fausto,
Un rítmico sabbat, rítmico, extremadamente
Rítmico. Imaginaos un jardín de Lenôtre,
Correcto, ridículo y encantador.

Unas rotondas; en el centro, los surtidores; unas avenidas
Muy rectas, silvanos de mármol, dioses marinos
De bronce, aquí y allá, unas Venus expuestas;
Unos tres bolillos, unos arriates;

Castaños, plantíos de flores formando dunas;
Aquí, unos rosales enanos que un docto gusto alinea;
Más allá, unos tejos tallados en triángulos. La luna
De una noche de verano sobre todo esto.

Suena la medianoche y despierta en el fondo del parque áulico
Una aire melancólico, un sordo, lento y dulce aire
De caza, tan dulce, lento, sordo y melancólico
Como el aire de caza de Tannhauser

Cantos velados de lejanos cuernos de caza, donde la ternura
De los sentidos abraza el espanto del alma de los acordes
Armoniosamente disonantes de la embriaguez;
Y ya la llamada de las trompas

se entrelaza de repente a unas formas muy blancas,
diáfanas, y que el claro de luna las hace
opalinas entre la sombra verde de las ramas:
-¡Un Watteau soñado por Raffet!-

Se entrelazan entre las sombras verdes de los árboles
Con un gesto de decaído, lleno de profunda desesperación;
Luego, alrededor de los macizos, de los bronces y de los mármoles,
Muy lentamente bailan un corro.

Estos espectros agitados, ¿son pues el pensamiento
Del poeta ebrio o son su lamento, o su remordimiento,
Esos espectros agitados en turba cadencia,


O, simplemente, no son más que muertos?

¿Son tus remordimientos, oh desvarío que invita
al horror, son tu lamento o tu pensamiento, todos
esos espectros que un vértigo irresistible agita,
o son sólo muertos que estuvieron locos?

¡No importa van siempre, los febriles fantasmas,
llevando su ronda grande y triste, a trompicones,
como en un rayo de sol los átomos,
y evaporándose al instante.

Húmeda y pálida, el alba silencia una tras otra
Las trompas, de tal modo que no queda absolutamente
Nada  –absolutamente  – más que un jardín de Lenôtre,
Correcto, ridículo y encantador



CANCIÓN DE OTOÑO


Los largos sollozos
De los violines
Del otoño
Hieren mi corazón
De una languidez
Monótona.

Del todo sofocado y
Pálido, cuando
La hora suena,
Me acuerdo
De pasados días
Y lloro.

Y me voy
Con el viento malo,
Que  me lleva
Aquí, allá
Semejante a
La hoja muerta.



IL BACIO


¡Beso! ¡malvarrosa del jardín de las caricias,
vivo acompañamiento en el teclado de los dientes,
dulces canciones que Amor entona en los corazones ardientes
con su voz de arcángel de languideces encantadoras!

¡Sonoro y gracioso Beso, divino Beso!
¡Voluptuosidad sin rival, embriaguez inenarrable!
¡Salud! El hombre inclinado sobre tu copa adorable,
se embriaga de una dicha que no sabe agotar.

Como el vino del Rhin, y como la música,
Tú consuelas y meces, y la pena
Expira con el gesto en tu pliegue purpurino...
Que otro más grande, Goethe o Will, te dirija un verso clásico.

Yo no puedo, mezquino trovador de París,
Ofrecerte más que este ramillete de infantiles estrofas:
Sé benigno y, como premio, sobre los labios amotinados
De Una que conozco, Beso, desciende y ríe.



EL FAUNO


Un viejo fauno de terracota
Ríe en medio del parterre,
Presagiando sin duda una continuación
Mala a estos instantes serenos

que me han llevado y te han llevado
-melancólicos peregrinos-,
hasta esta hora que se fuga
girando al son de los tamboriles



LOS INDOLENTES


¡Bah! pese a los destinos celosos,
muramos juntos, ¿Quiere usted?
-La proposición es rara.

-Lo raro es lo bueno. Así, pues, muramos
como en los Decamerones.
-Ja, ja, ja. ¡qué extraño amante!

-Extraño, no lo sé. Amante
irreprochable, seguramente
¿No quiere usted que muramos juntos?

-Señor usted bromea mejor todavía
de lo que usted me ama, hablando en plata;
pero callémonos, si le parece bien.

