ASESINOS SERIALES
por Lidia Alegre y Erica Maidana
“Su
sangre corre lentamente, deja un pequeño hilillo bermellón que
lleva a un gran círculo color escarlata. Es joven y bella, a muerto con honor y
sin sufrimiento, consciente de cual iba a ser su fin, su rostro no se ha visto
perturbado ni por la lágrima ni por el miedo, en cierta manera me siento
orgulloso de aquella joven que postrada a mis pies, desnuda y sobria camina con irrevocables pasos
para no volver. Un preciso corte hecho por mi mano ha sesgado su vida. Los ojos
verdes como el agua de un profunda mar aún están abiertos mirándome y quizá
maldiciendo que gente como yo habitase la tierra. Siento un profundo gozo
viendo aquella silueta recortada en el suelo y gozo aún más sabiendo que mi
obra ha sido un trabajo perfecto. Ahora llega hasta mi ese cúmulo de
sensaciones que hacen que me pueda olvidar de cualquier remordimiento, llega el
éxtasis, comparable a lo
que sienten los que el polvo les siega el cerebro penetrando poco a poco pero
con fuerza. Siento que voy a morir ante tal gozo, siento que me tiembla todo el
cuerpo, me siento Dios, todo el mundo está a mis pies, la luz se proyecta, y se
refleja, la tiniebla se disipa, el cielo y el infierno se juntan en uno, Dios
le da la mano a la Bestia y ésta ríe ante Dios. Estos son los momento que me
hacen que mi vida se haga llevadera, momentos efímeros que merecen ser inmortalizados como obras de
arte. Ni el más caro de los cuadros, ni el mejor de los libros, ni el más
sublime acorde se puede comparar a la belleza del asesinato. La alevosía es la
mejor de todas las drogas y el pintar a la muerte la mejor de todas lar
recompensas.-”
(“EL
PINCEL DEL ASESINO”. Saint Hack.)
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