Tan bien que esta tarde, Tircis
Y Dorimena, las dos sentadas
No lejos de lo s silvanos rientes,

cometieron el inexplicable error
de añadir una exquisita muerte.
¡Ja, Ja, Ja, los extraños amantes!



POEMA NRO. IV
DE LA BUENA CANCIÓN


Ya que el alba crece, ya que está aquí la aurora,
Puesto que, después de haberme rehuido tanto tiempo, la esperanza quiere bien
Volar de nuevo hacia mí que la llamo y la imploro,
Puesto que toda esta felicidad quiere de veras ser la mía,

Se hacen ahora funestos pensamientos,
Se hacen malos sueños, ay, y se hacen
Sobre todo ironía y labios afectados
Y  unas palabras donde el espíritu sin alma triunfa.

Atrás también los puños crispados y la cólera
Contra los malvados y los tontos encontrados;
Atrás el rencor abominable, ¡Atrás
El olvido que se busca en unos brebajes execrados!

Porque yo quiero ahora que  un Ser de luz
Ha emitido en mi noche profunda esta claridad
De un amor a la vez inmortal y primero,
Por gracia de la sonrisa y la belleza,

Quiero,  guiado, por vos, bellos ojos de llamas dulces,
Por ti conducido, oh mano donde temblará mi mano,
Marchar recto, ya sea por senderos de musgos
O entre rocas y guijarros entorpeciendo el camino;

Sí, quiero marchar derecho y calmo en la Vida,
Hacia el objeto donde la suerte lleve mis pasos,
Sin violencia, sin remordimientos y sin envidia:
Éste será el deber feliz de los alegres combates.

Y como, para acunar las lentitudes del camino
Cantaré unos aires ingenuos, me digo
Que ella me escuchará sin desagrado, sin duda.
Verdaderamente, no quiero otro Paraíso.


GREEN


Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
no quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
tus ojos regocije mi dádiva sencilla.

En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
las auras matinales cubrieron de rocío;
como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
el fugitivo instante que reposar ansío.

Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
sonora con el ritmo de tus últimos besos.









TÚ CREES EN EL RON DEL CAFÉ,
EN LOS PRESAGIOS


Tú crees en el ron del café, en los presagios,
y crees en el juego;
yo no creo más que en tus ojos azulados.
Tú crees en los cuentos de hadas, en los días
nefastos y en los sueños;
yo creo solamente en tus bellas mentiras.
Tú crees en un vago y quimérico Dios,
o en un santo especial,
y, para curar males, en alguna oración.
Más yo creo en las horas azules y rosadas
que tú a mí me procuras
y en voluptuosidades de hermosas noches blancas.

Y tan profunda es mi fe
y tanto eres para mí,
que en todo lo que yo creo
sólo vivo para ti.



EL HOGAR Y LA LÁMPARA
DE RESPLANDOR PEQUEÑO


El hogar y la lámpara de resplandor pequeño;
la frente entre las manos en busca del ensueño;
y los ojos perdidos en los ojos amados;
la hora del té humeante y los libros cerrados;
el dulzor de sentir fenecer la velada,
la adorable fatiga y la espera adorada
de la sombra nupcial y el ensueño amoroso.
¡Oh! ¡Todo esto, mi ensueño lo ha perseguido ansioso,
sin descanso, a través de mil demoras vanas,
impaciente de meses, furioso de semanas!


MUJER Y GATA


La sorprendí jugando con su gata,
y contemplar causóme maravilla
la mano blanca con la blanca pata,
de la tarde a la luz que apenas brilla.

¡Como supo esconder la mojigata,
del mitón tras la negra redecilla,
la punta de marfil que juega  y mata,
con acerados tintes de cuchilla!

Melindrosa a la par por su compañera
ocultaba también la garra fiera;
y al rodar (abrazadas) por la alfombra,

un sonoro reír cruzó el ambiente
del salón... y brillaron de repente
¡cuatro puntos de fósforo en la sombra!


ID, PUES, VAGABUNDOS,
 SIN TREGUA


“Id, pues, vagabundos, sin tregua,
errad, funestos y malditos
a lo largo de los abismos y las playas
bajo el ojo cerrado de los paraísos.
(...)
Y nosotros que la derrota nos ha hecho, ay, sobrevivir,
los pies magullados, los ojos turbios, la cabeza pesada,
sangrantes, flojos, deshonrados, cansados,
vamos, penosamente ahogando un lamento sordo.”


PON TU FRENTE
SOBRE MI FRENTE


Pon tu frente sobre mi frente y tu mano
en mi mano.
Y hazme los juramentos que romperás
mañana.
Y lloremos hasta que amanezca,
mi pequeña fogosa.



PRIMAVERA


Tiernamente la joven mujer de cabello rojizo
Conmovida ante tanta inocencia
Le dijo a la rubia muchacha
Estas palabras en suave voz


"Savia que se eleva; flores que se abren
tu juventud es una glorieta
permite a mis dedos vagar por la hierba
donde se estremece el capullo de la rosa

Déjame por entre el herbaje puro
Beber las gotas del rocío
Que  humedece a  la tierna rosa,..

De modo que el placer, mi cariño
Avive tu rostro
Como el amanecer el azul del cielo

Su adorado cuerpo bello, armonioso
Perfumado, blanco como el blanco
Rosa, emblanquecido con pura leche, rosado
Como un lirio bajo un cielo púrpura

Bellos los muslos, enhiestos los pechos
Tu espalda, hombros, vientre, un banquete
Para los ojos y para las curiosas manos
Para los labios y todos los sentidos

"Pequeña niña, deja ver si tu lecho
tiene aún debajo de la roja cortina
la hermosa almohada que lleva
y las salvajes sábanas. Oh a tu lecho.






EN EL BALCÓN


En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
Y sonrosada, su vestido ligero, pálido  de desgastado amarillo
Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo

Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles

Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres

Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
Enfática como un trono de melodramas
Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras



PENSIONISTAS


Una tenía quince años, la otra dieciséis
Y ambas dormían en la misma pequeña habitación
Esto sucedió una sofocante noche de Septiembre
Quebrantables asuntos! Ojiazules y  con mejillas de marfil

Para refrescar sus delicados cuerpos, se despojaron
De las  exquisitas camisas perfumadas de ámbar
La más joven levantó sus manos inclinándose hacia atrás
Y su amiga, con sus manos en sus pechos, la besó.

Entonces bajó a sus rodillas, y, en un arrebato
Pegó a la pierna de la otra su mejilla, y su boca
Acarició el dorado oro entre las grises sombras

Y durante todo ese tiempo la mas joven contaba
Con sus queridos dedos los prometidos valses
Y sonrojándose, inocentemente sonreía.




LASITUD


Encantadora mía, ten dulzura, dulzura...
calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;
la amante, a veces, debe tener una hora pura
y amarnos con un suave cariño fraternal.

Sé lánguida, acaricia con tu mano mimosa;
yo prefiero al espasmo de la  hora violenta
el suspiro y la ingenua mirada luminosa
y una boca que me sepa besar aunque me mienta.

Dices que se desborda tu loco corazón
y que grita en tu sangre la más loca pasión;
deja que clarinee la fiera voluptuosa.

En mi pecho reclina tu cabeza galana;
júrame dulces cosas que olvidarás mañana
Y hasta el alba lloremos, mi pequeña fogosa.




ARIA DE ANTAÑO


Lucen vagamente las teclas del piano
a la luz del suave crepúsculo rosa,
y bajo los finos dedos de su mano

un aire de antaño canta y se querella
en la diminuta cámara suntuosa
en donde palpitan los perfumes de Ella.

Un plácido ensueño mi espíritu mece
mientras que el teclado sus notas desgrana;
¿por qué me acaricia, por qué me enternece

esa canción dulce, llorosa e incierta
que apaciblemente muere en la ventana
a las tibias auras del jardín abierta...

CANCIÓN POR ELLAS


Que eres rubia, me dicen,
y toda rubia es traicionera
"como el oleaje", añaden.
¡Da risa su palabrería hueca!
Tus ojos son lo más bello del mundo
y estoy ávido de tu pecho.
Dicen que eres morena,
que una morena tiene brasas en la mirada
y si el corazón ambiciona fortuna,
si se quema... ¡Ah, qué superficiales!
¡Curvo y fresco como la luna,
se agita tu pecho hasta los botones de fresa!
Dicen de ti ¡Castaña!:
insípida y pelirroja, demasiado rosa.
Me olvido de la cantinela
y te amo plenamente:
desde la cabellera, fuente
de ébano o de oro, me digo (¡oh, y lo grabo
en mi corazón!), hasta tus regios pies.

SOÑÉ CONTIGO ESTA NOCHE

 

Soñé contigo esta noche:
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas...
Y yo, así como se saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios... ¡Qué aliento y qué cintura!.
Y tú, querida, por tu parte,
Qué cintura, qué aliento y
Qué elasticidad de gacela...
Al despertar fue, en tus brazos,
Pero más aguda y más perfecta,
¡Exactamente la misma fiesta!

LA ANGUSTIA

Naturaleza, nada tuyo me conmueve, ni los campos
Nutricios, ni el eco bermejo de las pastorales
Sicilianas, ni las pomas auroreales,
Ni la solemnidad doliente de los ocasos.

Me río del Arte, me río del Hombre también, de los cantos,
De los versos, de los templos griegos y de las torres espirales,
Y con igual ojo veo a los buenos que a los malos.

No creo en Dios, abjuro y reniego
De todo pensamiento y en cuanto a la vieja ironía,
El Amor, quisiera que no me hablaran más de él.

Cansado de vivir, teniendo miedo a morir, semejante
Al brick perdido, juguete del flujo y del reflujo,
Mi alma apareja para espantosos naufragios.




PASEO SENTIMENTAL


El ocaso lanzaba sus rayos supremos
Y el viento mecía los nenúfares pálidos;
Los grandes nenúfares, entre las cañas,
Lucían  tristemente sobre las aguas quietas.
Yo, erraba solo, paseando mi llaga
A lo largo del estanque, entre los sauces
Donde la vaga bruma evocaba un gran
Fantasma lechoso desesperándose
Y llorando con la voz de los ánades
Que se llaman batiendo sus alas
Entre los sauces donde yo erraba solo
Paseando mi llaga; y la espesa mortaja
De las tinieblas vino a ahogar los supremos
Rayos del ocaso en esas olas pálidas
De los nenúfares entre las cañas,
Los grandes nenúfares sobre las aguas quietas.



SENSATEZ
(Fragmento)


Me había esforzado como Sísifo
Y trabajado como Hércules
Contra la carne que se rebela
Había luchado, había asestado
Tajos como para cortar montañas
Y como Aquiles me había batido.
Huraño amigo que me acompañas.
Tú lo sabes, coraje pagano,
Que hicimos campañas.
Y nada descuidamos
En aquella guerra extenuante.
¡Trabajamos bien !
Pero todo en vano;
El áspero gigante
A todos sus esfuerzos
Oponía su aire artero.
Y siempre un cobarde emboscado,
Cercando mis consejos,
Entregaba las llaves de la ciudad.
Que mi suerte fuese mala o buena,
Siempre un impulso de mi corazón
Abría su puerta a la Gorgona,
¡ Siempre el enemigo sobornador
sabía envolver en una trampa
incluso la victoria y el honor !
Yo era el vencido al que se asedia,
Dispuesto a vender muy cara su sangre,
Cuando, blanca en sus vestidos de nieve,
Muy bella, la frente humilde y altiva,
Una Señora apareció sobre la nube,
Y de un signo hizo desaparecer la carne.
En una tempestad desconocida
De rabia y gritos inhumanos,
Desgarrándose su desnudo seno,
El Monstruo volvió a sus caminos
Por los bosques llenos de amores espantosos,
Y la señora, juntando las manos:
Mi pobre combatiente que profundizas
-dijo - este dilema vano,
tregua a las victorias desdichadas!
"Te llega un divino socorro,
del cual yo soy segura mensajera,
para tu salvación, posible al fin"
-Oh, mi Señora de voz amada,
anima a un herido, deseoso
de ver terminar la guerra atroz,
voz que habláis con un tono tan dulce
y me anunciáis buenas cosas,
mi Señora, ¿quién sois vos?
- Yo nací antes que todas las causas
y veré el fin de todos
los efectos, estrellas y rosas.
"Y al mismo tiempo, buena para vosotros,
hombres débiles y pobres mujeres,
¡ lloro y os encuentro locos !
"Lloro por vuestras tristes almas,
a las que amo, pero tengo miedo
de ellas y de sus infames deseos."
"Oh, esto no es la felicidad.
Velado, aunque alguien diga que os amo,
Velad, temed al sobornador,
Velad, ¡ temed al día supremo !
¿ Quien soy yo ? me preguntabas tu.
Mi nombre inclina a los propios ángeles,
Yo soy el corazón de la virtud,
Yo soy el alma de la sensatez,
Mi nombre quema al obstinado Infierno.,
Yo soy la dulzura que endereza,
Os amo a todos y no acuso a nadie,
Mi nombre, sólo se llama promesa,
Yo soy la única huésped oportuna,
Habló al rey el verdadero lenguaje
De la mañana rosada y del atardecer oscuro.
"Yo soy la PLEGARIA y mi compromiso
es tu vicio ya lejos y derrotado.
Mi convicción: "Se juicioso"
-Si, mi Señora, y sed vos testigo.


BALADA DE LA MALA REPUTACIÓN


A veces tuvo algún dinero
e invitó a sus camaradas
de un sexo o de dos, inteligentes
o encantadores, o bien ambas cosas,
sin que en los espíritus enfermos
su buena reputación
sufriese más que tropezones.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción !

Bajo sus artesonados, cantos
y palabras nada insípidas,
Eros y Baco, indulgentes,
Presidían aquellas serenatas
Acompañadas por abrazos.
Luego, coros y conversaciones
Cesaban para unos fines poco severos.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción !

El alba despuntaba y aquellos malvados
la saludaban con cien alboradas
que despertaban, y con mil brindis,
de lejos a las gentes de bien.
Sin embargo, vagos brigadas
-¿ celo o denuncia ? -
verbalizaban en las alcaldías.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción !



BALADA DE LA VIDA EN ROJO


El uno siempre vive la vida en rosa,
la juventud que no acaba nunca,
segunda infancia menos taciturna,
ni deseos ni lamentos superfluos.

Ignorante de todo flujo y reflujo,
este sabio para quien nada se mueve
reina instintivo: como un falo.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.


El otro razona y glosa
en tonos irresolutos,
sopesando, pesando cada cosa
con manos entumecidas y pesados callos.
Le haría falta mucho tiempo de su tabuco.
El mundo es gris para este recluso.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

El, este otro, en derredor se atreve
A echar miradas llenas de deseos,
Pero donde su mirada se posa,
Él se exaspera donde tu te places,

Mirada de filántropos mofletudos;
Todo le parece negro, virgen o gubia,
Los hombres, vinos bebidos, libros leídos.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.



LUJURIAS


¡ Carne ! único fruto mordido de los vergeles de aquí abajo,
fruto amargo y dulzón que sólo das jugos a los dientes,
bocas o fauces de los hambrientos del único amor,
y buen postre de los fuertes en sus alegres comidas,

¡ Amor ! única emoción de aquellos a los que no rebela
el horror de vivir, amor que prensas con tu mortero
los escrúpulos de libertinos y de mojigatas
para el pan de los condenados que eligen los sabatts,

Amor, tu te me apareces también como el hermoso pastor
en que sueña la hilandera en tardes invernales
sentada junto al fuego de un sarmiento claro,

Y la hilandera es la Carne, y suena la hora
en que el sueño abrazará a la soñadora -  ¡hora santa
o no! - ¿qué importa a vuestros éxtasis, Amor y carne?


NO BLASFEMES,
OH POETAS



I

No blasfemes, oh poeta, y recuérdalo siempre:
La mujer es deseable, tirársela está bien.
Aunque obeso es su culo la prestigia bastante
Y yo lo he saboreado alguna vez.

Ese culo y las tetas, qué refugio amoroso,
De rodillas la abrazo y lamo su rajita
Mientras mis dedos hurgan el anillo de atrás...
Y los hermosos pechos, impúdicamente perezosos.

Y desde ese culo, sobre todo en la cama
sirve como almohadón, o resorte eficaz
para que el hombre penetre en lo más hondo
del vientre de la mujer que ama.

Allí mis manos, también mis brazos y mis pies
se apaciguan: tanta frescura y redondez elástica
son un sagrario apetecible donde el deseo renace
fugaz y solapado, prometiendo juveniles proezas.

Pero, ¿cómo comparar ese culo bonachón,
ese culo rechoncho, más práctico que voluptuoso
con el hombre, flor de alegría y estética,
y proclamarlo vencedor?

“Eso está mal”, ha dicho el amor. Y la voz de la historia:
“Culo del hombre, alto honor de la Hélade y divino
adorno de la Roma verdadera, y aun más divino
en Sodoma, muerta y martirizada por tu gloria.”

Shakespeare olvida pronto la gracia femenina
de Ofelia, de Cordelia y de Desdémona para cantar
en versos magníficos que un tonto ha denigrado,
del cuerpo masculino su triunfo celestial.

Los Valois enloquecían por los machos, y en nuestra era
la aburguesada y femenina Europa a su pesar admira
al rey Luís de Baviera, ese rey virgen cuyo corazón
solamente por los hombres palpita.

La carne, también la carne de la mujer proclama
el culo, la verga, el torso y el ojo del arrogante Casto.
Por todo ello, oh poeta, ya lo ha dicho Rousseau,
Es necesario a veces apartar a la dama.



MILLE  ET TRE


Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,
son obreros de barrio o peones de campo;
nada afectados, sus quince o sus veinte años
traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.

Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.
No huelen a rosas, pero florecen de salud
pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo
de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia
cordial, y frases ingenuamente pícaras,
a veces sazonadas de palabrotas, salen
de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.

Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales
regocijan la noche y mi verga y mi culo,
a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan
mi cansado deseo, jamás vencido.

Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado,
memoria, pies, corazón, espalda y las orejas,
y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira:
confusa algarabía entre sus brazos apasionados.

Un ritornelo, una algarabía, loco y loca,
más bien divino que infernal, más infernal
que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo
en sus sudores y sus alientos como en un baile.

Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata,
suerte de monaguillo que al crecer se embrutece.
El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta
sólo cuando me precipita hacia su dardo.

Odilón, casi un niño y armado como un hombre,
sus pies aman los míos enamorados de sus dedos
mucho más, aunque no tanto del resto suyo
vivamente adorable... pero sus pies sin parangón,

frescura satinada, tiernas falanges, suavidad
acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos
y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos
extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!

Armando, todavía proverbial por su pija,
él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo
estremeciéndose el corazón con sus claras pupilas
y todo mi culo con su pavoroso barreno.

Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos,
pecho blanco y duras tetillas tan chupadas
como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla,
piernas de bailarín y buen florín también.

Augusto, que se vuelve cada día más macho
(era bastante chico cuando empezó lo nuestro),
Julio, con su belleza pálida de puta,
Enrique que me cae perfecto y que pronto,
¡ay! se incorpora al ejército.

Vosotros todos, en fila o en bandada,
o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados,
pasiones del presente y futuro en plenitud erguido:
incontables amantes ¡nunca sois demasiados!



BALÁNIDA


I


Es un corazón pequeño,
la punta al aire:
símbolo orgulloso y dulce
del corazón más tierno.

Lágrimas derrama
corrosivas como brasas
en prolongados adioses
de flores blancas.


II

Glande, punto supremo
del ser
del amado.
Con temor, con alegría
reciba tu acometida
mi trasero perforado

por tu macizo instrumento
que se inflama victorioso
de sus hechos y proezas
y entre redondeces se hunde
con sus ímpetus alevosos.

Nodrizo de mis entrañas,
fuente segura
donde mi boca se abreva,
glande, mi golosina o bien
sin falsos pudores,
glande delicioso ven
revestido
de cálido satín violeta
que mi mano se enjaeza
con un súbito penacho
de ópalo y leche.

Es sólo para una paja
apresurada que hoy te invoco.
Pero, ¿qué pasa? ¿Tu ardor se impacienta?
¡Oh, flojo de mí!

A tu capricho, regla única
respondo
por la boca o por el culo,
ambos listos y ensillados
y a tu disposición
maestro invicto.

Después, néctar y pócima
de mi alma, ¡oh glande!,
vuelve a tu prepucio, lento
como un dios a su nube.
Mi homenaje te acompaña
fiel y galante.



MONTA SOBRE MÍ
COMO UNA MUJER


Monta sobre mí como una mujer,
lo haremos a "la jineta".
Bien: ¿estás cómodo?...  Así
mientras te penetro -daga

en la manteca- al menos
puedo besarte en la boca,
darte salvajes besos de lengua
sucios y a la vez tan dulces.

Veo tus ojos en los que sumerjo
los míos hasta el fondo de tu corazón:
allí renace mi deseo vencedor
en su lujuria de sueños.

Acaricio la espalda nerviosa,
los flancos ardientes y frescos,
la doble y graciosa peluquita
de los sobacos, y los cabellos.

Tu culo sobre mis muslos
lo penetran con su dulce peso
mientras mi potro se desboca
para que alcances el goce.

Y tú disfrutas, chiquito,
pues veo que tu picha entumecida,
celosa por jugar su papel
apurada, apurada se infla, crece,

se endurece. ¡Cielo!, la gota, la perla
anticipadora acaba de brillar
en el orificio rosa: tragarla,
debo hacerlo pues ya estalla

a la par de mi propio flujo. Es mi precio
poner cuanto antes tu glande
pesado y febril entre mis labios,
y que descargue allí su real marea.

Leche suprema, fosfórica y divina,
fragante flor de almendros
donde una ácida sed mendiga
esa otra sed de ti que me devora.

Rico y generoso, prodigas
el don de tu adolescencia,
y comulgando con tu esencia
mi ser se embriaga de felicidad.



POR CIERTO LA MUJER GANA


Por cierto la mujer gana
haciendo el amor semidesnuda,
y mucho más si el camisón
que lleva por único atuendo

tiene la expresa función
de un velo corto, insinuando
muslo y pantorrilla, teta y nalga
y la vulva, un tanto gigantesca.

Gana sin descubrirse del todo,
salvo la concha, lo único divino
para el coito o la mineta,
y lo demás en ella es vano.

Considerando así la cosa,
esa falta de proporciones,
esos blancos y rosas excesivos
podrían llegar a convencernos.

En cambio, un hombre joven,
sacerdote de Eros o neófito,
se ve favorecido en su belleza
cuando ama totalmente desnudo.


Admiremos esa carne espléndida
que se diría inteligente, vibrante,
intrépida y también tímida
y, por un gran privilegio

sobre toda carne –femenina
o bestial- la verdadera belleza,
la fascinante gracia
de ser múltiple bajo la piel,

juego de músculo y de huesos,
pulpa apretada, suave tejido,
ella interpreta y hasta completa
toda ocurrencia sentimental.

Colérica, se excita,
y alternativamente dura y blanda,
preocupada en gozar hacer gozar
se tensa y distiende en el amor.

Y cuando sea tocada por la muerte,
esa carne que yo endiosé
habrá de fijar augusta
sus elementos en mármol azul.




AUNQUE NO
ESTE PARADA


Aunque no esté parada
lo mismo me deleita tu pija
que cuelga -oro pálido- entre tus muslos
y sobre tus huevos, esplendores sombríos,

semejantes a fieles hermanos
de piel áspera, matizada
de marrón, rosado y purpurino:
tus mellizos burlones y aguerridos

de los cuales el izquierdo, algo suelto,
es más pequeño que el otro,
y adopta un aire simulador,
nunca sabré por qué motivo.

Es gorda tu picha y aterciopelada
del pubis al prepucio
que en su prisión encierra
la mayor parte de su cresta rosada.

Si se infla levemente, en su extremo
grueso como medio pulgar el glande se dibuja
bajo la delicada piel, y allí
muestra sus labios.
           
Una vez que la haya besado
con amoroso reconocimiento,
deja mi mano acariciarla,
sujetarla, y de pronto

con osada premura descabezarla
para que de ese modo -tierna violeta-
el lujoso glande, sin esperar ya más,
resplandezca magnífico;

y que luego, descontrolada,
la mano acelere el movimiento
hasta que al fin el "peladito"
se incorpore muy rígido.

Ya está erguido, eso anhelaba
¿mi culo o concha? Elige dueño mío.
¿Quizás una simple paja?
Eso era lo que mis dedos querían...


Sin embargo, la sacrosanta pija
dispone de mis manos, mi boca y mi culo
para el ritual y el culto
a su forma adorable de ídolo.



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LOS PLACERES DE LA LITERATURA LATINA PIERRE GRIMAL FRAGMENTO

 CAPÍTULO I La primera poesía La literatura latina comenzó con la poesía, que debutó al mismo tiempo que la epopeya y el teatro. Hay múltipl...

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